De Virginia Woolf a William Faulkner: de Las Olas a Absalón, Absalón

 

Por Anna Maria Iglesia

@AnnaMIglesia

El siglo XX ha sido testigo de la publicación de obras literarias en las que el tiempo ha adquirido un nuevo valor, convieriténdose en elemento indispensable para la interpretación de dichas obras. Desde Proust hasta Faulkner, pasando por Joyce y Woolf, el tiempo narrativo ha vivido grandes cambios. Jean Poullion subraya que “se puede distinguir a los novelistas que se interesan por el tiempo en sí mismo, por su ritmo, que se esfuerzan por hacernos sentir su desarrollo como tal y, por otra parte, a los que se interesan por lo que el tiempo contiene, en los acontecimientos, por lo que ellos revelan”. Toda clasificación resulta insuficiente para poder determinar a que grupo pertenece cada autor, siempre hay alguno inclasificable. Si a la propuesta clasificatoria de Poullion se añade que el autor interesado por lo que el tiempo contiene es aquel que concibe el tiempo como “significación general del análisis psicológico, considerado como intemporal”, será posible incluir a Viriginia Woolf en este grupo de autores, en el cual, sin embargo, William Faulkner, parece permanecer excluído o, por lo menos, parece permanecer en los márgenes, con una concepción del tiempo y de su relación de la conciencia que escapa ya sea de la definición de Poullion como de la concepción de Woolf.

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Refiriéndose a su obra Las olas, Woolf señaló que su intención era “dar el momento entero; no importa lo que incluya”; Las olas es, en efecto, una obra compuesta de momentos, “combinación(es) de pensamiento; sensación(es); la voz del mar”. A la base de la concepción temporal de la autora inglesa, se encuentra su idea de momento: éste representa la interacción de lo interior con lo exterior. En el intento de mezclar la interioridad de los personajes con el mundo exterior, Woolf desarrolla la concepción del momento que, como indica Freedman, es el “conocimiento de significativas conjunciones entre la sensibilidad del artista y hechos tomados del mundo exterior”. La autora rehusaba describir solamente el mundo exterior de la misma manera que rechazaba la idea de una interioridad que no interactuase con lo externo; es significativa la crítica que realiza a Joyce por haber limitado el contenido del Ulysses al yo, pues consideraba que leer la obra del autor irlandés era como “estar en una brillante, aunque pequeña habitación, confinada y cerrada, más que engrandecida y liberada”. Las ideas de la autora inglesa, en cambio, eran más próximas a los momentos de visión de Hardy o a la escena significativa de Emily Brönte.Woolf ponía como ejemplo de su idea de momento el fragmento de Cumbres borrascosas, en el cual Catherine saca las plumas de su almohada puesto que “presenta unidos elementos dispares y los integra en una visión divorciada de la trama en sí pero fundidos en la textura poética de toda la trama”. Para Woolf era precisamente esta la labor del autor, la de ser capaz de unir elementos dispares, tanto del mundo exterior como del mundo interior del yo, la de “encontrar la relación correcta…entre el yo que conoces y el mundo exterior”. Su obra se convierte de este modo en un conjunto de imágenes, fruto de la contracción de elementos multiformes. El momento o, lo que resulta ser lo mismo, la escena significativa, posee una función epistemológica, fruto de la asociación de lo real ( lo exterior) con la conciencia interior. En la obra de Woolf, en particular en Las olas, lo exterior es representado por los objetos, mientras lo interior es la experiencia de vida, la memoria; los objetos se relacionan con la experiencia de una manera similar a la que la magdalena de Marcel se enlaza con el pasado. El presente y el pasado se unen, así como la imagen y la experiencia, los hechos de la existencia exterior con la existencia interior, el momento se convierte así en el acto cognoscitivo.

Así como sucedía en Proust, las relaciones nacen de la subjetividad, de la capacidad evocativa o imaginativa del autor y, por esto mismo, el discernimiento se mezcla con la imaginación. Al ser independientes del tiempo o de una causa objetiva, estas asociaciones permiten la unión de motivos diversos, unos motivos que, como dicho antes, pertenecen al mundo interior así como al exterior. Los momentos de unión se concretan en imágenes que, a su vez, se presentan ante el lector a través de los soliloquios de los personajes; Woolf, en efecto, “convirtió la asociación en soliloquios formales, imponiendo la fantasía controlada sobre el discurso interior”. Presente ya en Miss Dalloway, el uso de los soliloquios se concretizó en Las olas. Si se considera la primera obra citada, en particular la escena en que Clarissa besa a Peter, se observará como en la narración se entremezcla con el soliloquio de Clarissa – “si me hubiera casado con él, esta alegría habría sido mía todo el día”. A su vez, los sentimientos expresados se trasforman en imágenes: las “plumas como hierbas de las pampas en un vendaval tropical” son representativos de la emoción de Clarissa.

las olasVirginia Woolf, cuyo propósito era el de “decantar un yo simbólico de sus ligazones personales”, convirtió el tiempo en imágen; su concepción cognoscitiva del momento es el punto de partida de su idea de tiempo que, como indica Freedman, “es a la vez un componente individual de la conciencia y una forma pública”. Esta dualidad resulta evidente en Las olas, en la que el macrocosmos de tiempo, olas, días o estaciones se une con el microcosmos de las vidas de los personajes. A través de las imágenes que describen el macrocosmo se presentan las individualidades de los personajes. El ciclo de un día, de la mañana a la noche, el ciclo de las olas, desde su nacimiento hasta que se rompen en las rocas, se desarrolla en contemporaneo al ciclo vital de los personajes, desde la infancia a la vejez. Los soliloquios son aquellos que determinan el ritmo del tiempo que, expresado en imágenes, adquiere un valor intemporal: el costante movimiento de las olas expresa “los mundos cambiantes gobernados por el tiempo y el lugar”. Los personajes, sus soliloquios, están unidos entre sí a través de una memoria común; Bernard, el escritor, acomuna en su recuerdo las memorias individuales de sus compañeros, en las que se proyectan tanto los pensamientos como los destinos. La memoria, expresada en soliloquios, define a los personajes y los une, los hace dialogar entre sí: a sí como Susann dice: “ escucho el tráfico rugiendo en el viento del anochecer. Miro hacia las temblorosas hojas en el oscuro jardín y pienso, «bailan en Londres. Jinny besa a Louis»”, Jinny le “contesta” diciéndose: “Que extraño, esa gente tendría que dormir…”. Un mismo recuerdo común es recreado por los diversos personajes a partir de implicaciones diferentes, lo que pueden parecer recuerdos diferentes se convierten en una memoria colectiva: “los recuerdos se sobreponen hasta que emerge una red igual a la vida interior de una sola persona, expresada algunas veces como una composición de soliloquios alternados”. La novela es una red de soliloquios plasmados en imágenes – unión de los objetos y de la experiencia- que se componen de los momentos cognoscitivos, de los momentos de conciencia de cada uno de los personajes: Jinny al mirar su imágen en el espejo “comprime una visión de su vida, de su agonía y muerte en un único momento de conciencia”. Momentos de conciencia que se alternan, así se podría definir Las olas, definición que opone radicalmente la obra de Woolf a la de su contemporáneo William Faulkner.

absalonEl autor norteamericano se distancia de Woolf en cuanto a la idea de un tiempo de la conciencia; sus personajes, como se observará a continuación, permanecen siempre en un estado de semiconciencia. Sin embargo, Faulkner comparte con Woolf la idea de que lo contingente en una obra “es la manifestación de la psicología de un personaje dado”. Pese a no tener como propósito principal el unir lo exterior con lo interior, en Absalón, Absalón Faulkner pone en primer plano la psicología de los personajes a través del relato por parte de los propios personajes. Es un relato a posteriori, de un pasado común. A la base de la concepción temporal de Faulkner se encuentra, en primer lugar, la idea del pasado como realidad y, por lo tanto, de un pasado que coexiste con el presente; en segundo lugar, se encuenra la idea de un destino condicionado por un pasado ineludible. El destino es “una impresión de pesadez propia de todo lo que sucede, de todo lo que existe”. La pesadez que sienten los personajes es una sensación inconsciente, sienten la pesadez pero no son concientes de ella, no conocen el porqué. Es justamente esta idea de la inconsciencia lo que diferencia Faulkner de Woolf. Los personajes de Faulkner, así como los de la obra de Woolf, Las olas, evocan un pasado común, a partir de la propia experiencia y desde un punto de vista subjetivo; son estas evocaciones el medio por el cual el lector conoce a los personajes, éstos se presentan a través de su pasado. Sin embargo, el pasado subjetivo de Faulkner revela una conciencia sensorial sin conocimiento y, en el caso de Absalón, Absalón, sin conocimiento del propio destino. No hay momentos cognoscitivos, las evocaciones de los personajes faulkerianos no conllevan un discernimiento. El pasado es lo real, convive con el presente, lo influye así como influye a los personajes; es un pasado intemporal, “ es algo que está allí, en sentido propio es tanto presente como pasado” Quentín vive el pasado, no lo recupera tan sólo: al final de la obra Shrevlin le pregunta por qué odia el sur, “¡No! ¡No! ¡No lo odio! ¡No lo odio!” le contesta Quentín gritando, como quisiéndose convencer. Sin embargo, como ya indició Freud, la triple negación, la de Quentín como la de San Pedro frente al soldado romano, esconde un “sí”, una afirmación que trata de ocultarse tras la insistencia de una negación impostada. El “no” retrata a Quentín: vive el pasado, es influenciado por él, por aquello que conoce, aunque intente convencerse de lo contrario. A diferencia de Marcel, Quintín no busca una comprensión intelectual del pasado. Si para Proust el pasado da significado al presente, de por sí inconsciente, para Faulkner el pasado no da significado al presente, sino que se convierte en real, convive con el presente, “tanto el mundo como yo sólo somos reales en el pasado”.

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William Faulkner comparte con Virginia Woolf la idea de un pasado colectivo a diferencia de Proust, que concebía el pasado como individual y que, por lo tanto, interesaba tan sólo al protagonista. Si en Las olas los recuerdos de los personajes se entretejen creando una memoria común, en Absalón, Absalón, el pasado es reconstruído a partir de la experiencia subjetiva de cada uno de ellos. Hay un pasado común, pero son diversas las maneras en que cada personaje lo vive y lo recuerda, no hay una verdad, sino fragmentos de verdad. Decía Faulkner que la verdad te ciega, “cuando la miras, ves sólo una parte. La mira otro, y ve otra parte, ligeramente deformada. Pero en global, la verdad se encuentra en lo que han visto todos, aunque nadie haya visto la verdad intacta”. Quintín es el destinatario de las narraciones de muchos, es aquel que se acerca más a la verdad global, en cambio, personajes como Compson o Rosa Coldfield son aquellos que narran el pasado al joven Quintín, son aquellos que evocan un pasado subjetivo. “Compson ve aquello que cree que es verdad” decía Faulkner, del mismo modo que el recuerdo de Rosa Coldfield de Tomas Sutpen nace a partir de su propia experiecia. El pasado de Faulkner comparte con el de Woolf su cáracter subjetivo, Absalón, Absalón comparte con Las olas la construcción de un pasado evocado a partir de perspectivas diferentes que, sin embargo, se entretejen construyendo un pasado común. Aquello que distancia las dos obras es la conciencia de los personajes: las figuras de Las olas encuentran en sus soliloquios los momentos de conciencia, Jinny delante de su reflejo en el espejo “comprime una visión de su vida, de su agonía y muerte en un único momento de conciencia”. Los personajes de Absalón, Absalón, en cambio, como subraya Marta Pera en la introducción de la obra, van de la inconsciencia total a una semiconcencia. Tomas Sutpen acudirá al abuelo de Quintín para comprender los errores del pasado, para entender aquello que ocurre en el presente. Sutpen desconoce las razones que han llevado al encuentro y posterior enamoramiendo de su hija Judit con su otro hijo Carlos Bon, dice Sutpen al abuelo de Quintín: “Yo, como usted sabe, tenía un proyecto. No interesa ahora si el proyecto que acariciaba era bueno o malo; el asunto es este ¿donde estaba el error, qué hice de malo, que omití en él, a quién o a qué perjudique con él, hasta el punto que lo indican los hechos?” En esta preguta de Sutpen se concentra la clave intepretativa de la concepción temporal de Faulkner: los personajes se construyen un propio destino en el pasado, pues todos poseen o poseían un proyecto, que nace en el pasado y llega al presente. El pasado que es lo único real, coexiste con el presente, es ineludible así como el destino que los propios personajes se han forjado con su proyectos. El problema al cual se enfrentan es el no conociemiento de su destino, es la inconsciencia con la que viven el pasado, es la ignorancia que tienen sobre los errores hechos, sobre lo que representaron sus propias acciones. No recuperan el pasado como Marcel, tampoco llegan al momento de conciencia de Jinny, permanecen en un estado de inconsciencia, sus percepciones del pasado y del destino, son sensoriales, no cognoscitivas, los héroes de Faulkner “saben lo que les espera, pero sin saberlo claramente”.

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