Jesús Cisneros: Queremos dar un teatro de muchísima diversión, muy bien arropado y envuelto

Por Yolanda Moreno

Primer plano Jesus Cisneros(1)El actor y productor Jesús Cisneros lleva una programación doble al Teatro Amaya de Madrid, con No te vistas para cenar (del 4 de junio al 26 de julio) y La curva de la felicidad o la crisis de los 40… (del 5 de junio al 5 de julio, con diez únicas funciones).

En la primera comparte escenario con su esposa Yolanda Arestegui, y los también actores Goizalde Núñez, Cuca Escribano y Antonio Vico. Este último también le acompaña en escena en La curva de la felicidad, junto a Josu Ormaetxe y Sergio Fernández ‘El Monaguillo’ como protagonista.

Jesús Cisneros es un actor de variada trayectoria, ha protagonizado algunas series de televisión como El súper, Al salir de clase o Lleno por favor, y en cine ha participado en películas como La estanquera de Vallecas o El amor perjudica seriamente la salud, entre otras. Ahora está centrado en el mundo del teatro, actuando en varias obras y produciendo con su propia compañía teatral: Descalzos Producciones.

¿Alguna vez te había surgido la oportunidad de hacer un doblete en teatro?

No, la verdad es que no. Las dos son comedias muy divertidas, muy refrescantes ideales para el verano, y ya que todos los teatros están programando con dos y tres funciones, pensamos que era una buena fórmula que ambas fueran de nuestra misma productora.

No te vistas para cenar2
No te vistas para cenar, de Marc Camoletti, Suiza 1923-Francia, 2003: un crack de la comedia de enredo con muchos títulos de éxito como Boeing, Boeing; Vengo por el aviso; Yo miento, tú mientes…

¿Qué se van a encontrar los espectadores que vayan a ver No te vistas para cenar?

No te vistas para cenar es una función para disfrutar del teatro por el teatro. Marc Camoletti es uno de los maestros de la comedia de situación, define muy bien a los personajes, unos muy diferentes de otros, y los mete en situaciones que empiezan a dar giros inesperados, vueltas de tuerca y sorpresas continuas, con un ritmo trepidante. El espectador siempre es cómplice de lo que está pasando, está deseando que a ninguno de los personajes les pillen los otros. Todos los personajes tienen algo que ocultar, y es lo que se ha dado en llamar el vodevil o comedia de situación.

Y a La curva de la felicidad, ¿cómo la defines?

La curva de la felicidad es un show personal (risas) ahora de El Monaguillo, porque le animamos a cambiar muchas cosas y a que metiera muchos chascarrillos suyos. Dentro de que su personaje es un hombre al que acaba de dejarle su mujer, él dice que por gordo y por calvo, se ve metido en una vorágine de indecisión, de inseguridad, de ser mucho más frágil, porque está en plena crisis de los 40. Como la mujer le exige vender la casa que ambos compartían, hay tres hombres de diferentes características que intentan comprársela, y quieren tomarle un poco el pelo. En esta obra se ve cómo nos relacionamos los hombres, unos muy diferentes de otros, qué es lo que hablamos de las mujeres y cómo vemos nuestra relación con las mujeres. El leitmotiv de esta función es: ¿quién dijo que el hombre era el sexo fuerte?, y la verdad es que se trata de una comedia también desternillante. Aunque el personaje no se lo pase tan bien, porque parece que está angustiado, pero lo que provoca en el espectador es una diversión continua.

La Curva de la Felicidad
La curva de la felicidad, de Eduardo Galán y Pedro Gómez, 11 años de éxito.

La curva de la felicidad se estrenó hace 11 años, ¿ha cambiado mucho con el tiempo?

Se estrenó con José Ángel Egido, pero el resto del elenco continúa. Josu Ormaetxe, Antonio Vico y yo seguimos. Se estrenó en 2004 y es verdad que ha evolucionado muchísimo. Cuando la hizo Pablo Carbonell, le animamos a que se llevara muchas cosas a su terreno, y luego evolucionó mucho más también con Pedro Reyes, que también la interpretó. Después volvió otros dos años Pablo Carbonell, y ahora teníamos que buscar a alguien que estuviera en torno a los 40, porque los demás ya no los cumplimos (risas). Y pensamos en El Monaguillo, porque está muy a su favor. A nosotros nos sorprende constantemente, porque cada día inventa algo nuevo y nos hace reír en el escenario. A veces se convierte en un auténtico desparrame. A la gente le gusta muchísimo y se siente muy identificado con este tipo de comedia.

Háblanos de tus personajes. En No te vistas para cenar interpretas a Fernando, un marido infiel, y en La Curva de la felicidad a Javier, un hombre arrogante

Fernando es un marido que intenta ser infiel. La premisa es que el fin de semana que su mujer va a ver a su madre a Cuenca, él prepara una velada romántica con una chica que le gusta. Contrata a una cocinera para que les haga la cena y les sirva. Y luego consigue la complicidad de un amigo. Pero los hilos inesperados de esta comedia hacen que la mujer no se vaya y todo se complique muchísimo. Y encima la cocinera se llama Susana y la amante se llama Susi… con lo cual lleva a montones de equívocos.
Aquí podemos ver cómo es este maestro de la comedia, Camoletti, con los personajes. A primera vista, tú dices que ojalá que le pillen a un marido infiel. Pues en este caso no. Cómo verá de inocente la gente a este personaje que no quiere que le pillen. Eso quiere decir que ha construido los personajes muy cercanos al público y que los quiere desde el principio, se sienten partícipes de lo que les sucede y son cómplices todo el rato. Y eso lleva a que durante 87 minutos estén viviendo una obra de teatro trepidante. Esa es la parte de éxito que yo creo que tiene No te vistas para cenar. Con todo tipo de público, lo hemos probado en todas partes, en todas las provincias…. y en todos los sitios ha tenido el mismo éxito. La gente se ríe muchísimo en cualquier sitio desde el principio.

Y luego en La curva de la felicidad, a priori mi personaje es como el machito ibérico. Se presenta así: “Soy Javier, un amigo, un confidente, un hombre que conoce a las mujeres”. Fíjate dónde se coloca ya al personaje, que parece que se las sabe todas y que liga mucho y tal, y luego la obra le va poniendo en su lugar también.

Son personajes que llevan contigo desde hace mucho tiempo, pero los viernes y sábados al doblar los vas a interpretar muy seguidos en el tiempo. ¿Resulta complicado pasar de uno a otro?

No, porque realmente influye todo. La escenografía es diferente, el personaje va vestido de distinta forma, y tiene unos clichés diferentes. Y disfrutas eso, que en un rato has sido de una forma, y en el otro rato eres totalmente diferente. Y encima los personajes en cada obra se lo toman de distinta manera. En la primera mi personaje está angustiado todo el rato para que no le pillen lo que había previsto, y en la segunda es un personaje que empieza con muchísima seguridad, sabiéndoselas todas. Es lo bonito de mi parte. Es mucho esfuerzo como producción, cómo coordinar para que todo salga a las mil maravillas y demos el espectáculo que queremos dar al espectador, pero luego tengo lo gratificante que es subirme al escenario y cambiar de personaje totalmente.

Este año también has actuado en el Teatro Valle Inclán, con La pechuga de la sardina, que es otro tipo de teatro. ¿Qué tal ha sido la experiencia?

Es muy diferente. De hecho, lo hago porque son personajes que no podría permitirme en lo privado. Son personajes muy difíciles, en unas historias muy complicadas, que en un centro oficial tienen su recorrido, pero en el teatro comercial no sería una función que pueda aguantar mucho. Lo que pretendemos en el teatro comercial es dar un teatro de muchísima diversión, de mucho ocio, muy bien arropado y muy bien envuelto. Cuidamos mucho la escenografía, la música, la luz, el vestuario… trabar un espectáculo absoluto. Me encanta hacer un personaje como el de La pechuga de la sardina, pero nunca lo podré hacer en una producción mía, es muy arriesgado. Es una historia dura. Un teatro oficial sí se lo puede permitir, pero los empresarios privados no. Nosotros tenemos que ir a dar espectáculo, show y mucha risa.

¿Qué balance haces de tu productora?

Llevamos más de 11 producciones, desde el año 99, que son 16 temporadas ininterrumpidas. Es fantástico siempre. En una época o en otra, poner las obras en cartel en Madrid ya es un recorrido muy grande.

¿Cómo ves el panorama teatral ahora mismo? ¿Resulta fácil la producción de espectáculos?

No, los exhibidores no están ayudando a la producción de espectáculos, porque el programar a tantas horas y tantos espectáculos en un mismo teatro, hace que las producciones no estén rematadas suficientemente. Se basan en aquello que decía Lope de Vega, de que con dos actores y una manta ya hay la posibilidad de una obra de teatro. Pero yo creo que en estos momentos que hay tanta variedad de espectáculos, tenemos que cuidar mucho mucho el envoltorio. Que la gente cuando se siente en el patio de butacas y se abra el telón, diga qué bien, aquí hay una escenografía que me gusta, un vestuario, algo cuidado. En muchos teatros se está olvidando eso. Yo agradezco mucho al Teatro Amaya que esté apostando por los espectáculos cuidados. Así sí que se pueden hacer inversiones para atraer al público, pero en otros teatros en los que por la tarde hay un espectáculo, a media tarde otro, y por la noche otro, y luego a veces otra golfa, es imposible. Entonces se llega a cosas de dos actores simplemente, y un sofá, una mesa, una silla o una cama. Yo creo que el mundo del teatro se está poniendo más difícil, por los exhibidores, por los dueños de los espacios que quieren aprovecharlo de una forma que a mí me parece que es imposible.

¿Estás preparando algún otro proyecto?

Sí, a partir del 11 de julio estrenaremos otra función en el Teatro Amaya, que se llama Dinero negro, una comedia trepidante y divertida con siete actores.

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