Los libros de la isla desierta: Las uvas de la ira

Por Óscar Hernández Campano.

LAS UVAS DE LA IRA, John Steinbeck.

Las uvas de la iraDicen que un clásico lo es porque lo que el texto narra, explica o sostiene, perdura más allá de la época en la que fue escrito. Nadie duda del clasicismo de los autores grecolatinos o de los maestros medievales. Todos están de acuerdo en otorgarle esa etiqueta a los novelistas del XIX y a aquellos que han inspirado con sus obras a los actuales escritores. Un clásico es eterno porque condensó el pensamiento de una época, porque fue el primero o el mejor en transmitir una idea, o porque inspiró durante generaciones a quienes vinieron después.

Las uvas de la ira es, sin duda, un clásico de la literatura norteamericana del primer tercio del siglo XX. No sólo por la técnica narrativa; no sólo por su descripción cuasi etnográfica del ser y hablar de los campesinos de Oklahoma; no sólo por su desgarradora historia y el contexto socio económico en el que se desarrolla; sino porque por muchos años que pasen, las escenas y vivencias de sus personajes no pasan de moda. Siempre echamos mano de Medeas, Jasones, Edipos o Aquileos para ejemplificar situaciones o conflictos actuales porque los problemas que los griegos y romanos narraron, por su universalidad, han devenido modelos literarios atemporales. Han pasado tres generaciones largas desde los hechos narrados en la novela de Steinbeck y las vivencias de los Joad, la familia protagonista, parece haberse convertido en un modelo sin tiempo, o eterno. Y esto es así porque el mundo de hoy se parece terriblemente al mundo de entonces, al mundo de aquella familia, que no era otro que su propio país. Los Estados Unidos eran todo su mundo. Un universo vasto y rico en el que (tras deshacerse de los nativos) los Joad y otras familias habían vivido y trabajado durante generaciones. Cuando de repente, de un día para otro, después de recurrir a préstamos y más préstamos en ventajosas condiciones, durante los años de la bonanza y de la burbuja del cereal, el banco, la compañía, la empresa, decide sustituir a los hombres por máquinas y aquellos hombres, mujeres y niños que se deslomaban cada día para arrancarle a la tierra algo que llevarse a la boca, estorban. Un hombre con un tractor hace lo que cientos de hombres en mucho menos tiempo. Como la tierra es mía, los expulso, los desahucio. Los Joad, y cientos de familias más, miles, huyen entonces hacia la tierra prometida: California. En la costa dorada yanqui parece que el Edén se ha hecho carne, árbol, planta y fruto, y que el trabajo abunda y que se bañarán entre naranjas, uvas, algodón y muchos, muchos dólares. Sin embargo, no serán dólares sino dolores lo que los Joad recibirán en el viaje hacia California y allá, una vez que la alcancen.

La novela, que puede dividirse en tres partes, la presentación, el viaje y California, resulta más dura y desgarradora conforme avanza el relato. En el viaje, un peregrinaje sobre un destartalado camión en el que todas las posesiones de los Joad van mezcladas con la docena larga de familiares que se amontonan junto a colchones y cacerolas, Darwin se hará presente. En California, será lo peor del ser humano lo que se muestre en todo su horror. Cuando hay necesidad, parece decirnos Steinbeck, sale lo peor del ser humano. Aunque los Joad personifican la familia inquebrantable -con sus más y sus menos- y la esperanza.

El tratamiento de los personajes es basculante. Me explico. El protagonista aparente es Tom Joad -joven, ecuánime y expresidiario- pero conforme avanza la novela, el autor carga con el peso de la trama a la madre Joad, quien se convierte en una fuerza sobrehumana para sacar adelante a su familia en los momentos de mayor dificultad, no sólo material, sino psicológica. Y son las mujeres, una mujer en concreto, débil aparentemente, la que protagoniza la escena más desgarradora, perturbadora y tierna que tiene la novela. Escena que en la adaptación que John Ford dirigió en 1940 no aparece, al igual que muchas otras, y cuyo tratamiento y trama difiere de la novela según avanza el metraje. Una obra maestra, sin duda, pero leída la novela, todo se matiza, incluso a Mr. Ford.

Las uvas de la ira es sin duda un clásico porque el mundo, hoy, global sí, pero igual de pequeño y miserable entre los iguales que huyen o se desplazan en busca de un futuro, no ha cambiado en lo que realmente importa. Es por ello que esta novela, premio Pulitzer y una de las patas del Nobel que le concedieron a Steinbeck, tiene que tener un lugar de lujo en nuestra isla desierta.

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