La invitación (2015), de Karyn Kusama

 

Por Jaime Fa de Lucas.

Nada sabía de la directora. Un repaso por su filmografía revela una trayectoria bastante ecléctica, con una película independiente (Girlfight, 2000), una película muy comercial (Aeon Flux, 2005), otra de terror juvenil con presupuesto generoso (Jennifer’s Body, 2008) y varias series de televisión. Lo que verdaderamente despertó mi interés por La invitación fue su éxito en Sitges 2015 –Mejor Película de la Sección Oficial– así como su asociación inmediata, altamente intuitiva, con una de mis favoritas, premiada en años anteriores en el mismo festival: Coherence (James Ward Byrkit, 2013). Tras el visionado del film de Kusama, la intuición se hace efectiva, ya que las similitudes con Coherence son más que evidentes. La invitación es una película interesante, sobre todo por su capacidad de crear tensión y mantenerla, pero que pierde toda su sutileza con un final demasiado previsible y de torpe ejecución –aunque la última escena deja buen sabor de boca–.

Una pareja se dirige en coche hacia la casa de unos amigos, en Hollywood, después de recibir una invitación. En el camino –inevitable spoiler desde aquí– atropellan a un coyote y el chico decide matarlo a golpes para que no sufra. A partir de ese momento va creciendo esa crudeza y esa atmósfera enrarecida que nos acompaña durante todo el metraje. Cuando llegan a la casa todo esto se acentúa. El espectador descubre que la mujer de la casa era la ex del chico y que cuando estaban juntos perdieron a un hijo. Ella es depresiva o algo similar y su nueva pareja es un tipo bastante extraño. Los amigos que han traído a la celebración, que ninguno de los antiguos amigos conoce, son también bastante raros. Poco a poco se va desarrollando ese ambiente enrarecido, sumando conversaciones extrañas, conductas excéntricas, alguna que otra salida de tono, etc.

Lo más destacable de La invitación es la tensión que logra y que mantiene casi hasta el final. Esa construcción atmosférica es bastante sutil, aunque puede resultar monótona en algunos tramos en los que la conversación del grupo se estanca –también pueden sobrar algunos flashbacks que pecan de pastelosos–. Mención especial, en este sentido, para la banda sonora y su montaje audiovisual, pues son clave en la creación de ese ambiente extraño. La música y el sonido funcionan a la perfección, tanto por su composición sonora como por su cadencia. La ambientación agradece mucho esa precisión compositiva entre lo auditivo y lo visual. El reparto no se queda atrás, pues las interpretaciones también cumplen su papel y nos meten en la historia de lleno. Además, remarcar el uso de tonalidades cromáticas muy cremosas y apagadas que potencian ese ambiente extraño.

la invitacionEl referente directo es Coherence (2013), una película que, en mi opinión, es muy superior a esta de Karyn Kusama, pues logra una intensidad incluso mayor y la resolución final no desvirtúa tanto al conjunto. En ambas, todo pivota alrededor de un encuentro entre amigos en el que, a grandes rasgos, hay una serie de conflictos que lo ponen todo patas arriba. La gran virtud de Coherence es que lo misterioso, el núcleo de la intriga, es algo desconocido al mismo tiempo que es inherente al mundo físico, ya que se presentan sus efectos en la realidad de manera inmediata. En La invitación podemos identificar el origen del suspense, esto es, el espectador sabe que los anfitriones y sus amigos son raritos y que algo están tramando; si algo va a pasar en la película estará relacionado con esos individuos.

El gran problema de La invitación es que la resolución final es muy previsible y se desarrolla de una forma demasiado convencional. No entiendo por qué hay que resolverlo todo con persecuciones, juegos de escondite y pistolas. Será the american way, pero rompe toda la magia que hasta el momento había conseguido. Sí que es cierto que la última escena, la que esclarece lo del farol rojo, eleva un poco esa mediocridad previa y lanza cierta crítica a la sociedad angelina, especialmente a los de Hollywood, y esa tendencia ingenua a caer en el culto, a seguir una secta o a buscar respuestas espirituales y existenciales apoyándose en ideas absurdas –ecos de Charles Manson–. Kusama podría haberse hecho una crítica similar a sí misma, prestando atención a cómo es el cine norteamericano, de tal manera que la resolución de su película resultara más inteligente, menos estandarizada, con menos sabor a Hollywood.

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