La perfecta familia americana: Modern Family y la lucha contra la realidad

Por Alicia Louzao

Bandera USAQue la televisión engaña y es “producto para bobos” nos lo hemos tenido que engullir durante mucho tiempo. En una época en donde magníficas series como Los Soprano, The Leftovers, The Good Wife, The Wire, Peaky Blinders, etc., penetran en nuestra sociedad por la puerta grande, todavía quedan retazos de aquello que ahora criticamos y que una vez disfrutamos. Un Family matters (o “Cosas de casa”) o un Salvados por la campana con sus camisas de fuertes estampados y zapatillas blancas (esto es, una moda como la de ahora). Pues es motivo de un esnobísimo levantamiento de ceja el que un compañero espete un: “Estoy por la tercera temporada del Príncipe de Bel-Air”. Jauja. Y el que comparta mesa de café con dicho sujeto poco a poco sumergirá la cabeza dentro del cuello de camiseta, que oportunamente y por enésima vez reza Breaking bad. O pedirá un taxi.

En una cultura en donde la inmigración está a la orden del día y los divorcios en pantalla son cuestión de Oscar cuando están tratados con la elegancia del cine que va a perdurar (véase la preciosa American Beauty, en donde un padre frustrado tira por la borda su presente y su relación ya bastante destrozada por el paso del tiempo: trabajo y pareja, los pilares fundamentales de toda vida que se precie como tal en la sociedad contemporánea), la presentación de tres familias modernizadas en su punto justo, hace que el espectador vea pasar por sus ojos la riqueza y el bombo de todas ellas, nexo de unión de Modern family. Porque tanto el padre atolondrado y la madre repelente, como Gloria y Jay o Cam y Mitchell disfrutan de fascinantes casas en donde cada día podremos observar un elemento nuevo, tratado con total naturalidad, ora un súper castillo de juguete con torres y puente levadizo, ora una cama elástica que siempre estuvo ahí.

Así como en Frasier la riqueza viene dada por el empleo del psiquiatra y de su hermano (ambos ricos, ambos sibaritas, ambos fanáticos del queso francés y del sherry) en Modern Family se plantea como algo que siempre ha estado presente y se toma con la sencillez que uno se lleva la sopa fría a los labios. Así el espectador toma como algo totalmente corriente el hecho de cenar en restaurantes elegantes cada noche, ir al centro comercial de compras, billetes para viajar por Europa o acceso directo a unas prácticas en una revista de moda. Y todo ello presentado bajo el velo de sorpresa que salta de vez en cuando en los rostros de la familia “cuidado con el bolsillo que esta vez vamos a gastar mucho”.

En cuanto a los papeles de la familia, apunta Juan Carlos Pérez Jiménez en “Del sueño a la pesadilla: la imagen de fin de siglo” que “los roles ideales de padres e hijos que aparecían en los seriales de décadas pasadas han quedado desfasados por completo (…) es impensable ver ahora en televisión retratos de familia tan bien engarzados como los de La casa de la pradera”. Pero no estemos seguros de ello. Cuando Pérez Jiménez escribe su artículo todavía no había surgido Modern Family. Esta serie es, realmente, un revival de La tribu de los Brady. Con otras pelucas y otra manera de llevar los pantalones y más videoconsolas. El problema mayor de las tres familias, que forman una, es de qué trastos deshacerse o cómo disfrazarse para celebrar la fiesta tal y cual.

Evidentemente es una serie de humor, frívola, con actores tan carismáticos como Sofía Vergara o Eric Stonestreet y con exageraciones obvias.

Lo que llama la atención es que realmente se ofrezca un producto como el de El Príncipe de Bel-Air o Padres forzosos (Full house) en donde las tres familias, muy variopintas y representando diferentes situaciones personales (la pareja homosexual con hija adoptiva, la pareja de hombre mayor-joven atractiva inmigrante con hijo de ésta, la pareja de hombre y mujer con tres hijos) que se dan en la vida real, representan lo que hemos observado como espectadores desde tiempos remotos y que ahora aplaudimos cada vez que esta idea se aniquila: la perfecta familia americana.

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