Sharif, rap español de nuevo en Bogotá

Por: Diego Pacheco

El pacto entre la poesía y los acetatos

Cuántos de nosotros hemos huido del desamor, cuántos creen en vivir con todo ese pudor. A todos aquellos están dedicados estos improvisados párrafos, a todos los que saben lo que pasará. Los dueños del destino saben que el poeta llegará, Sharif es un poco más que un rapero para observar, es un profeta que usa sus letras en una pista para mirar al mar. Desde Zaragoza hasta Bogotá habrá un recuerdo más que nos hemos acostumbrado a idolatrar. Mientras conocimos hace siglos la fuente de la juventud envuelta en un lazo de líricas sorprendentes, invocábamos a dioses enviados desde el mensaje más cristalino del hedonismo más puro, como algunos violadores del verso que nos enseñaron a escuchar más que a juzgar, nos enseñaron a conocer un mundo literario prohibido, a reconocer que los poetas también se ponen gorras.

Mientras Sherezada esperaba y el tiempo se detenía, nosotros desconocíamos un universo que a algo extraño nos conducía. Es como cuando su nombre nos desnuda hacia una realidad donde los poetas ibéricos yacían entre las calles. Desde Fuck tha Posse y Tr3s Monos, Sharif despliega unas alas tipográficas que se multiplican sin parar, desde aquí hasta una pizca de eternidad. Una migaja de saliva que unos pocos tienden a admirar. El prejuicio es nuestra mama, la leche que nos envenena como un estúpido drama.

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Son pocos los elegidos por la sucia epifanía, aquellos que se rehusaron a regirse por los límites de la música sin profana alegría. Algunas notas que se han negado a escapar de ese pentagrama legitimado por las reglas del sonido. Solo algunos perdidos han probado el elíxir del infinito. Un firmamento en el que los lenguajes se vuelven difusos, millones de letras juegan alrededor de fusas y semifusas. Corren sin parar hasta postrarse en un manuscrito legal, nacen en una guitarra y mueren en una editorial. Desde Leonard Cohen, con una voz que siempre se desvanece en su oscuro predicar, Sinatra en un espejo de un lupanar y una visión abismal ambientada en el ritmo primitivo del soul, reencarnado en el humo que evoca Sharif casi que evitándolo terminar.

Todos malditos, todos los que tienen algún valor, sin dolor no hay redención. Mi espíritu se funde en el fuego eterno de unos pocos engendros ahogados en genialidad. Octavio Paz enciende una doble llama con múltiples colores e imágenes, que sobreviven a un aborto cultural donde no existiría la belleza ausente de la ensoñación. Raúl Gómez Jattin me grita desde una tumba en una noche incandescente, en la que todo signo de racionalidad ha desaparecido, solo existe un poco de libertad, un libro infinito, donde todo termina y nace para un fin primordial. Si no vives para volar todo muere antes de empezar. Allí se dieron la mano en un pacto de mierda con Leopoldo María Panero, allí donde solo pueden habitar los insanos, hasta que el halo omnipotente de la muerte se une con el cielo y se postra frente a William Blake para conjurar su pacto con el infierno. T. S. Eliot esgrimiría una pincelada donde la perdición tocaría levemente los dedos de los caídos y comenzarían un camino en el que inevitablemente se hallarían con la marca de los poetas malditos. La influencia que infunden todos ellos no sería nada en este caso sin el canto que le darían a Sharif los hispanos del 28, pasando por García Lorca, y apuñalando a Sabina con una transformación que traspasa como una espada.

Hoy me levanté atado a una voz carrasposa enviada por Cronos para que nos sentencie de forma implacable por el paso del tiempo, el único lugar donde somos capaces de ver con claridad a los que hemos dejado atrás como un cadáver sin restos. Sharif es el recuerdo que simulamos no ver los ciegos, el impulso que está detrás de cientos de momentos. Una ansiedad que no se sacia hasta el momento que tiene que llegar, donde la música se consuma como un ritual que es imposible de imitar. Invitados todos aquellos que no se cansan de explorar. Desde las rimas refinadas de “Bajo el rayo que no cesa” hasta cada signo impreso de “Lo vívido vivido” también se puede vivenciar un poco de los que vamos a explorar en un cementerio de incomprendidas almas que se encuentran en la calle para borrar las penas que algún día hicieron parte de una vida en la que como oíremos pronto “Los escritores no saben ser felices”, y por eso pienso incesantemente en la espiral.

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