«Sólo son mujeres»: gran testimonio histórico con Míriam Iscla, una actriz prodigiosa

Por Horacio Otheguy Riveira

Míriam Iscla encarna a varias mujeres que padecieron persecución, tortura y muerte, maldecidas por rojas, lo mismo activistas que esposas, madres o novias. «Sólo son mujeres», tres palabras que abarcan conceptos clave de la cultura universal, que en este caso resulta claro exponente de la brutalidad nacionalcatólica que ganó la guerra civil española. Un espectáculo cuya principal virtud consiste en movilizar la memoria desde una perspectiva escénica de gran riqueza expresiva, al servicio de un objetivo: recordar sin un minuto de descuido, pues la bestia de la guerra clasista aún está entre nosotros.

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Aunque el principal peso de la función recae en el trabajo espectacular de Míriam Iscla, ésta se encuentra acompañada en todo momento por dos creadoras excepcionales: la bailarina y coreógrafa Sol Picó, y Carmen Conesa, actriz de gran trayectoria que viene de consagrarse aún más con un monólogo (De algún tiempo a esta parte), aquí y ahora participando como cantante, pianista, guitarrista y, en realidad, intérprete musical de la poética energía característica de la compositora Maika Makovski.

images (1)Dirige Carme Portaceli, una mujer de teatro con una enorme capacidad de trabajo, mayormente desarrollado en Cataluña, pero que ha pasado por Madrid con varios montajes inolvidables, como Ante la jubilación, de Thomas Bernhard, 2008, y Nuestra clase, de Tadeusz Slobodzianek, 2011: experiencias muy complejas en las que estaban muy presentes las posibilidades de interpretación actoral que aquí Míriam Iscla desarrolla en un conmovedor e inteligentísimo alarde de experiencias: por su cara sumamente expresiva desfilan llantos, sonrisas y risas nerviosas, desbordamiento emocional y12909620_10153900391545168_5969681218633612858_o contención científica, despliegue de emociones de tal calibre que parece correr hacia un acantilado para sorprendernos comentando aspectos cotidianos. Domina las transiciones a una velocidad que atrapa y libera al espectador: un modélico ejercicio de distanciamiento brechtiano, un ir y venir por la desesperación y el devenir cotidiano de personajes tomados de la realidad histórica, bajo fehacientes investigaciones.

En su voz y en el menor de sus gestos, asume a mujeres que —a partir de un texto de Carmen Domingo, sumamente rico en síntesis y tensión dramática— el régimen no catalogó, dando por invisibles a las mujeres represaliadas; ni un expediente, tan dados los fascistas en dejar constancia de cada uno de sus «sagrados» crímenes; oficialmente no existen cifras ni dato alguno, pero las supervivientes se ocuparon de hacer entrevistas, de escribir libros, de realizar películas, e incluso hombres como Ramón Paso (Matadero 36/39) se han involucrado para una memoria histórica femenina que se quiso puramente masculina. Incluso por parte de los republicanos, entre quienes no faltó quien dijera: «No os van a hacer nada, sois mujeres».

Pero muchas de ellas sí lo tuvieron claro, y aseguraron en la cara de los fascistas:

Aun siendo mujer me castigáis como a un hombre. Eso me honra.

Sólo son mujeres es una función que exhibe testimonios poco y nada difundidos, a través de una puesta en escena sumamente cuidada, con plena conciencia de «hacer un homenaje a todas estas luchadoras, heroínas condenadas al silencio, y para hablar de nuestra Memoria Histórica, clave esencial para mirar hacia nuestro futuro».

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Con un bagaje estético fascinante, discurren escenas, testimonios orales, situaciones teatrales, mientras Sol Picó baila emociones interiores, gritos silenciados, exuberante amor a la vida, ingeniosas aventuras frente al peligro y la esperanza, y Carmen Conesa canta con variedad de registros como una humilde sacerdotisa, de largo vestuario en blanco y negro. Todo lleva a un goce estético que facilita la creación de un dolor que no deprime, sino que empuja a la acción, a enfrentarnos con absoluta certeza al cinismo de la clase dirigente, herederos siniestros de aquel poder destructivo en nombre de dios.

Entre las escenas más emocionantes, destaco la de las monjas obsesionadas con lograr que las presas se bauticen, y si no lo hacen motu proprio, pues ya se ocuparán de hacerlo in articulo mortis. Pero hay muchas otras igualmente valiosas, como las de la solidaridad entre las caídas, las bárbaras injusticias y las cartas de amor encendidas de imágenes victoriosas.

La verdad es que han pasado muchos años y a la vez no ha transcurrido ninguno, ya que todavía no se ha erigido ningún tribunal para juzgar a los verdugos que gozan de buena salud y muchos privilegios.

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La represión de la mujer en la dictadura franquista fue por una doble razón: por «rojas» y por liberadas. Y el castigo también fue doble: las mujeres fueron juzgadas y condenadas por tribunales militares por delitos «de auxilio, incitación o exaltación a la rebelión». Y no se las consideraba presas políticas, se las consideraba delincuentes comunes. De esta manera no había testimonios de lo que sucedía en las prisiones. Nadie sabía lo que pasaba.

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Autora: Carmen Domingo

Directora: Carme Portaceli

Intérpretes: Míriam Iscla, Sol Picó, Carmen Conesa

Espacio escénico: Paco Azorín

Coreografía: Sol Picó

Música original: Maika Makovskisolo-son-mujeres[1]

Vestuario: Antonio Belart

Iluminación: Miguel Muñoz

Sonido: Efrén Bellostes

Audiovisuales: Lala Gomà

Teatro de la Abadía, hasta el 17 de abril 2016.

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