Montero Glez publica “Talco y bronce”, último Premio Logroño de Novela

«–Juro por mi libertad que lo voy a matar–. Lo habían tramado esa misma tarde, en la intimidad del coche; un Seat 1430 color rojo, aparcado en la cuneta. Tenía matrícula falsa y tapicería semejante a la piel de una rata vieja. En el asiento de atrás, el Chuqueli se vestía para la faena».

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Talco y bronce, de Montero Glez.

Actualidad editorial:

Llega a las librerías Talco y bronce (Editorial Algaida, 2015), título con el que el escritor Montero Glez (Madrid, 1965) se ha hecho acreedor del último Premio Logroño de Novela. En esta ocasión, el escritor, cuya obra enlaza con la tradición del esperpento de Valle Inclán y el realismo sucio de Bukoswki, afronta una historia que transcurre en los años ochenta y tiene como protagonistas a unos particulares quinquis. El narrador se hace solidario con el lenguaje cheli que utilizan los personajes, para recoger los valores más clásicos de la novela negra y el thriller policíaco. Es más, se vale de una visión verdaderamente esperpéntica para retratar una realidad muy dura con el trasfondo de una historia de amor.

Montero Glez está considerado por la crítica literaria como uno de los autores españoles con más personalidad y genio literario de los últimos años. Su prosa bebe directamente del lenguaje de la calle, de fuentes cinematográficas rompedoras y del cómic más underground. Entre sus trabajos destacan Sed de champán (1999), Cuando la noche obliga (2003), Manteca colorá (2005), Zapatitos de cemento (2006), Besos de fogueo (2007), Pólvora negra (Premio Azorín 2008), Pistola y cuchillo (2010) o Polvo en los labios (2012).

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Talco y bronce vuelve los ojos hacia la convulsa España de principio de los ochenta: los ciudadanos asisten a una oleada de asaltos a joyerías, y la banda del Chuqueli es uno de esos grupos de atracadores que siempre esperan su gran golpe. Pero cuando por fin éste se produce, el botín es tan sustancioso que la vida de sus protagonistas ya no vale nada, y son muchos los que reclaman su parte del pillaje… Esta revisión literaria de algunos de los momentos más siniestros de nuestra historia reciente, es sobre todo una historia de amor y venganza entre el Chuqueli y la Malata. Amor y venganza exacerbados, como son todos los sentimientos cuando se vive demasiado deprisa.

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–¿Qué es Talco y bronce?

–Se trata de un policíaco, una novela de acción directa que se nutre de todas aquellas lecturas hard boiled de mi juventud –Hammet, Chandler, Ross McDonald–, pero llevadas a nuestro contexto en una época dura como fue la de los años ochenta. Soy un autor de género. Lo que me interesa es la novela de género negro que se basa principalmente en la relación del hombre con la propiedad, con los medios de producción. Desde ese punto social parte toda mi obra. En esta ocasión estamos ante una novela quinqui, un policíaco que homenajea el género cinematográfico de aquella época, aunque hasta hace solo unos años no se bautizara como tal. Las películas de Eloy de la Iglesia son un ejemplo. Con sus trabajos, de la Iglesia dio significado político a la condición social del lumpenproletariado.

–¿Qué lugar ocupa la política en su obra?

Todo. Soy persona con una ideología muy marcada. Pienso que el arte tiene raíz moral o no es arte. La novela o es social o no es novela. Desde Jack London hasta Galdós, pasando por Upton Sinclair o Steinbeck, los grandes novelistas siempre han estado comprometidos con la realidad social de su tiempo. Si sabes leer entre líneas, la denuncia late en cada una de las obras de esos autores. Sin ideología no existiría la Historia. No olvidemos que la Historia de la humanidad es la Historia de la lucha de clases.

–¿Está basada esta novela en hechos reales?

–Sí, está basada en las aventuras de una banda de atracadores lumpen que operaba en Madrid en los años ochenta y a la que pertenecía Santiago Corella, el Nani, primer desaparecido de la democracia. La banda estaba articulada por la misma policía como se descubrió más tarde. La brigada Antiatracos de Madrid se dedicaba a organizar los atracos y luego matar a los atracadores para quedarse con el botín. Una vergüenza, producto de esa Transición tan poco ejemplar, sobre todo por casos como este, donde unos inspectores al servicio del Estado, utilizaban su poder para realizar actos criminales.

–¿Estamos entonces ante la historia del Nani, ese primer desaparecido de la democracia?

–No, esta es una historia de amor entre un chico, el Chuqueli, y una chica apodada la Malata. El Nani aparece como secundario; su perfil y su desaparición me sirven para completar una historia de amor en aquel Madrid que viví y sufrí.

El mayor delito que hay en nuestra sociedad es la injusticia social y cuando toca perseguirlo la policía no lo hace, es más se dedica a defender con las armas la citada injusticia. Lo vemos todos los días, cada vez que la gente sale a la calle a defender el pan y la libertad, la justicia social, ellos cargan. Evitar luego responsabilidades diciendo que recibes órdenes es lo que se denomina la cobardía del verdugo. En los procesos de Núremberg quedó demostrado que los verdugos son tan culpables como el que dicta las órdenes.

–También aparece la droga, la heroína…

–Sí, claro, en aquella época fue una epidemia. La heroína es droga reaccionaria que distancia al sujeto del mundo creado por él, que aliena al individuo. El heroinómano reconoce y busca esta distancia y no la rechaza, sino que se desentiende de ella. La heroína en España significó la fragmentación de la conciencia social.

–En esta novela, como en las anteriores, destaca usted por su particular estilo.

–Para mí el estilo no se puede separar del fondo. Fondo y forma van unidos. Cada historia tiene una manera de contarse, un estilo, si no das con la forma adecuada, la cuentas mal. No soy un estilista pues para mí, la base de la historia es la acción, y ésta es la que determina el estilo. Me hace gracia que se me señale como un estilista cuando en realidad soy un contador de historias, un narrador.

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Talco y bronce.  Montero Glez.  Editorial Algaida, 2015.  312 páginas.  18,00 €

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