Criaturas celestiales

 

Por Antonio Jorge Meroño Campillo.

criaturas_celestiales1Peter Jackson, antes de embarcarse en aventuras ultracomerciales para adolescentes, hizo alguna que otra gran película como ésta que nos ocupa. En la puritana Nueva Zelanda de principios de los años cincuenta del pasado siglo, dos adolescentes, pertenecientes a mundos muy diferentes, coinciden en su pasión por la escritura, la ópera, la naturaleza. Juliette y Paul, exultantemente encarnadas por dos jovencísimas Kate Winslet y Melanie Lynskey, entablan una entrañable relación de intereses comunes en su particular mundo de fantasías, ajeno a un entorno que no las entiende.

Ambas adoran a Mario Lanza y hacen figuritas de plastilina que se transforman en el curso de la cinta en criaturas con vida propia en un exceso del guión.

Los padres no van a tardar mucho en oponerse a su relación, demasiado bonita para ser aceptada en ese mundo de la Commonwealth. El caso es real, se basa en buena parte en los diarios de Paul. Nada malo vemos hoy, al menos las personas decentes, en que dos mujeres o dos hombres quieran llevar su amistad hasta los límites del amor. No quieren que nada las separe. Pero Juliette recae en su tuberculosis y sus padres deciden enviarla a Sudáfrica. Es entonces cuando la historia da un vuelco y de la magia pasamos al crimen, el sangriento asesinato de la madre de Paul.

Se rompe todo, adiós al sueño. Sabemos al final que fueron a prisión y las dejaron salir al cabo de un tiempo con la condición de que no se volvieran a ver. No estamos ante una cinta propiamente queer, aunque su estética nos recuerde un poco al new british free cinema, sobre todo a las obras combativas del primer Stephen Frears.

Una historia muy bella, rodada con buen pulso, en exteriores, bien fotografiada, nos deja, pese a su abrupto final, un muy buen sabor de boca. A destacar la imagen de la foto de Orson Welles en el río, o las imágenes de las dos comiendo palomitas viendo El tercer hombre.

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