¡Bu!

Por @oscar_mora_.

bu03Yo no soy nadie para decidir lo que cada uno ha de celebrar, ni me interesa lo más mínimo el debate sobre si Halloween es un fenómeno de aculturación, o una excusa para participar de una fiesta que hunde sus raíces en la muerte, el feísmo y el miedo como principales motores.  Aquí, ya lo saben, somos más de comer huesos de santos y asistir a la representación del Tenorio. Aunque su mito tenga hoy en día cierto olor a rancio, no me negarán la potencia visual de un tipo de rodillas en un cementerio, el día de todos los santos, siendo arrastrado por las almas de todos aquellos a los que ha matado. Tú pones ese argumento en manos de Guillermo del Toro y tienes un blockbuster instantáneo. Todo el terror había pasado ya por nuestra literatura antes de que llegasen Sleepy Hollow y las calabazas.

El miedo. La necesidad de sentir cosas nos lleva a querer tener miedo, ponernos en riesgo. Imagino que el mecanismo que está actuando es el mismo de la montaña rusa, el de un riesgo controlado que nos dispara la adrenalina con el cómo sería morir, cómo sería ser mutilado, cómo sería matar. Uno de mis temas favoritos en los relatos de terror es la visión del propio entierro, que nos devuelve a la tradición literaria española, con El estudiante de Salamanca. El triplete del terror recomendable para el día de difuntos se completa con la leyenda 15 de Bécquer: El monte de las ánimas. Hemos cultivado el género, sí, pero no hemos dado un gran libro de terror, una gran novela gótica que funde un mito a la altura de Drácula o Frankenstein. Hay tradición de relato, pero incluso en eso nos adelantaron desde sudámerica, con un cuento pavoroso que juega bu02con el espacio ausente y es casi inigualable: Casa tomada.

Es bastante conocida la anécdota de que tanto Drácula como Frankenstein o el moderno Prometeto nacieron de una apuesta. La erupción del volcán Tambora provocó una pequeña edad del hielo en toda Europa en el año 1816. No hubo, literalmente, verano, y el disloque del clima (ríanse del primo de Rajoy) tuvo consecuencias colosales y terribles en todo el continente. Pero esa erupción nos permitió conocer a los dos monstruos ya citados. Mary Shelley y su esposo estaban en Suiza de visita al poeta Byron. Aquella reunión, donde había otros escritores, fue todo un desastre en lo vacacional por las bajas temperaturas, así que los ociosos jugaron a ver quién escribía el relato más aterrador. John Polidori escribió El Vampiro, antecedente de la obra de Bram Stoker, y Shelley hizo lo propio con Frankenstein. William Ospina ha contado la historia maravillosamente en un libro que paradójicamente salió en junio: El año del verano que nunca llegó.

La tradición manda que estos días uno se rinda a los maestros del género: Edgar Allan Poe, por supuesto, del que no cabe añadir una línea. Pero también los alucinados libros ilustrados de Edward Gorey. Se acerca el adviento, así quebu01 háganse con los Doce terrores de Navidad que escribió Updike e ilustró Gorey. Aprovechen para hacerle un sitio a los cuentos de Ambrose Bierce, y si todavía les quedan arrestos, lean las historias de fantasmas de Charles Dickens
reunidas en
Para leer al anochecer. Si no conocen a Álvaro Cunqueiro, estas fechas son la excusa perfecta para leer Las crónicas del sochantre, una novela protagonizada por una hueste de no-muertos bretones que buscan el descanso eterno a bordo de una calesa.

Cada época fabrica sus propios monstruos, y cada sociedad tiene los suyos propios para aterrar a sus coetáneos y reunir los terrores que nos asaltan desde que tenemos uso de razón (¿Quién dice que las pinturas de Altamira no narren una historia de terror?). Me apena pensar que la nuestra va a dejar a los vampiros de Crepúsculo, pero qué quieren, cada uno tiene los monstruos que merece.

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