Sobresaliente José Sacristán con un sórdido personaje de David Mamet

Por Horacio Otheguy Riveira

Muñeca de porcelana es una obra menor que lo tendría muy difícil si la firmara un autor desconocido. Un monólogo con mucho teléfono móvil y acompañante casi mudo, a través del personaje más desagradable en la carrera de José Sacristán, cuya espléndida voz resulta clave para que le sigamos en todo momento, y logremos descubrir lo que hay de interesante en un prototipo de millonario ruin; un tipo muy acostumbrado a hacer y deshacer que busca «rejuvenecer» entre los encantos de una muchacha, pero tendrá que enfrentarse a una inesperada sobredosis de su propia medicina.

De todo ello, Sacristán hace una memorable creación, muy bien acompañado en todo momento por un gran equipo.

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Esplendor y caída estrepitosa de un hombre muy rico que influye en la política, tal y como está concebida en la dudosa democracia estadounidense. Esta obra la debió escribir Mamet en una tarde, y eso que fue creada para Al Pacino quien la estrenó en Broadway. Y sucedió lo que se esperaba: para las funciones de diciembre vendieron todas las entradas con mucha antelación hasta recaudar nada menos que un millón de dólares, aunque en el estreno el gran actor resultara abucheado, lo mismo que «la obrita» del célebre autor y su puesta en escena, vapuleados todos por la crítica.

Después de asistir al estreno de Madrid, el escándalo americano sólo puede entenderse por una puesta en escena equivocada y el alto precio de las entradas para asistir a la representación de una pieza teatral muy floja del autor de títulos tan importantes como Oleana, La anarquista, Glengarry Glen Ross, Noviembre (debut en la farsa) o la mejor de sus películas como director y guionista, Casa de juegos.

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Muñeca de porcelana se desarrolla a lo largo de una tarde en la que un hombre sumamente rico, acostumbrado a toda clase de corruptelas políticas y económicas, cree que va a ser inmensamente feliz al «comprar» tan a gusto a una joven belleza a la que acaba de regalarle un avión. Sin embargo, el vehículo que haría las delicias de la parejita le traerá problemas múltiples que le irán empujando a una situación inesperada.

Toda la trama se sostiene en Mr Cross/Sacristán hablando por teléfono e imponiendo soliloquios a su secretario, a veces en forma de diálogos, y en ese vaivén le maltrata, le pide perdón, le invita a una copa, le da clases aceleradas para la vida y los negocios, y una y otra vez vuelve al teléfono para comunicarse con diversos personajes a los que ordena esto y lo de más allá, y con los que luego se disculpa: un círculo al que está acostumbrado, mientras cada tanto habla con su preciosa muñeca que le espera en un hotel donde se registró con nombre falso. ¡Ha usado un seudónimo! El magnate ríe ante la ocurrencia de su chica, pero deja de divertirse cuando se entera de que la joven se comporta de esa manera para huir de la prensa que la acosó en el aeropuerto, donde las autoridades la humillaron tratándola como una delincuente, con registro anal incluido… y entonces comienza un vertiginoso viaje por zonas que el hombre solía considerar como de fácil tránsito…

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Sacristán consigue interesar desde el comienzo, aunque el interés del drama propiamente dicho tarda en empezar y hay que aguantar estoicamente sus idas y venidas telefónicas político-empresariales: pero el actor juega con el comediante modélico que lleva dentro, el que tantas veces ha destacado: cantante espléndido, cómico de primera, intérprete de fuste en cualquier género; y lo hace con modulaciones de voz, graciosos movimientos ante el espejo, y cuantos matices es capaz de encontrar en la piel de quien nunca se imaginó que podría devenir en un perdedor de última hora. Un personaje ruin al que el actor convierte en interesante en todo momento. Seguramente el más antipático de su carrera, después de Salieri, el enemigo terrible de Mozart en una versión de Amadeus, de Peter Shaffer.

Acompaña al talento del primer actor, un compañero de escena excelente, Javier Godino, cuyos momentos de silencios y en la palabra clave de la resolución final demuestra un talento poco común. Permanece sumiso y alerta, inquieto y reflexivo ante la incansable locuacidad de su jefe, que pasa de hostigarle a ofrecerle lo mejor… o lo peor, según convenga.

Resulta de gran importancia la puesta en escena de Juan Carlos Rubio con una escenografía «sencillamente» espectacular de Curt Allen Wilmer, ya que tras su aparente sencillez hay detalles que iluminan la rigidez del personaje entre numerosas puertas que esconden su programada existencia, mientras le vemos luchar para no desmoronarse. Una serie de elementos visuales que no figuran en el texto pero lo enriquecen notablemente, y se ofrecen al espectador en un «crescendo» muy atractivo, poco a poco descubriendo entresijos emocionales del protagonista.

Todo sumado hace que un David Mamet muy menor se convierta en una buena experiencia teatral con momentos de auténtico magisterio. Sin los abucheos de Broadway y, lamentablemente, también sin el millón de dólares allí recaudados, pero con entusiastas aplausos tarde a tarde, a sala llena.

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 Muñeca de porcelana (China Doll)

Autor: David Mamet

Versión: Bernabé Rico

Dirección: Juan carlos Rubio

Ayudante de dirección Chus Martínez

Intérpretes: José Sacristán, Javier Godino

Diseño escenografía Curt Allen Wilmer

Diseño iluminación José Manuel Guerra

Diseño sonido Mariano García

Vestuario: Guadalupe Valero

Realización de vestuario: DERBY 1951

Fotografía: Sergio Parra

Una Producción de TALYCUAL y BRAVO TEATRO

Naves del Español-Matadero. Sala Fernando Arrabal. Hasta el 10 de abril de 2016.

Teatro Bellas Artes, del 28 de marzo al 27 de mayo 2018

Christopher Denham and Al Pacino in a scene from "China Doll" on Broadway at the Schoenfeld Theatre. www.ChinaDollBroadway.com. Photo by Jeremy Daniel.

 

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