Cuevas de escritores

Por Pedro Pujante.

«Las pequeñas habitaciones y refugios disciplinan la mente, mientras las grandes la debilitan».

LEONARDO DA VINCI

roald dalhHay un espléndido relato del escritor norteamericano Nathaniel Hawthorne titulado Wakefield (el cuento favorito de Borges), en el que su protagonista permanece encerrado en un apartamento durante veinte años por voluntad propia. Wakefield no era escritor pero sí el reflejo, más o menos voluntario de su autor. El novelista norteamericano, al parecer, sí que permaneció durante largas temporadas de su vida encerrado sin salir de su habitación, escribiendo sus relatos, sus historias e incluso poniendo por escrito sus sueños.

No es raro encontrar en la intrahistoria de la literatura infinidad de casos de escritores que han pasado gran parte de su vida encerrados, escribiendo y escribiendo con la única meta de culminar una obra, de redondear una novela, de perfilar un libro de poemas. La escritura, a diferencia del alpinismo, es una escalada que se celebra en el interior. Sí que es cierto que algunos escritores han precisado de la naturaleza salvaje para inspirarse – D. H. Lawrence, Conrad, Melville, Stephen Crane, Jack London…-, o de lugares bulliciosos –Jardiel Poncela-. Otros incluso han sido destinatarios de la inspiración en el proceloso mundo de los sueños –Coleridge recibió de las musas su poema Kubla Khan mientras dormía-; cuando cabalgaban: Walter Scott concibió su poema Marmion mientras montaba a caballo; y algunos, más modernos, en el asiento de su Ford T, como se cuenta respecto a Gertrude Stein.

Pero en su mayoría, los escritores han precisado de tranquilidad, silencio y espacios sin distracciones. El prototipo de escritor ermitaño podría ser Thoureau, quien, para alejarse de la sociedad y sus gentes, construyó con sus propias manos una cabaña en Walden en la que vivió durante dos años.

Dos de los casos más llamativos a este respecto son los escritores británicos Bernard Shaw y Roald Dahl. Ambos se escondían en cobertizos, aislados de todo y todos, para poder incursionar en sus mundos ficcionales. Shaw incluso llegó a construirse una cabaña giratoria en el jardín de su casa de Hertfordshire, que se desplazaba con el motivo de aprovechar mejor la luz solar.

Dahl, por su parte, también se instaló en su cobertizo para poder escribir. En su interior disponía de un sillón orejero y una tabla sobre la que escribía a mano. Una casa-escritorio, en la que todos y cada uno de los utensilios, muebles y objetos funcionaban al unísono para que el autor galés pudiese concentrarse y crear.

Aunque hay muchos más casos de escritores cavernícolas. Por ejemplo, Mark Twain, quien escribía en una casita octogonal en la ladera de una colina. Otro escritor es Neil Gaiman, autor de cuentos y novelas gráficas. Durante temporadas se ausenta a su cabaña y allí encuentra la inspiración. Según él mismo explica: ‘uso el gazebo por épocas. Lo uso, lo abandono por cinco años y luego lo redescubro con placer.’

Para acabar no puede faltar en esta lista incompleta de agorafóbicos grafómanos la novelista Virginia Woolf, quien escribiera el ensayo A room of  one`s own. En él explica la necesidad del escritor (más bien escritora) de disponer de un espacio propio para dedicarse a la propia escritura. Woolf, que vivía en el sur de Inglaterra, en una zona rural, disponía de una cabaña en la que poder escribir asiduamente. Allí concibió obras como Las olas, una obra en movimiento, paradójicamente.

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