Cuando Charles Dickens lo dice mejor

Por Anna Maria Iglesia

@AnnaMIglesia 

Releo Nicholas Nickleby de Charles Dickens; un fragmento me detiene. Imitando involuntariamente el gesto lector descrito por Roland Barthes, levanto la mirada, la alejo del texto y reescribo en silencio las frases que acabo de leer. Vuelvo al texto de Dickens, escrito entre 1838 y 1839, lo releo. Me doy cuenta de la actualidad de cada una de las descripciones contenidas en este fragmento, de la urgencia de su lectura y de la imposibilidad de su actualización. No necesita ser reescrito, nada hay que añadir a este párrafo que contiene todo aquello que quisiera escribir. Pero, ¿para qué escribir cuando Dickens lo dice mejor? ¿Para qué dar vueltas de tuerca cuando en los clásicos están las claves, las palabras, las reflexiones para entender nuestro presente? Puede que necesitemos menos hermeneutas y más relecturas. Por ello, ¿para qué seguir escribiendo? Ceder la palabra a Charles Dickens es, hoy por hoy, la mejor de las opciones:

 nicholas

 

 

“Ahora, cuando se detenía a pensar en la regularidad con que las cosas tenían lugar día tras día de la misma e invariable manera; cómo morían juventud y belleza y cómo fealdad y vejez se obstinaban en perdurar; cómo la incontable avaricia se hacía rica y los corazones honrados permanecían en la tristeza y la pobreza; qué pocos eran propietarios de las grandes mansiones y cuántos los que yacían en miserables barracas; o se levantaban cada día y se acostaban por la noche, y vivían y morían, padre e hijo, madre y niño, raza tras raza, generación tras generación, sin casa o cobijo, sin recibir ayuda de las energías de un solo hombre; cómo en procurarse no una vida espléndida y lujosa sino apenas los medios mínimos de la subsistencia más miserable e inadecuada se afanaban mujeres y niños en esa ciudad, divididos en clases, numerados y censados con tanto cuidad como las familias nobles y los señores de alto rango; y cómo eran arrancados de la infancia para dedicarse a los más infames y criminales oficios; cómo se castigaba la ignorancia sin educar a los ignorantes; cómo engullían las rejas de las cárceles y las galeras a miles arrastrados por circunstancias incomprensibles para sus pensamientos infantiles y que si no hubiese sido por esas circunstancias se hubiesen dedicado a ganarse honradamente el pan y a vivir en paz; cómo muchos no tenían la menor oportunidad y sus almas morían en la indigencia; cómo se unían en la común miseria miserables descarriados por la pobreza y el hambre y malvados incapaces de un pensamiento noble; cuánta injusticia y miseria y mal había; y sin embargo de todo ello, cómo el mundo giraba año tras año, indiferente e inclemente, sin que nadie buscase al sufrimiento ni remedio ni alivio”.

Charles Dickens (Traducción de José Bornet)

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