El club de los poetas suicidas

Cuando se cumplen 80 años del nacimiento de Sylvia Plath, una de las escritoras más influyentes en la literatura norteamericana del último siglo. Sin embargo, a pesar de que este día se conmemore su nacimiento es precisamente su deceso uno de los aspectos más importantes de su vida personal. A la par de su brillante carreara como poeta, se encuentra su atormentada vida en la que sobresalen su relación de amor/odio con su padre, así como con su esposo, el también escritor Ted Hughes. Plath, abrumada por sus problemas se encargaría de terminar con su vida a los 30 años de edad, respirando el gas de la estufa de su hogar, luego de introducir su cabeza en el horno. Autora de obras como La campana de cristal y El coloso, Plath fue la primera poetisa en ganar un premio Pulitzer póstumo por Poemas completos en 1982.
No obstante, la muerte de Plath se suma a una lista tristemente célebre de poetas que por algún motivo u otro decidieron morir por mano propia. A saber, cinco de ellos.
Gérard de Nerval (1808-1855) La vida de Gérard Labrunie a pesar de ser el traductor favorito del alemán Goethe y ser heredero de una fortuna de 30 mil francos en oro, fundó una revista que le provocó la ruina en tan sólo un año. A los 31 años, es detenido por perseguir semi desnudo a una estrella. Sin hogar, posesiones o dinero, su cuerpo es descubierto por un borracho en 1855, en un callejón, cubierto de nieve. Se había ahorcado, pero tenía el sombrero puesto, por lo que sus amigos siempre negaron que se hubiera tratado de un suicidio.
Alfonsina Storni (1892-1938) Luego de la muerte de su alcohólico padre, Alfonsina se ve obligada a trabajar como costurera y en una fábrica. Sin embargo, a partir de 1916, año en que publica su primer libro de poemas, Alfonsina Storni se convierte en una mujer conocida que da recitales, dicta conferencias y ocupa una cátedra en la Escuela de Lenguas Vivas. En 1935, tras su regreso de su segundo viaje a Europa, los médicos le descubren un tumor cancerígeno. Una tarde de octubre deja su domicilio y para adentrarse en el Atlántico, no sin antes dejar una nota póstuma: “Me arrojo al mar”.
Vladimir Maiakovski (1893-1930) Después de la muerte de su padre, el poeta ruso se traslada a Moscú donde pasa un año en prisión por hacer propaganda del partido bolchevique. Al salir ingresó en la Escuela de Bellas Artes, donde recibe la influencia de los futuristas rusos. A partir de 1917 escribe y pinta centenares de slogans y carteles propagandísticos, da conferencias y lee sus poemas en las fábricas.
 No obstante, a pesar de convertirse en insignia de la Revolución, le reprochan que sus poemas son incomprensibles para los obreros. El alejamiento de sus amigos, el sentimiento de abandono y un desengaño amoroso aceleraron su desenlace mortal a causa de un disparo con arma de fuego.

Cesare Pavese (1908-1950) Valiéndose de dieciséis envases de somníferos, Pavese no espero la muerte natural. Originario de un pueblo de Piamonte, quedó huérfano de padre a los seis años y a los diecinueve ya se declaraba cansado de vivir. En 1935 fue condenado a tres años de confinamiento por hacerla de “Celestina” entre una amiga y un dirigente del partido comunista encarcelado en Roma. La mujer –el amor de su vida– se casó y el se enteró tras salir de prisión; después de eso ni siquiera el éxito literario le serviría de consuelo y terminó suicidándose en la habitación de un hotel.

Anne Sexton (1928-1974) Poco antes de cumplir 46 años, Anne Sexton se encerró en la cochera de su casa y encendió el motor de su automóvil para inhalar el monóxido del vehículo hasta morir. Le sobrevivieron dos hijos y un premio Pulitzer. Una serie de depresiones, curas psicológicas e intentos de suicidio quedaron para el anecdotario; No obstante, sobrevivió lo más importante: su obra; un puñado de maravillosos poemas que curiosamente comenzó a escribir por casualidad mientras se encontraba internada en un hospital psiquiátrico.

 

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