«Latin Fire»: Una lectura sociológica de PhotoEspaña

Por Montserrat Sánchez Alonso.

Incorporado sobre la cama el guerrillero nicaragüense nos desafía con la mirada. Corre el año 1978, tan sólo faltan unos meses para que el pueblo de Nicaragua derroque a la dictadura hereditaria del clan Somoza el 19 de julio de 1979. Los ojos del guerrillero atraviesan la instantánea con tal fiereza que sólo después de unos minutos recabo en la amputación de sus dos piernas, en las medicinas que le rodean o en el decoro con el que ha cubierto sus genitales para la foto. Pedro Meyer (México, 1935) ha acompañado a los revolucionarios sandinistas durante la contienda y conoce esa mirada. No quiere retratar a un tullido de guerra. Está fotografiando a un guerrero.

Pedro Meyer. El guerrillero herido. Nicaragua, 1978.
Pedro Meyer. El guerrillero herido. Nicaragua, 1978.

Desde Argentina a México, todos los países del Cono Sur, Centroamérica y Caribe fueron víctimas del fanatismo político y la barbarie, bien por padecer gobiernos autoritarios de forma directa, bien por ser parte de redes internacionalizadas de localización, represión, tortura y desaparición de disidentes y activistas políticos. Algunos países como Nicaragua y Cuba las padecieron desde la década de los años 30. Chile, con una de las violencias de Estado más feroces del subcontinente, hasta 1990. En dicho contexto, la fotografía y otras formas de expresión artística como la poesía o el collage, fueron esenciales para la denuncia y la visibilización de estas atrocidades, tomaron parte en la protesta sociopolítica y dignificaron la lucha armada contra las dictaduras que asolaban Latinoamérica. Las instantáneas de Eduardo Longoni (Argentina, 1959) y Pedro Valtierra (México, 1955) sobre las manifestaciones de las Madres de Plaza de Mayo forman ya parte del imaginario colectivo; otras como las de Rodrigo Moya (México, 1934) que testimonió la vida de los guerrilleros venezolanos; Alberto Korda (Cuba, 1928) que inmortalizó el éxito de la revolución cubana; Jorge Brantmayer (Chile, 1954) que de forma más performativa denunció la tortura y la violencia estatal de la dictadura de Pinochet, o las de Héctor García (México, 1923) sobre el Movimiento Vallejista en 1958, son también claros ejemplos de la utilización de la fotografía como arma política.

Rodrigo Moya. Guerrilleros en la niebla. Venezuela, 1966.
Rodrigo Moya. Guerrilleros en la niebla. Venezuela, 1966.
Jorge Brantmayer. Prisionero encadenado. Chile, 1978.
Jorge Brantmayer. Prisionero encadenado. Chile, 1978.

En su propuesta de un nuevo objeto de reflexión artística, Sergio Trujillo (Colombia, 1947) testimonió los reclamos y las inquietudes sociológicas de la época, retratando entre los años 1972 y 1979 los muros y las fachadas de su ciudad natal atiborradas de carteles y fraseologías. El preciosismo estético y compositivo de algunas de estas instantáneas es innegable, sin embargo, la renuncia a la belleza fue también un instrumento de denuncia y perturbación consciente. Manuel Zavala Alonso (México, 1956) y Ernesto Molina (México, 1952) del colectivo artístico Suma, utilizaron la basura, los residuos, los recortes de prensa y la temática urbana como metáforas situacionales para la realización de sus fotos y collages. En la misma línea, el lema “no queremos hacer fotos bonitas” del colectivo artístico El Grupo, vehiculó gran parte de las obras de sus integrantes, entre los que se encontraba Vladimir Sersa (Venezuela, 1946), cuya serie Seis letreros que se ven entremezcla la crítica, el testimonio y el humor a partes iguales.

Las luchas sociales contra las distintas formas de opresión y tiranía estuvieron intrínsecamente ligadas al empoderamiento paulatino de las clases populares, de los campesinos y de los indígenas. Sus reivindicaciones a favor de las mejoras salariales y el derecho a la tierra trascendieron los entornos rurales y fueron llevadas a los centros urbanos haciéndose visibles. La vida de ciudades como Lima mutó. Sus clases altas vislumbraban por primera vez la fortaleza organizativa de los obreros, los campesinos pobres o a los miembros de Sendero Luminoso clamando sus consignas en la Plaza de Armas. Poseídos por un asco moral y por el miedo a la precariedad y a la pérdida de sus tradicionales privilegios económicos, las clases poderosas parecían dispuestas a defenderse. Jorge Deustua (Perú, 1950) inmortalizó esta lucha de clases con su serie Este año en que vivimos el peligro, en la que se suceden los retratos de varios hombres armados de la élite limeña con una actitud desafiante, mal encarada y agresiva.

Jorge Deustua. De la serie Este año en que vivimos el peligro. Perú, 1991.
Jorge Deustua. De la serie Este año en que vivimos el peligro. Perú, 1991.

Reina del sincretismo América Latina ha sido testigo a lo largo de su historia del solapamiento de fenómenos sociales de carácter muy antagónico. Desde la década de los 80 en adelante las últimas dictaduras del subcontinente coexistieron con experiencias de modernización económica, conquistas en materia de derechos humanos y reivindicaciones ejemplarizantes de la memoria histórica. La segunda explosión demográfica y los desplazamientos forzosos trajeron consigo los éxodos campo-ciudad, y las nuevas formas de pobreza enfrentadas a la realidad inmutable de las antiguas formas de riqueza. La emergencia y multiplicación de los carteles de la droga y las pandillas sigue siendo exponencial al sentimiento religioso de sus líderes, y las consecuencias de la deuda y del Consenso de Washington como antesalas de la virulencia capitalista y los tratados de libre comercio, han reforzado tradicionalismos y exacerbado el sentimiento fatalista, trágico y también hedónico de la vida. Armando Cristeto (México, 1957) con la serie Las noches del reventón, Pablo Ortiz Monasterio (México, 1957) con instantáneas como Volando bajo, Fernell Franco (Colombia, 1942) con la serie Prostitutas o Carlos Somonte (México, 1956) con Internos, convirtieron tales hibridaciones sociológicas en sus obsesiones artísticas.

Pablo Ortiz Monasterio. Volando bajo. México, 1988.
Pablo Ortiz Monasterio. Volando bajo. México, 1988.
Carlos Somonte. Sin título. Serie Internos. México, 1995.
Carlos Somonte. Sin título. Serie Internos. México, 1995.

Mención aparte merecen las fotografías de Leonora Vicuña (Chile, 1952), Graciela Iturbide (México, 1942), Adriana Lestido (Argentina, 1955), Ivonne Venegas (México, 1970) y Maya Goded (México, 1967). La pobreza, la sumisión de las mujeres de clase alta, el travestismo y la transexualidad durante la dictadura pinochetista, la situación carcelaria, la prostitución y el feminicidio, protagonizan esta serie de retratos de mujeres fotografiando a mujeres. Subyace en todas ellas la preocupación feminista y de género que una vez más había sido relegada a favor de otras conquistas revolucionarias y reivindicaciones sociales.

Maya Goded. De la serie Desaparecidas. Ciudad Juarez, México, 2005.
Maya Goded. De la serie Desaparecidas. Ciudad Juarez, México, 2005.

De todo esto y más nos habla sin palabras y escaso contexto sociohistórico la muestra Latin Fire, retrospectiva imperdible de fotografía latinoamericana que este año PhotoEspaña presenta en el CentroCentro Cibeles hasta el 13 de septiembre de 2015.

Latin Fire. Otras fotografías de un continente. 1958-2010 Colección Anna Gamazo de Abelló.

CentroCentro Cibeles

Plaza de Cibeles, 1

28014 Madrid

Hasta el 13 de septiembre de 2015

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