Hombres frustrados, atrapados en una nostalgia de juegos infantiles y putas insuperables

Por Horacio Otheguy Riveira

Siempre me resistí a que terminara el verano es un melodrama en el que unos amigos en torno a los 40 intentan volver a ser los chavales que festejaron su iniciación con putas estupendas. Una función que no ofrece todo lo que promete, prisionera de la propia tristeza de sus personajes, pero con un aporte insólito: la vitalidad de sus actores en una muy prometedora carrera.

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De izquierda a derecha: Andrés Gertrudix, Santi Marín, Estefanía de los Santos, Pablo Rivero. Sentado, Unax Ugalde. Fotografía: Danimantis.

En la historia del teatro hay una gran tradición en la sublimación de las prostitutas que hicieron felices a muchachos/hombres que conocieron orgasmos resplandecientes entre las piernas de profesionales auténticas —o novatas necesitadas de florecer en el negocio—, y nunca más se reencontraron con aquellas aventuras, con aquellos seres mágicos.

Mucho texto se ha elaborado, pero el fenómeno continúa vivo, y un autor joven, con trayectoria más o menos vanguardista, rompedora de algunos cánones tradicionales como Lautaro Perotti (también actor, director, docente), llega ahora con un cuarteto de hombres jóvenes (en torno a los 40) derrumbados, atrapados por un pasado que les parece entre maravilloso y a la vez terrible, porque entre las putas de su adolescencia también se entremezcla la infancia libre, juguetona, de pelota en mano, tarde en tarde… como un eco que les agasaja y tortura.

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Estefanía de los Santos, la única mujer, emblema de luchadora, símbolo de puta y madre comprensiva: una gran creación personal. Fotografía: Danimantis.

Tal vez la veterana prostituta, especie de reina-madre, aporte el mayor interés del drama con una humanidad floreciente, siempre viva, incapaz de quedarse paralizada en el pasado, aunque es en el recuerdo de las hojas del otoño donde logre refrendar un momento de dicha (gran trabajo de Estefanía de los Santos, capaz de tratar con absoluta naturalidad todos los vaivenes de sus desvalidos «peterpanes»).

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Pablo Rivero, Andrés Gertrudix y Unax Ugalde bajo una lluvia simbólica, en busca de una felicidad inalcanzable. Fotografía: Danimantis.

 

Lo mejor de esta representación son sus intérpretes: jóvenes que van madurando en el teatro (la prueba de fuego de sus carreras muy ligadas a la televisión y/o el cine), capaces de crear algunas emociones en medio de la nada —con la ayuda de una escenografía y un espacio sonoro que inciden en un dramatismo que el texto apenas procesa—.

 

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Fotografía: Danimantis

Resulta notable la evolución de Pablo Rivero, forjado en el «más difícil todavía» de producciones dirigidas por Tomaz Pandur como La caída de los dioses (un personaje ambiguo, trágico, con inolvidable relación íntima con su propia madre, Belén Rueda), o en las complejas capas creativas del mismo director ante el Fausto de Goethe.

Rivero tiene aquí un personaje monocorde en el único perfil del grupo que depende de circunstancias muy precisas, y externas a sus decisiones. Sin embargo, en su voz y en su expresión corporal adquiere valor, mantiene siempre un vivo interés, con una actitud corporal y un tono de voz que imprimen el juego dramático del que carece su texto.

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Entre estos hombres prisioneros de su memoria sensorial, de los juegos infantiles pelota en pie, y de los orgasmos de alquiler, están también Unax Ugalde (encomiable cómo defiende su difícil escena final), Santi Marín (en la función que este cronista presenció, fue sustituido por un brillante Samuel Viyuela —alternan en diversas representaciones—, aportando el único personaje fresco, divertido, que viene de fuera del círculo del pasado).

Dejo para el final a Andrés Gertrudix en el papel peor bosquejado: un hombre derrumbado a los 40 entre la rémora de la maravillosa puta que vuelve a visitar pero que ya no es la que era, y las cenizas de la propia madre. Un viaje al olvido y la desolación que merecía un texto de mayor elaboración.

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Siempre me resistí a que terminara el verano

Escrita y dirigida por Lautaro Perotti

Ayudante de dirección: Alberto García

Intérpretes: Pablo Rivero, Andrés Gertrúdix, Estefanía De los Santos, Unax Ugalde, Santi Martín alternando con Samuel Viyuela

Espacio sonoro y música original: Asier Etxeandia, Tao Gutiérrez y Enrico Barbaro

Diseño de iluminación: Carmen Martínez

Espacio escénico: Mónica  Boromello

Vestuario: Ana López Cobos

Movimiento: Lucio Bagtivo

Fotografías: Danimantis

Teatro Marquina

 

 

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