Cenando entre malditos (o no siga leyendo)

Por Mariano Velasco

cartel malditosPensando ya en hacer planes para estas próximas fechas navideñas, tal vez le esté apeteciendo a usted ir a disfrutar de una buena obra, un musical tal vez, sentadito en la cómoda butaca de su teatro preferido. Si es así, no hace falta que siga leyendo, no van por ahí lo tiros. O es posible que prefiera quedar con amigos y familiares para degustar una suculenta cena en la amplitud de su restaurante favorito, que tampoco es mal plan; o tomar una copa en un local de moda, por qué no, pero entonces tampoco vale la pena que continúe leyendo. Quizá, por último, se decante por un espectáculo típicamente navideño y apueste por eso que tantas veces se ha llamado “el mayor espectáculo del mundo”. Pero tampoco de circo exactamente vamos a hablar aquí, así que, definitivamente, puede dejar de leer.

Ahora bien, si resulta que es usted ambicioso y que lo que va buscando es asistir a un espectáculo teatral con música y números acrobáticos incluidos mientras cena o se toma una copa y, sobre todo, dejarse sorprender haciendo todo ello a un tiempo, entonces sí, continúe leyendo, haga el favor, porque su elección bien podría ser La cena de los malditos.

Teniendo en cuenta en primer lugar lo de “dejarse sorprender”, trataremos de ser discretos y no desvelar demasiado de este nuevo concepto de dinner show muy a la americana que se puede ver en el Teatro Bo-devil de Madrid de miércoles a sábados, así que, si ven que se me escapan demasiados datos, por favor, vuelvo a recomendar que no sigan leyendo, porque de lo que se trata aquí es, ya digo, de sorprender al espectador.

Sorprende el local, un edificio que fue durante el franquismo salón de actos de la Federación de Amigos de la Enseñanza (FAE) y que después ha sido un poco de todo: anticuario, cine, sala de exposiciones, salón de celebraciones y, sorpréndanse, hasta burdel. Es decir, que cuenta con los suficientes fantasmas encerrados entre sus paredes antes de quedar reconvertido, tras su última restauración, en un espectacular recinto con capacidad para acoger, como mínimo, tres tipos de evento al mismo tiempo: teatro, restaurante y discoteca. Pero claro, si a ustedes les agobia tanto fantasma del pasado y tanta actividad conjunta, mejor no sigan leyendo.

Sorprende también el menú, obra del restaurador Carlos Aceves, con siete variados platos entre los que se pueden saborear delicatessen como “ibéricos sobre pan de cristal y salmorejo de cereza”, “fagottini de gorgonzola y pera con salsa de trufa negra” o “arepa de ropa vieja cubana”. Pero si usted es más de huevos fritos con patatas, permiso concedido para no seguir leyendo.

Y sorprende, por último, el espectáculo, una mezcla de cabaret, musical, teatro de variedades y números acrobáticos (servidor echa en falta algún número de magia, que le vendría muy al pelo), enlazados por un guión basado en una romántica historia de amores y maldiciones con cierto aire de ultratumba y de lujosa decadencia. Y conducido todo ello a su antojo por una inquietante maestra de ceremonias, la provocadora Madame Dissolue (espléndida Beatriz Ros), a la que pone contrapunto el desvergonzado y grosero notario que interpreta un descarado Adam Jeziersky. Pero claro, si a usted le dan repelús las historias de amores y maldiciones, los aires de ultratumba y lujosa decadencia, la desvergüenza y la grosería…, no sé qué hace que sigue leyendo.

Desde su título, se deja bien clara la intención de rodear al espectáculo de un trasfondo maldito en el que los personajes viven condenados a representar una y otra vez su papel, hasta que surge de entre el público… no desvelaré qué demonios surge de entre el público porque se trata de una sorpresa y me arriesgo a que, si todavía queda algún lector, este no siga leyendo. Pero les diré que sí, que se trata de ese tipo de espectáculos que no tienen el más mínimo reparo en tirar abajo la famosa cuarta pared e inmiscuirse entre las mesas de los comensales. Aunque, eso sí, hay que decir que lo hace en su justa medida, todo muy comedido para que el espectador pueda seguir degustando de su cena. Claro, que si usted es de los que no les gusta que se les venga encima la imaginaria cuarta pared…

Rayan a gran altura las voces de Litus y Mey Green (esta última en el papel que empezó haciendo la televisiva Angy Fernández), así como la espléndida banda que toca en directo, pero me atrevo a apostar por los números de acrobacia y contorsionismo, de magnífica ejecución, como lo más destacado del espectáculo. Pero estamos en lo de siempre, si usted es de los que se pone nervioso cuando le sobrevuela un personaje por encima de la cabeza, o de los que les duele todo el cuerpo cuando ve que alguien se echa la pierna por encima del cuello como si nada… mejor abandone definitivamente la lectura cuanto antes y olvídese de este espectáculo, melindres, que es usted un melindres.

La cena de los malditos

La cena de los malditos

Lugar: Teatro Bodevil

Horario: De miércoles a sábados, a las 21:30 horas

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