‘Borderlands. La frontera’, de Gloria Anzaldúa

Por Ricardo Martínez Llorca

Borderlands. La frontera

Gloria Anzaldúa

Traducción de Carmen Valle

Capitán Swing

Madrid, 2016

299 páginas

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Gloria Anzaldúa (1942 – 2004) se despertó a las cuatro de la madrugada, y tras sacudirse una pesadilla sacó las tripas al aire y escribió de un tirón este libro. Esa es la impresión que da la lectura de un texto magnético, hipnótico, que tritura como las muelas trituran la corteza del pan. Como si se tratara de un ensayo escrito con flujo de conciencia, a medida que van y vienen las pequeñas ideas entorno al eje de la frontera. Sin embargo, el libro obedece a una perfecta planificación, a la decantación de muchos años de estudio y de indagar en la condición humana, aunque esta condición humana, sabiamente, reconoce que es la propia. Porque Anzaldúa es sincera y desde el comienzo reconoce que es ella misma el ratón de laboratorio y la enciclopedia a la que recurre una y otra vez. Borderlands habla sobre la identidad que ya solo puede ser fronteriza, porque no existe la pureza, pero que en su caso en un manantial que recoge muchas fuentes: la propia del territorio donde habita, Estados Unidos, un país ya mestizo; la de su origen precolombino mezclado con la sangre de los conquistadores; la de la tierra donde se criaron sus padres, esa que cantan los corridos populares.

En Borderlands están muchos dioses compartiendo el tablero de juego, en una partida en la que se decide el destino de los seres. Los de nombre casi impronunciable registrados en las pirámides americanas y los que protagonizan las cantigas populares. Es un libro formado por estaciones de paso, en las que uno se sube al vagón de la poesía o de la conciencia. Y en esa conciencia, también está la Anzaldúa más militante, la feminista, la lesbiana, la que reivindica la libertad. Y necesita de más de un lenguaje para definir esa libertad, porque con el inglés o el castellano no le basta. Por resumirlo de alguna manera, esa libertad es una libertad queer. La que le permite, por tanto, por no obligarse a una sola cultura al saberse en la frontera, cuestionar todos los dioses, todos los mitos, todos los atavismos. Borderlands es un libro a la defensiva, porque esa es la condición de la violenta frontera real de la que parte, la que separa Estados Unidos de México. Pero también de las fronteras metafóricas, las interiores.

Indagando en ellas, Anzaldúa reivindica que ser uno mismo equivale a poder expresarse, a poder gritar que se reconoce en todas las culturas y en ninguna. Este libro puede llegar a ser tan mestizo como un relato surrealista de un estudio antropológico. Así, con la libertad total de la literatura, se nos muestran los diversos estratos de la realidad, tanto interior como exterior, si es que es posible separarlas. La libertad total de la literatura, del mestizaje, de los territorios de frontera donde cualquier suceso cabe, ayuda a que perdamos el miedo al conocimiento, y de esta forma entremos en el respeto de toda forma de vincularse al mundo. Desde la ciencia a la santería. ¿Extraño? Sí. Sin duda. Pero con cada extrañeza que nos vamos topando a lo largo del libro, percibimos un incremento de conciencia. Porque Anzaldúa tiene muy claro cuál es su intención, quién ha sido ella, las razones de que sea imprescindible seguir reconociéndonos en la frontera: Estamos en una encrucijada y se hace imprescindible sobrevivir en ella.

“La separación entre los dos combatientes a muerte debe sanar de algún modo, de forma que estemos en ambas orillas a un tiempo y veamos, a la vez, con ojos de águila y de serpiente. O tal vez decidamos desentendernos de la cultura dominante, desecharla por completo como una causa perdida y cruzar la frontera hacia un territorio totalmente inédito y separado. O podríamos seguir otro itinerario. Las posibilidades son numerosas una vez que hayamos decidido actuar y no reaccionar contra algo”.

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