Cuestionario literario: Ignacio Peyró

 

pompaBasta el título, Pompa y circunstancia, para que resuenen en los oídos del lector los primeros acordes de violín del opus 39 del compositor inglés Edward Elgar, una serie de cinco marchas escritas entre 1901 y 1902, de las que destaca la primera, convertida ya en parte de la banda sonora colectiva. Pompa y circunstancia (ed. Fórcola), el título de la tan inclasificable como magna obra ensayística de Ignacio Peyró, no sólo evoca los acordes de las marchas compuestas por Elgar, sino que nos retrotrae hasta el tercer acto del drama shakesperiano de Otelo: “Adiós al relincho del corcel de batalla, al tambor que conmueve el espíritu, al pífano que perfora los oídos, a la bandera real y todas sus cualidades, orgullo, pompa y circunstancia de la gloriosa guerra”. Los versos de Shakespeare son una despedida, una elegía a un tiempo, identificado con la bandera y la victoria bélica, de orgullo, pompa y de conmoción. Peyró, por su parte, se apropia de estos versos, como ya había hecho en su día el propio Elgar, para reinterpretarlos: la pompa y circunstancia, sin embargo, de Peyró no remite al género elegíaco, no hay añoranza y sentimiento de pérdida como se percibe en los versos del dramaturgo y se ha vaciado del tono fúnebre que define la tercera marcha de Elgar. La pompa y circunstancia de Peyró se define, sino por el tono triunfal o festivo de las otras marchas del compositor inglés, sí por su carácter de homenaje a la cultura inglesa, entendiendo el término cultura desde sus más amplios márgenes: no hay una apuesta exclusivamente elitista en los referentes ni tampoco una férrea demarcación temporal. Pompa y circunstancia es una obra que, aparentemente bajo la forma ordenada del diccionario, disecciona distintos elementos de la cultura, historia, sociología, política inglesa: de las altas esferas del Parlamento, ese panóptico frente al Támesis que tan bien describió Dickens en las primeras páginas de Nuestro amigo común, hasta elementos, aparentemente nimios, de la cotidianidad, como puede ser el paraguas, el cuero Connolly o el Daily Telegraph, el periódico de mayor difusión en las islas británicas. Decía Samuel Johnson, cuya tradición ensayística junto a la de Montaigne constituyen la base sobre la que se sustenta Pompa y circunstancia, que “las grandes obras son hechas no con la fuerza, sino con la perseverancia” y, sin duda alguna, el valor de la obra de Ignacio Peyró reside en la perseverancia intelectual de su autor, una perseverancia que, indudablemente, ha desembocado no en una erudición, de la cual el autor no carece, sino de un bagaje cultural, artístico, literario, político y filosófico que sorprende por su amplitud así como por la joven edad de quien lo posee. En efecto, si bien ya advirtió Roland Barthes que la consideración crítica debe basarse única y exclusivamente en la obra, y si bien no es nuestra intención hacer énfasis únicamente en los datos generacionales, tan anecdóticos como poco ilustrativos, sí es cierto que resulta imposible no detenerse ante la juventud de Ignacio Peyró (1980), puesto que Pompa y Circunstancia, no tanto por el volumen –¿acaso no abundan mediocres obras con desgraciadamente innumerables páginas de pésima narrativa?- sino por su profundidad intelectual es una obra de madurez intelectual: en su construcción fragmentaria, un homenaje directo e indirecto a la Enciclopedia Británica así como a la inacabada Obra de los pasajes de Walter Benjamin, Pompa y circunstancia se convierte en el más perfecto retrato de la cultura inglesa, un retrato que, organizado alfabéticamente, se presenta como un work in progress, como una obra de formación. El lector, casi como el autodidacta de Sartre, avanza a través de cada entrada del libro realizando un propio y subjetivo recorrido formativo. Al subtítulo del libro es “diccionario sentimental”, bien podríamos añadir que uno de los objetivos de Peyró es ofrecer una educación sentimental, un ensayo de formación a través del cual el lector no sólo encuentra su propia afiliación a la cultura inglesa, sino que descubre intelectualmente a Ignacio Peyró, cuyo retrato intelectual se va delineando paralelamente al retrato de la cultura inglesa. El periodista y escritor, colaborador de ABC Cultural, Letras Libres, Frontera digital y director de Nueva Revista, no sólo irrumpe en el panorama ensayístico castellano, sino que se postula como una de los intelectos más meritorios en unos días donde de brillantez andamos más bien escasos.

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¿Cuál es su idea de felicidad perfecta?

Decía Simone Weil que la alegría es el sentimiento de lo real. No perder eso. Y, de ser posible, una buena botella de Chablis, que es como un tragaluz del paraíso.

¿Cuál es su gran miedo?

Recuerdo una gran congoja cuando, de niño, nos leían la parábola de los talentos: ese imperativo absoluto de no traicionar nuestra vocación.

¿Cuál considera que es la virtud más sobrevalorada?

Creo que el problema es tomar algunos sentimientos –la indignación, por ejemplo- como virtudes, cuando las virtudes necesitan cierta ascesis.

¿En qué ocasiones recurre a la mentira? (en el caso que confiese mentir)

Cuando alguien me pregunta “¿qué tal me queda esto?”

¿Se muerde la lengua antes de expresar determinadas opiniones por temor al qué dirán?

Hasta la tercera copa. Luego ya me voy soltando.

¿Cuándo fue la última vez que tuiteó o publicó algún comentario en las redes sociales con plena libertad?

Hoy mismo. No permitírselo todo es una de las acepciones de la libertad.

¿Qué es para usted la libertad?

Un deber, una responsabilidad, un honor. Es, de alguna manera, lo que nos convierte en seres morales, y por eso hay que estar a la altura

¿Hablar y expresar públicamente opiniones políticas o silenciarlas?

Sobre todo, no ser un pesado.

¿Activismo público o compromiso privado?

Alguien muy sabio dijo que la luz no se enciende para meterla bajo el celemín.

¿Informarse o ser informado?

Un dilema que tenemos hoy es elegir dónde informarnos.

¿Qué es para usted y qué valor tiene la información?

No sé la información, pero la bibliografía lo es casi todo.

peyroLa cultura, ¿cuestión de esnobismo o conocimiento transversal?

Un buen poso de lecturas, ante todo. Por lo demás, siempre somos el snob de alguien, y lo que se aparte hoy del paradigma cultureta parece de una pretensión intolerable.

¿Todo es cultura? O, mejor dicho, ¿qué no es cultura para usted?

La memoria corta y la banalidad autosatisfecha que, en parte, vienen de haber abandonado todo recuerdo clásico.

¿Sus referentes culturales son literarios, musicales, artísticos, cinematográficos…?

Son, por así decirlo, morales, y ahí cabe de todo, aunque ciertamente hay más literarios y –con toda su complejidad- políticos.

¿Un autor para releer?

Tres: Morand, Chateaubriand, Gibbon.

¿Un autor recién descubierto?

Más redescubierta que descubierta, la verdad: Madame de Sevigné. ¡Qué escritora! Impresiona saber que una de las más arrebatadas literaturas amorosas del mundo se la escribiera una madre a su hija.

¿Una película, una obra de teatro o un espectáculo recientemente visto y que no olvidará?

Procuro ir siempre que puedo a los montajes de la CNTC, que son de una calidad extraordinaria –y un motivo de orgullo.

La creación, ¿un arte, una pasión o un ofició que se puede aprender?

Una doma del espíritu.

¿Todos podemos escribir un libro?

Me imagino que sí.

¿Todos podemos publicar?

Ayuda haber salido en un reality.

¿Todos podemos ser artistas?

Es curioso. Tiendo a desconfiar de una palabra que sirve para designar lo mismo a Mantegna que a Isabel Pantoja.

El éxito, ¿personal o profesional?

Hoy ocurre algo que antes no ocurría: lo profesional está más cerca de lo personal que nunca. En algunos oficios –como en el de escribir-, así había sido siempre: nos justificamos por lo que hacemos, no por lo que somos.

El éxito, ¿fama, dinero, reconocimiento o no necesariamente?

Creo que si a uno le gusta escribir, el único éxito verdadero es escribir, y lo demás ni depende de uno ni, en el fondo, importa.

¿Cuál considera que es su gran logro?

No tengo la menor idea.

¿Cuál es su lema?

Me gustaría que fuese “ora et labora”, pero a veces se queda en el “edamus et bibamus”.

 

 

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