B (2015), de David Ilundain

 

Por Miguel Martín Maestro.

b cartelSi no conociéramos la realidad, o gran parte de ella, la que nos refleja día tras día la enorme podredumbre de este país, sea cual sea la nación en la que cada uno se sienta más representado, pensaríamos que la película habla de una nación lejana, de otra galaxia, preferiblemente de eso que se ha dado en llamar “república bananera”, aunque en este caso lo mejor sería hablar de “monarquía bananera”, pero no, se trata de España y del siglo XXI, de la España del PP en este caso, aunque otros ya tuvieron sus Bárcenas y sus x.

B no me parece una gran película, ni tan siquiera una película destacable, y sin embargo, es una película imprescindible. En España los problemas gordos duran lo que la prensa determina que duren, Gurtel, Bárcenas, Púnica… han sido metidos en el congelador, a partir de ese momento la corrupción ha pasado a dejar de ser el gran problema, y poco a poco, la gente olvida, recupera una parte de una extra expoliada y volverá a votar lo que votó siempre. B parte de una idea no original, porque es la traslación a cine de una obra de teatro precedente. Los recursos fílmicos son muy básicos y muy manidos, la economía de medios necesaria e imprescindible en tiempos de crowdfunding, un elenco de actores absolutamente fagocitado por una presencia imponente, la de Pedro Casablanc interpretando a B, también bautizado por sus congéneres de especie depredadora como “el cabrón”. La película es este actor asumiendo la casi hora y media de protagonismo con la muleta de secundarios a su alrededor que nada aportan. Ahora pienso que si en vez de usar la fórmula del interrogatorio judicial la idea hubiera progresado a un espacio en negro donde B desnuda su alma parcialmente, estéticamente el resultado hubiera sido más aterrador. B es Pedro Casablanc y nada más, pero tampoco es poco, B es eso y es España, demoledor.

Porque de terror, o de espanto, la película anda sobrada, se podrían eliminar esas concesiones facilonas de las reacciones de los letrados a las contestaciones del ínclito B de Bárcenas, Luis Bárcenas, el de la “peineta” a todos los españoles, el funcionario del partido, el tesorero multimillonario, el repartidor de sobres, el conseguidor y conocedor de toda la mierda que salpica la financiación de su partido político y, como consecuencia, que pudre nuestra democracia hasta el punto de no poder llamarla como tal, podía ser más dinámica, podría tener un juez menos asustado del interrogado, pero no podría ser más didáctica a la hora de exponer cómo se corrompe un país.

En la apenas hora y media de película, extractado el interrogatorio de cinco horas original, las imágenes reproducen parte de lo declarado por Luis Bárcenas en uno de los múltiples interrogatorios a los que se le ha sometido en la Audiencia Nacional, el día en que decidió reconocer que había entregado dinero en mano a Rajoy, Cospedal, Cascos, Acebes, Trillo… el día en que, por si aún existía algún alma cándida, el Luis se fuerte pasó a ser  “ese señor”, el día en que “nada es verdad, salvo algunas cosas” pasó a ser una cloaca pestilente de comisiones y contrataciones amañadas, donde cada dirección regional reproducía el sistema nacional recogiendo dinero de donantes “anónimos” cuya mayor aspiración era que en la calle Génova se supiera el nombre del donante.

b ilundainEn la mafia se recauda para dar protección, en el país del 3% (eso para los nacionalistas peligrosos, porque para los nacionalistas españoles parece que el 3% era insultante) para tener un contacto al que dirigirse cuando se quiera una obra o una concesión. Los nombres “ilustres” de la economía española desfilan durante el interrogatorio, pero al final la pregunta es inevitable, entre tanta indecencia, ¿alguno ha sido reprobado?, ¿alguno ha sido cesado?, ¿alguno ha reconocido su error?, ¿alguno ha sido censurado por los ciudadanos?, es más, ¿alguno de los importantes se va a sentar en el banquillo de los acusados? Pues no, y eso revela cómo malfunciona nuestro sistema. A más tardar a finales de diciembre habrá elecciones generales, y en esas elecciones ninguno de estos nombres estará inhabilitado para presentarse a las mismas, ninguno habrá declarado como imputado, ninguno ha tenido que justificar sus pagos en negro, de ninguno sabemos que haya sido inspeccionado por Hacienda, una hacienda que somos todos y pagamos los de siempre. En diciembre muchos de estos nombres saltarán en un balcón, pero saltarán riéndose de la panda de (pongan ustedes el calificativo) que urna tras urna perdona los chanchullos, las cacicadas, las ilegalidades, los delitos, porque como han dicho muchos de ellos, da lo mismo lo que digan los jueces porque las urnas ya han juzgado, y durante cuarenta años ya, casi ninguna urna ha puesto al corrupto, al delincuente, al malversador en su sitio, sino que lo ha premiado. Saltarán de alegría pensando en que lo han vuelto a hacer, que nos han vuelto a engañar porque estamos predispuestos al engaño, que la picaresca forma parte de nuestros genes, y robar también, que un país que es capaz de haber elegido a Gil y Gil y a Ruiz Mateos pocas lecciones puede dar y poco puede exigir.

Parecía hace unos meses que eso podía cambiar, pero para revertir tendencias contamos con el inestimable apoyo de los “chicos de la prensa libre”, libre de una, grande y libre. Pero estaba hablando de cine perdonen ustedes, y como es natural, esta película no la ha querido financiar nadie, no la querido distribuir nadie con poder, no la va a exhibir ninguna televisión de las de hoy, porque, en definitiva, la España de Bárcenas no es muy distinta a la España del fontanero que trabaja sin darse de alta, del abogado que declara la mitad de lo que cobra, del médico que desvía sus pacientes de la privada a la pública, del arquitecto que trabaja en negro para un  partido político o del juez que no duda en cobrar de un banco por una conferencia 1.000€ y al día siguiente juzgar un asunto del mismo banco, Bárcenas somos todos, no nos engañemos, tenemos la clase política que hemos creado a nuestros pechos, aunque algunos, y no son pocos, procedan de pechos que no eran democráticos, vamos, casi como los de ahora.

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