Phoenix (2014), de Christian Petzold

 

Por Miguel Martín Maestro.

phoenixDiseccionador de la historia alemana reciente, Petzold retoma las heridas del nazismo y sitúa su nueva película, repitiendo con la pareja protagonista de Bárbara, (Nina Hoss y Ronald Zehrfeld), a mediados de 1945 y en Berlín. Las emanaciones procedentes de la podredumbre alemana de las décadas de los 30 y 40 infectan la vida de los berlineses y coloca a los judíos que han sobrevivido a los  campos en una dura situación, ¿soy alemán o no lo soy? ¿Soy judío porque se me persiguió aunque nunca me sentí como tal antes? La influencia de relatos clásicos como El regreso de Martin Guerre o El coronel Chabert fluyen por el relato fílmico. Como en su anterior Bárbara, termina resultando más interesante el planteamiento que el desarrollo, quizás sea la mentalidad fría del alemán la que provoque cine con sentimiento muy contenido por no decir escaso, pero el sufrimiento del personaje de Nelly debería ser insoportable, tanto como el sentimiento de culpa de Johnny, y ambos se muestran en sordina, sin el “pathos” exigido a tanto dolor y miseria humana.

La película gravita sobre una traición, sobre la sospecha de un comportamiento innoble de Johnny, marido de Nelly, él ario, pianista de jazz, ella de origen judío, cantante, de cómo pudo ser que el 4 de octubre de 1944 él fuera detenido por la Gestapo, el 6 lo fuera ella en su refugio al lado de un lago y el mismo 6 él fuera puesto en libertad y el 8 obtuviera el divorcio. Sobre este eje argumental Petzold construye un artefacto que podría haber sido más profundo, más desgarrador, más emotivo, reviviendo lo que debería haber sido la vergüenza del pueblo alemán tras la derrota y la difusión de los horrendos crímenes llevados a cabo. Al final Petzold decide que debe optar por asumir que Nelly y Johnny son representantes de todo un pueblo, y sobre ese esquematismo desarrollar una reconciliación imposible.

Nelly sobrevive a un campo de concentración, dada por muerta tras recibir un tiro en la cabeza que la desfigura, pero no la mata. Comienza un proceso de reconstrucción físico y mental en el que Nelly carece de muchas piezas para completar su mente y lo que ha de hacer a continuación. Puede optar por un nuevo rostro o por intentar recuperar el suyo. En la segunda opción Nelly quiere reivindicarse a sí misma y, al tiempo, recuperar la cara que su marido recordará si llega a encontrarle, no quiere ser distinta sino volver a ser la que fue y con quien fue. Nelly desconoce la realidad que sí conoce su amiga, la que pretende que vaya con ella a Palestina, que comparta su vida en Haifa o Tel Aviv, pero la respuesta de Nelly es rotunda, “no soy judía”. En esta primera hora de película se plantean las situaciones más interesantes de la historia, el perdón al agresor, la aceptación de una nueva condición religiosa y cultural desconocida, el extrañamiento de un país que ya no se parece al tuyo, el odio subyacente de los perdedores hacia los sobrevivientes. La dualidad emocional de Nelly reflejada en escenas que nos recuerdan al Franju de Les yeux sans visage y al posmodernismo de Almodóvar de La piel que habito, pero al final, rodar de noche en un Berlín en ruinas donde se reflejan las siluetas de los protagonistas en las paredes de los muros no procede, y no procede porque el referente lleva al Berlín Occidente de Wilder o a la Viena de El tercer hombre, y como homenaje es deficiente y como referente aparenta cartón piedra.

No hay en Nelly intención de venganza según va descubriendo que Johnny no es la persona que ella recordaba, su encuentro en el Berlín postbélico provoca confusión, hemos visto fotos de Nelly antes de la deportación, no hay cambios físicos aparentes, y por lo tanto, que Johnny no reconozca a Nelly dinamita el propósito de la historia, Nelly no puede transformarse en Esther para Johnny, sólo un ciego o alguien bajo los efectos continuos de los alucinógenos podría tener esa confusión, la argucia argumental resta credibilidad a la pirueta del guión para que Nelly vaya descubriendo la verdad, la verdad de cómo muchos alemanes colaboraron con el terror, cómo unos murieron por ser judíos y otros por ser nazis, cómo el fin de la guerra no puede eliminar, de golpe, todos los errores del pasado. Un bello final compensa el traspiés argumental, un número tatuado en el brazo silencia el piano que toca Johnny mientras Nelly canta, el reencuentro oficial se transforma en derrota simbólica, en enmudecimiento, no hay nada que decir, no hay nada que pueda recuperarse, no hay suspensiones en el amor que puedan reanudarse. Nelly optó por quedarse en Alemania para recuperar su pasado y olvidar la persecución, la verdad será mucho más dura, la verdad es que todos podemos ser cobardes y egoístas, sobre Nelly pesará una muerte que podía haberse evitado y un dolor que ella misma quiso conocer.

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