Magnífico retorno de «Vania», según Carles Alfaro con grandes intérpretes

Por Horacio Otheguy Riveira

Estrenada sin éxito en Moscú en 1899, Tío Vania, de Antón Chéjov, es una función a la que el tiempo mejora, sobre todo si se trata del director Carles Alfaro quien ya la montó en el María Guerrero en  2009 en una superproducción, con otro reparto, y ahora retorna con un montaje muy distinto, pero igualmente extraordinario. Incluso más rico, al contar con elementos mínimos, muy bien integrados en una interpretación emocionante por parte de todos los actores.

 

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Admirable comienzo en el encuentro entre el Doctor y Vania —Àngel Fígols y Josep Manel Casany—, en la omnipresente hamaca donde todos quieren descansar, si es posible… eternamente.

 

La dulce tristeza de pérdidas y frustraciones de un grupo de familia se consolida con ráfagas de humor patético. Tío Vania está ambientada en el final de siglo XIX; sus personajes principales son terratenientes que empiezan a tener problemas con sus jornaleros y toman conciencia de su explotación de otros seres humanos, y en el propio núcleo familiar se presenta el dominio de una clase social sobre otra: buena gente, trabajadores con baja autoestima, explotados por familiares tramposos con ínfulas de grandes intelectuales.

Una serie de conflictos que se desarrolla con la suavidad de un verano en el campo (irónico mensaje de Chéjov sobre colegas que representaban esa calma chicha), pero con la virulencia de fracasos en carne viva, y el impertinente e inflexible deseo de ser amados en medio de la inminente catástrofe.

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Josep Manel Casany, como Vania, y Rafael Calatayud como el Profesor. En el centro, Rebeca Valls, físicamente irreconocible, en una creación formidable como Sonia, a la par del enorme talento de todos sus compañeros.

Una vida potente después de muerto

El médico, escritor de cuentos y ensayos, y autor teatral ruso Antón Chéjov murió en 1904, en Alemania, a los 44 años, intentando sanar una tuberculosis que padeció durante muchos años, contagiado por sus pacientes. Sus piezas teatrales fracasaron una tras otra. Antes de Tío Vania, La gaviota, y después, Las tres hermanas (1901) y El jardín de los cerezos (1904), para coronarse de gloria indiscutible en todo el mundo, cualquiera sea el idioma, después de la primera guerra mundial.

En su postración de enfermo crónico al borde de la muerte, escribió también relatos de enorme valor que influyeron en numerosos escritores. Como dramaturgo, pergeñó una suma genial de sentimientos y conceptos que se enfrentaban al teatro naturalista y discursivo de su época. Se enfilaba hacia una perspectiva revolucionaria, y en sus obras tiene gran importancia la búsqueda de un nuevo mundo frente al miedo de cambiarlo todo. A partir de allí, desarrolló infinitos matices que aún se estudian y se representan, gracias a textos que sobrecogen por su fidelidad a los seres humanos que luchan, cada uno a su manera, para sobrevivir al desaliento en medio de sociedades cruelmente injustas.

Antón Chéjov siente tal amor y comprensión por sus personajes que incluso el más repelente tiene su oportunidad de que el espectador logre odiarlo a la vez que comprende su incapacidad para cambiar, producto de una sociedad hipócrita, en muchos aspectos fácilmente identificable con la actual.

En realidad nadie puede cambiar nada, los cambios vienen del exterior. En la obra original se trata de la Rusia zarista con siervos a punto de desaparecer por el ímpetu revolucionario, primero en 1905, reprimido, y luego el definitivamente triunfal de 1917. Es en el exterior donde se producirá el cambio profundo que también se apunta en sus farsas y relatos (precisamente este director, Carles Alfaro, es el responsable, junto a Enric Benavent de otro espectáculo chejoviano muy diferente, divertidísimo, aún en gira: Atchúusss.

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Elena (Empar Canet), la mujer de la que todos se enamoran (y el público también).

 

Momento a momento, esta representación sostiene una musicalidad muy similar a la de un concierto que sobrecoge, maravilla y divierte, convirtiendo en cómplice al espectador, lo mismo al más chejoviano que a quien menos lo conoce. El director, tras una traducción de un hombre de teatro tan importante como Rodolf Sirera (El veneno del teatro), ha reducido y recompuesto el texto original de tal manera que uno puede sumergirse en las situaciones como si entrara en ellas por primera vez… para procurar entenderlas del todo, siempre abiertas las múltiples posibilidades de sus vertientes.

Reconozco que no comprendo el motivo por el que las versiones de Tío Vania de Carles Alfaro transcurren en una colonia africana, entrado el siglo XX, y no en Rusia, y no quiero preguntarle a él, ni darle vueltas, porque me parece una decisión irritante, por demás arbitraria. Pero, curiosa y maravillosamente, superado este desacuerdo, compruebo que me siento en la gloria asistiendo a cada una de estas experiencias; todo fluye con tanto talento que me rindo y me acerco a la gran emoción que los propios rusos sienten cada año en su Festival Chéjov, donde admiten toda clase de versiones que se representan por muchos teatros espléndidos, en muy buenas condiciones y a precios muy asequibles incluso en la era Putin. Chéjov por todas partes durante un mes, en teatros de grandes ciudades y provincias con un público entregado que se sabe de memoria las obras, y que cuando les cambian el formato las siguen atendiendo con asombro y buena disposición.

Todas las disciplinas están aquí perfectamente calibradas para lograr un compuesto de emociones que llegan profundamente al corazón y la inteligencia del espectador, en la voz y el cuerpo de un grupo de actores cuya sincronización musical se implica de manera fantástica con el devenir de historias íntimas que no pueden dejar indiferente a nadie.

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Adaptación de la obra Tío Vania de Antón Chéjov

Traducción: Rodolf Sirera

Dramaturgia, dirección, espacio escénico e iluminación: Carles Alfaro

Ayudante de dirección: Carlos Amador

Vestuario: Joan Miquel ReigVANIA MOMA TEATRE

Caracterización: Merche Luján

Fotografía: Jordi Pla

Producción: Moma Teatre en coproducción con Teatros del Canal.

Teatros del Canal. Sala Verde. Hasta el 3 de abril de 2016.

 

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