‘El cementerio de los reyes menores’, de Zoran Malkoč

Por Ricardo Martínez Llorca

El cementerio de los reyes menores

Zoran Malkoč

Rayo Verde

Barcelona, 2016

216 páginas

el-cementerio-de-los-reyes-menores_baja1-198x300Este es un libro de relatos para estómagos blindados. Sobre un lugar que solo existe en el mapa de la prosa, Zoran Malkoč (Nova Graiska, 1967), nos lleva a conocer a hombres que se caracterizan por ser bestias. Ni siquiera animales, ya que la condición animal implica cierta comprensión en la actitud de supervivencia, del pez grande que se come al chico. Aquí los personajes se entregan a la sangre oxidada del mundo después del Apocalipsis. Cruel, brutal, devastador, demente, más allá de lo oscuro y de lo digerible, desalmado y desnortado, ese es el mundo no-humano que propone Malkoč, quien, por otra parte, pertenece a la categoría de los escritores geniales. Una vez que uno acepta ese pacto de almas perdidas, si es que alguna vez existieron, de cáscaras humanas que se mueven entre perros y gallinas y sangre y la noche, la gran invención de Malkoč es él mismo. Un universo propio, un universo divergente que cobra sentido como denuncia elevada a lo infinito del horror de la guerra. Existe un yo narrador, alguien que navega entre los acontecimientos para relatárnoslos con una familiaridad pasmosa: si el mundo existe y es este, ¿por qué la necesidad de narrarlo? ¿A qué se debe el crear ese feísmo que deja a los cuadros de Francis Bacon en meros juguetes del absurdo, en tonterías infantiles? Porque, por otra parte, lo que narra lo hace como si fueran hechos de segunda mano. Es decir, como si se tratara de hábitos, de acontecimientos que se han venido sucediendo. Y no nos muestra ninguna salida. No existe ese rayo de sol que por un momento ilumine un escombro para descubrirnos algo de belleza entre el polvo y la suciedad. La distopía es asombrosa, porque el futuro que le espera a la humanidad o es salvaje o no es. Es un mundo donde se sigue arrasando con los flecos de humanidad que queden, aunque ya no quede nada que arrasar, ninguna dignidad.

Una vez expuesto el ambiente y la suerte de actos que distinguen la invención de Malkoč, debemos decir que domina el relato a la perfección. Su estrategia narrativa es perfecta, asomando lo justo para crear intriga, y su imaginación equivale, en el mundo literario actual, al caudal del Amazonas en el mundo de las aguas dulces. Desborda. Oculta siempre la razón que mueve a los personajes, generando un extrañamiento que apuesta muy alto. Es onírico, pero dentro de un espectro de realismo sucio, bélico o colateral a lo bélico y por tanto posible. Por eso provoca miedo: porque lo que nos muestra es creíble. Rateros, drogas, destinos sórdidos, disparates, cambios bruscos de rutas vitales, hipnosis. Pero también mucho alcohol y un sexo que nada tiene de celebración de los cuerpos. Las vidas idénticas a las de los perros, y las vidas de los perros peores que las de las cucarachas. Expresidiarios, peleas constantes, muestras de fiereza, una potencia de exhibición al alcance de muy pocos en la redacción de los relatos. Todo eso ofrece Malkoč en ese mundo en el que si permaneces demasiado tiempo, y dos segundos son demasiado tiempo, o das hostias o recibes una paliza. Aquí la única buena voluntad de los matones es la de ayudarte en el suicidio después de obligarte a comer gusanos vivos si eres vegano. Pues su intención es demostrar que la brutalidad de la guerra es algo irrebatible, que genera unos hábitos obscenos en el sentido más literal del término: algo que solo debería suceder fuera de escena. Los sociópatas de baja estofa regalan muerte. El dominio de la demencia, de lo escabroso, del sadismo y de la rutina de la guerra, nos lleva a cuestionarnos frente a qué tipo de autor nos hallamos. La respuesta solo puede ser una: Malkoč ha dominado al demonio gracias a la literatura. Sus personajes insensibles, capaces de encontrar la diversión en ver cómo se destrozan entre sí las que fueron hermosas criaturas de un zoo, por ejemplo, representan una maldad que él llega a conocer. Y el conocimiento le da dominio sobre ella. Eso es lo que hace que este libro sea magistral, el hecho de que su autor sea tan profundamente sincero. Y la sinceridad es un valor al alza desde que el primer hombre inventó la primera narración.

 

 

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