Carlos del Amor «el lector es fin último del libro»

Por Anna Maria Iglesia

@AnnaMIglesia

 

Tras su primer libro de relatos, La vida a veces, el periodista cultural de Televisión Española Carlos del Amor da el salto a la novela con El año sin verano (Espasa) una narración en la que la investigación por parte de un periodista de la vida de sus vecinos rige una narración teñida de misterio y de una historia de amor

 

untitled (2)En El año sin verano juegas con la autoficción, construyendo un narrador en primera persona que el lector sin duda identificará contigo

En verdad, todo esto es una gran mentira en el sentido de que el protagonista no soy yo, aunque se me parezca. Lo que sí es cierto es que, en el momento de ponerme a escribir, a mí personalmente me resulta mucho más fácil escribir de cosas que conozco que de cosas que desconozco y, en consecuencia, me resulta mucho más fácil escribir sobre un periodista cultural que trabaja en televisión que de cualquier otra profesión. Por otro lado, sí es cierto que hay cosas de mí persona en el narrador de la novela, en ese periodista que decide jugar a detectives para descubrir qué pasa y qué ha pasado en el quinto izquierda.

Además favoreces la identificación estableciendo un juego de referencias con La vida a veces, tu libro anterior de relatos

Sí, en efecto. Puesto que quería mostrar también el mundo editorial y el bloqueo creativo, decidí hablar de lo que mejor conozco que es mi obra anterior y describir cómo fueron las relaciones que yo mismo establecí con la editorial y, por tanto, también en este aspecto me vuelvo a exponer y a poner en primer plano. Evidentemente quienes me conocen me reconocerán en la novela y, sin duda, no es algo que he evitado, todo lo contrario; la razón es, como te decía, que me resultaba más fácil hablar de la realidad que yo conocía y, por tanto, hablar en primera persona.

Te lo pregunto porque es habitual que los autores rehúyan de la errónea identificación con sus personajes

Todos somos personajes. Me gusta identificar la vida con una novela en la que nosotros somos sus personajes centrales; la única diferencia es que yo he decidido escribir una novela, poner por escrito mi ser personaje, pero todo el mundo lo es y todo el mundo construye su propia novela.

Construyes la novela con dos narradores, uno en primera persona –el periodista- y otro omnisciente que relata la vida de los vecinos que el periodista indaga. ¿Por qué esta duplicidad de voces narradoras?

La finalidad última era dar más información al lector, hacer que el lector fuera diez pasos por delante al narrador en primera persona que investiga las distintas historias de su edificio. La finalidad era construir un narrador en primera persona que, a diferencia del lector, va un poco perdido puesto que no tiene la información que sí conoce – a través del narrador omnisciente- el lector.

Decides que el lector, por tanto, sepa con anterioridad al protagonista cómo fueron las cosas, no juegas a engañarlo hasta el final

Yo decidí que la historia debía dar en un determinado momento un giro de tal manera de romper con las expectativas del lector, quien en un inicio puede pensar que está delante de una historia de amor bastante lineal. Lo que sí tenía claro es que El año sin verano no iba a tener un único final y, de hecho, tiene tres: el narrador en primera persona tiene que entregar el manuscrito de la novela que está escribiendo y, como solemos hacer en nuestro día a día cuando debemos entregar un texto, coge por la vía rápida para terminarlo. Yo no quería que el final de la novela del protagonista fuera el final de mi novela, así añadí un segundo final con el que el lector se adentra más en los porqués de la historia hasta alcanzar un tercer final que lo engloba todo

Con esta pluralidad de finales pones en cuestión la idea de un relato verdadero, todos los finales terminan por ser aparentemente válidos

Cada lector puede aferrarse al final que más le convenga. Desde el primer momento yo quise jugar con el lector, establecer un juego en la novela en la que el lector participara, perdiéndose, reencontrándose, al fin de cuentas, divirtiéndose. Y el juego llega a su máxima expresión con se triple final.

Hace unos días el escritor Pablo d’Ors comentaba que era un error por parte del escritor “considerar el lector imbécil”. ¿Hay que jugar con el lector, hay que ponerle retos?

Yo me lo paso muy bien jugando, es una forma de volverse niño. La literatura es un juego y al lector hay que darle retos, fomentar que se haga preguntas mientras avanza la narración. Yo propongo al lector que trate él mismo de discernir entre aquello que es verdadero y que es falso; yo soy alguien que cuando leo me gusta preguntarme acerca de la información que me da la novela, buscar en internet si las referencias que en ella aparecen son verdaderas, si existen, y me gustaba la idea de que el lector de El año sin verano pudiera hacer algo similar.

Introduces en la novela las crónicas escritas por Simón, el otro personaje periodista de tal manera que el lector quede con la duda de si esas crónicas son reales o no

Sí, exacto, quiero que el lector se pregunte si existió Simón, si son reales esas crónicas. No quiero darle respuestas, quiero que sea él que las busque

Decides introducir directamente las crónicas, no te limitas a hacer referencia a ellas

Sí porque le hecho de que estén transcritas esas crónicas da un valor añadido al personaje de Simón: el lector puede ver cómo escribe y cómo piensa el periodista, las crónicas dibujan la personalidad de Simón, de este hombre sensible, sencillo, medio soñador, que escribe algo relamido…. A través de sus crónicas se percibe esa mirada algo utópica que tiene Simón hacia el mundo del periodismo y hacia la profesión de periodista.

Resulta interesante observar cómo los periodistas que os dedicáis a la literatura y representáis la profesión del periodista osciláis desde una visión utópica a una visión crítica de la profesión. Pienso, por ejemplo, en la mirada crítica con la que Marta Fernández describe la redacción de un periódico en Te regalaré el mundo, en oposición a tu descripción más idealizada

Sí, nos movemos entre estos dos extremos, seguramente por deformación profesional. Nos gusta ser críticos, porque la naturaleza del periodista es ser crítico, pero a la vez caemos en la utopía en cuanto la profesión de periodista es una profesión idealizada, aunque cada vez vemos, nos estamos dando cuenta que el periodismo todo es menos una profesión utópica. Existe como un halo mágico entorno a esta profesión que, creo yo, se está perdiendo, y a través de la ficción podemos recuperar este halo de magia hoy perdido. La novela te da la magnífica arma de la invención con la que tratamos de reconstruir la figura del periodista que alguna vez fue y que hoy en día se ha ido desdibujando

Sin duda el periodismo está viviendo un cambio de época, pero eso no quiere decir forzosamente que termine desdibujándose

Yo creo que la profesión de periodista es una profesión maravillosa, vocacional, pero el tiempo que corre es terriblemente malo para esta profesión; solo hay que ver como esta misma semana un gran número de compañeros de radio con extensas trayectorias han sido despedidos, por no hablar de los despidos que se han realizado en distintas redacciones. Por suerte siempre se necesitará de alguien que cuente que cuente lo que sucede, lo que sucede es que hay que cuidar a quien cuenta la historia y no se le puede pagar una miseria, hacerle trabajar en condiciones leoninas y maltratarle. No estoy en una época muy positiva con respecto al periodismo

No sólo con respecto al periodismo, hoy día, ante la situación de crisis que se vive, es muy difícil ser positivo

Sí, en general, es muy difícil ser positivos. Yo en la novela no hablo explícitamente de la crisis, aunque es algo que se apunta, por ejemplo, a través del personaje del jardinero que ve como su puesto de trabajo está en peligro

Y a través de la figura del actor, quien se inventa un éxito que no tiene

Sí, el actor es alguien que se hace fotos en IKEA para hacer ver que tiene una vida próspera como intérprete, pero en verdad trabaja en una fábrica de luces de navidad. No son buenos tiempos en general y el periodismo, evidentemente, no se escapa.

A lo largo de la novela reflexionas sobre cómo debe ser el lector, subrayas el interés por el lector, a quien das una valor inestimable, pero ¿no es peligro escribir en base y pendiente del posible lector?

No se puede hacer novelas a la carta, si yo tuviese los mecanismos para hacerla sin duda lo haría, puesto que así conseguiría hacer una novela que se leería y se vendería muchísimo. Si tuviera el secreto para hacer best-sellers, no sería tonto, y lo utilizaría. Para mí, el lector es el mayor crítico y el fin último del libro; cuando terminas de escribir, el texto ya no te pertenece, el lector es el que tiene el poder.

Tú eliges representar a tu lector ideal a través de la figura del jardinero. Buscas un lector medio y rehúyes de un posible lector más elitista en cuanto a sus lecturas

No, no me interesa tomar como referente un gafapasta. El jardinero es un crítico literario estupendo, es alguien que me puede dar un verdadero feedback, es un lector prototípico y ejemplar. A mí me interesa el lector normal, aquel que va a gastarse veinte euros por un libro y que entre la amplísima oferta literaria que hay elige aquello que más despierte su interés; me interesa el lector normal, el lector que somos cualquiera de nosotros, y no aquel que está dos palmos por encima del suelo.

Hace poco comentabas que salto a la novela te daba vértigo por su extensión, de allí que comenzaras tu andadura en la escritura con los relatos

Sí, porque me daba mucho vértigo el salto a la novela y he tenido que activar mecanismos de defensa, como intentar compartimentar o escribir la novela a partir de la construcción de los distintas historias de que se cuentan de tal manera de plantearlas en mi cabeza como relatos cerrados. Yo en televisión escribo un máximo de un folio que escribo en dos horas; los relatos de La vida a veces ya supusieron un salto, pues me requerían mucho más tiempo, tardé incluso días para poder terminar algunos de los relatos ahí reunidos, pero veía un final. Sin embargo con la novela era diferente, tenía constantemente presente la idea de que no sólo no sabía cuándo la iba a terminar, sino que me preguntaba si sería capaz de terminarla. Me da mucho vértigo no ver el final de las cosas y cuando comienzas a escribir una novela no ves el final, no sabes cuándo conseguirás llegar al punto y final.

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En El año sin verano rindes homenaje al trabajo de las editoras, un trabajo que no siempre se ve

Es un trabajo fantasma y fundamental, las editoras se convierten en tu brújula a lo largo del proceso creativo. Tú escribes en soledad y en tu soledad crees que todo encaja, que lo que has escrito funciona perfectamente, por esto necesitas al editor, que es aquel que se asoma al texto y ve todos aquellos desajustes que tú no has sido capaz de percibir.

Antes comentabas la brevedad de tus reportajes periodísticos, ¿la novela te permite adentrarte en temas que por extensión y tiempo un puedes tratar en el periodismo?

La novela te permite ampliar horizontes, te permite ampliar extensión, te permite “vomitar” todo lo que llevas dentro y todo lo que te apetece decir; cuando hago una pieza de telediario siempre me dejo tantas cosas por cuestiones de tiempo. La novela no sólo te permite ampliar horizontes, escribir sobre aquello que merece más atención, sino que te da la posibilidad de inventar.

No son pocos quienes sostienen que las novelas, la ficción en general, es una de las mejores maneras para conocer el mundo

Esto me lleva a mi “teoría” de que todos somos escritores y que todos ficcionamos algo nuestras vidas: basta pensar en cuando contamos un viaje realizado, solemos exagerar, borra lo malo de tal manera de engrandecer el viaje para el receptor. Esto se ve mucho en Facebook, donde nadie pone fotografías del día a día, siempre se cuelgan fotos fantásticas de viajes, de noches de fiesta, como si la vida fuera solo esto. Al fin y al cabo, tendemos siempre a mostrar solo lo bueno y a exagerarlo, a reinventarlo.

Esto me hacer repensar en el personaje del actor, quien se construye una vida otra con la que ocultar su verdadero día a día

El actor se tiene que crear una vida porque ha fracasado en cumplir su sueño; no ha fracasado en general, pero sí en cumplir aquellas expectativas que tenía. A este fracaso se le suma la presión de quienes le rodean, de todos aquellos que esperaban ver en él un triunfador y él no quiere decepcionarles y les engaña inventándose absolutamente todo.

Lo que, debiéramos preguntarnos es qué es el verdadero éxito, qué entendemos por tener éxito en la vida

Por esto te decía antes que el lector ideal es el jardinero, alguien que es feliz haciendo lo que hace, es feliz cuidando el Parque Fuente del Berro en Madrid y un éxito para él es que las flores vuelvan a florecer, que los árboles estén sanos… y no necesita más. El actor, por el contrario, tenía unas expectativas demasiado altas y, por lo general, solemos pensar que cuando no se cumplen los sueños es un fracaso, pero no es así. Yo también quisiera escribir la novela de novelas, la gran novela, pero sé que no puedo ponerme una expectativa de este tipo puesto que entonces todo lo que haga siempre resultará poco. Está bien soñar, pero siempre con los pies en el suelo

El éxito, en tu novela, está relacionado con la ciudad, mientras que el pueblo es el lugar de los orígenes, el lugar que se abandona para ir a la capital

Hay una mirada de añoranza hacia el pueblo, hacia ese Nímel en el que nace Simón y en el que todos se conocían. Hoy en las ciudades no nos conocemos, no conocemos ni a nuestros vecinos; mientras que Nímel era un micromundo en el que había solidaridad, un mundo en el que todos se conocían y se preocupaban los unos de los otros, la ciudad es un mundo en el que apenas nos tocamos, no nos miramos, ignoramos a quien tenemos cerca

Y esto tú lo reflejas en su máximo exponente en un vecindario donde los vecinos no se conoces

Nos rozamos, pero no nos tocamos. Evitamos convivir.

Paradójicamente esto pasa en la época de la comunicación. Con las redes sociales hablamos con gente que ni tan siquiera conocemos

Sí, pero miramos una pantalla y tenemos esa protección de saber que en verdad no nos conocemos, de que no tendremos que aguantar a aquel con quien te acabas de intercambiar algún tuit. Las redes sociales son extrañas, parece que de repente todos seamos amigos, que todos tengamos un millón de amigos. ¿Quién es amigo? Una cosa es conocer mucha gente con la que puedes intercambiar ideas y otra cosa son los amigos

El concepto de amigo se desvirtúa cuando termina por contabilizarse e indicar un contacto de agenda

En la agenda tengo ochocientos contactos, pero evidentemente no son todos amigos. En las redes sociales, sin embargo, el concepto de amistad se desvirtúa y se lleva a cabo además un exhibicionismo pensando precisamente que todos aquellos que te van a ver y leer son amigos con los que tienes confianza. ¿A quién le interesa una fotografía en la que enseñas que estás desayunando? ¿Qué interés tiene dar las buenas noches en twitter? Esto no interesa ni tan siquiera a tus propios amigos; estamos entrando en un nivel de exhibicionismo y de espíritu de Gran Hermano que yo no logro entender.

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El hecho de salir en televisión y escribir siempre despierta críticas y recelos. ¿Esto te suponía un freno, te asusta la idea de cómo puede ser recibida tu novela por ser tú quién eres y trabajar en televisión?

Si quien escribe tiene cualquier otra profesión, nadie dice nada, pero si trabaja en televisión de inmediato aparecen los comentarios. A mí me da igual, yo quiero escribir y es lo que hecho; evidentemente soy consciente del privilegio que he tenido porque por el hecho de estar en un medio de comunicación grande me he saltado muchos pasos dentro del mundo editorial: yo no he tenido que enviar un manuscrito a nadie y tampoco he tenido a mi manuscrito mezclado entre otros tantos, pues estaba por un lado el mío y por el otro todos aquellos manuscritos de autores no conocidos. Esto es indudable. Lo que sucede es que no basta, luego tienes que ofrecer algo al lector, ser honesto y ofrecer algo que interese, pues al lector no se le engaña, pero evidentemente soy consciente de que la vía de la televisión es un atajo que se toma en el mundo editorial, pero yo no tengo culpa de que exista este atajo.

Se habla del escritor mediático, ¿lo vives como un prejuicio o no te importa en absoluto?

No lo vivo como prejuicio, pero el prejuicio existe, existe hasta tal punto que en las librerías ya existe un apartado de escritores que salen en televisión, ponen a los televisivos todos juntos. Afortunadamente por encima de todo prejuicio está el lector que es el auténtico soberano, independientemente de la crítica literaria. Soy consciente de que gran parte de la crítica el prejuicio es muy grande, parece que si sales en televisión ya no puedes escribir y, por tanto, o critican y ven con malos ojos no le interesa a priori lo vaya a escribir alguien que viene de la televisión, ese medio efímero y frívolo que sin embargo ellos también ven.

La televisión, para bien y para mal, forma parte de la vida cotidiana, al menos para la inmensa mayoría

Es verdad que la televisión es un medio frívolo y efímero, pero también es un medio maravilloso bajo otros aspectos, solo hay que saber buscar el propio lugar en la parrilla.

Sin embargo, no podemos negar que la televisión ha hecho muchos méritos para ganarse tales apelativos

Sin duda. Hay parrillas televisivas que son bochornosas y hay programas de televisión que son bochornosos, pero de la misma manera que el lector es soberano también lo es el telespectador, basta que cambie de canal. El telespectador puede hacerse una parrilla a la carta, ver un programa de literatura, un programa dedicado a la música, un informativo para mantenerse informado, ver una serie…. Hay una tan amplia oferta que es perfectamente obviar aquel tipo de televisión que yo también aborrezco y que por tanto no veo.

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