Respira (2015), de Christian Zübert

 

Por Miguel Martín Maestro.

respira cartelEsta película sólo puede funcionar si se explica como metáfora. Metáfora de trazo grueso y que parte de la complicidad del espectador, Alemania frente a Grecia, o Grecia sojuzgada por Alemania. El viaje de Elena a Alemania buscando un futuro y el de Tessa a Atenas buscando una excusa para culpabilizar a Elena de su propio desastre, funcionan como paradigma de las relaciones entre el rico y el pobre, entre quien se preocupa de lo superfluo y quien lo hace de lo básico, pero desde los primeros minutos el relato vacila y se tambalea. Avanza sobre un alambre que, cuando se está a punto de caer en el absurdo y el ridículo, opta por dar apariencia de “thriller” a algo que no lo tiene ni lo pretende.

Las dos protagonistas femeninas, que deberían hacer evolucionar la historia desde la empatía de sus problemas personales, más los añadidos por su condición de mujer y sus dificultades para conciliar vida laboral y vida personal y familiar, pierden dicha empatía en cuanto también funcionan a impulso de su propio egoísmo personal. Si los malos de la película son los hombres por no aceptar las propuestas de sus mujeres, éstas también se muestran inflexibles en sus decisiones, en las que el componente unipersonal prima sobre la decisión conjunta y consensuada. Unos podrán ser patriarcales, pero las otras aparentan un matriarcado igual de excluyente, con una diferencia, la maternidad la asumen en solitario. Este argumento no puede hacerlas mejores por el sólo hecho de ser madres, ni a los padres peores. Son los comportamientos personales los que han de calificar las conductas, no los géneros de salida.

Los dos protagonistas griegos están sobrados de formación académica y faltos de trabajo, los dos alemanes pueden andar sobrados de formación, pero desde luego lo están de trabajo y de retribución. Aquellos no tienen tiempo y los segundos se pueden permitir comprarlo pagando a quien les supla en sus actividades diarias. La historia avanza a trompicones mediante coartadas morales, el viaje, el trabajo que no cuaja, el embarazo, la proverbial ausencia de una niñera que permite acceder a Elena al paraíso de una familia “modelo” y a un trabajo temporal para el que no está cualificada ni tiene ganas. El chantaje emocional a su pareja y la decisión de éste de abandonar finalmente Grecia funcionan como justificación de las propias ausencias y errores, como la decisión de volver a trabajar de Tessa no puede culpabilizar al marido… Todo son escalones para apoyarse en un plan preconcebido. En la mente del director tienen, necesariamente, que confluir unas imágenes predeterminadas para las que el camino intermedio resulta entre manido, tedioso y forzado.

Llega un momento en que la parábola del director corre un enorme riesgo, y es que su pretendido discurso de solidaridad se transforma en un discurso neoliberal y demagógico. Pudiendo haber pretendido otra cosa, el juego de la metáfora conduce al punto contrario. La desaparición de la niña del matrimonio alemán y la huida de la joven griega (punto de inflexión de la película para pasar de regular a decepcionante) se puede entender como una advertencia, “¿veis?, de buena fe hemos ayudado a la chica griega necesitada de trabajo y cobertura sanitaria, pero así lo único que hemos conseguido es poner en peligro el futuro de nuestros hijos”. Por su parte, el viaje a Grecia de la mujer alemana representa la llegada de la troika todopoderosa a un mundo caótico y sin reglas. El orden frente al caos, sin analizar responsabilidades, el poder del dinero no es suficiente para garantizar obediencia y respeto. Alemania aparece en Grecia para culparla de todos los males, de todas las frustraciones, de todo aquello que no gusta, sin pensar en si existe prueba sobre ello o la culpabilidad reside en uno mismo antes que en los demás. Por eso cuando Alemania responde con la fuerza y provoca el desenlace, la imagen de Elena desangrándose en una camilla de un desasistido hospital público griego es la imagen de un país que se dice ayudado por los poderes económicos pero al que, en el fondo, lo único que se hace es desangrarlo, abandonarle a su suerte para volver al refugio del país estable y financieramente sólido.

No me gusta el mensaje, no me gusta la propuesta. El discurso evidente de la historia se me hace pesado y anodino, la imagen metafórica que obtengo de la misma me resulta maniquea, perversa y peligrosa; y no dudo de las buenas intenciones del director, pero en ocasiones las buenas intenciones terminan volviéndose peligrosas. En este espejo deformado que separa alemanes y griegos, la apuesta moral me repele, ni me gustan los atajos narrativos ni las conclusiones fáciles y apresuradas. Una película fallida.

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