Un hombre astuto

Por Ricardo Martínez Llorca.

Robertson Davies

Traducción de José Luis Fernández-Villanueva

Libros del Asteroide

Barcelona, 2016

468 páginas

hombre astutoEn el gran teatro de la vida, la entrada es gratuita. Pero el tributo es mortal. Uno viene cuando puede y se va, es un suponer, cuando debe, porque se va cuando su tiempo se acaba. Y ese teatro se ofrece en sesión continua. Pero en una sesión continua que no se representa sucesivamente, si no alternativamente, con superposiciones y disparidad. Con divergencias y todo lujo de detalles en el mobiliario con que llenas la vida por fuera, o en los diálogos con que la llenas por dentro. De eso trata la literatura de Robertson Davies (Canadá, 1913 – 1995). Eso justifica su incansable escritura. Cuando uno lee a Davies, da la impresión de estar leyendo a un autor capaz de escribir de corrido, y sin dormir, fiándolo todo a la memoria y a su ingenio, durante miles de páginas. Su facilidad es inusitada, sea cual sea el momento de la novela que revise: el recuerdo, la acción, la conversación o las reflexiones. Ahí va siempre, con sus personajes firmemente cimentados sobre cientos de lecturas, con una increíble variedad de sucesos en las que no cabe el falso pudor, sin timidez, fiel observador del entorno y con una curiosidad racional a la que no se le escapa ningún campo del conocimiento. Todo ello, por momentos, converge en reflexiones de un carácter universal. Davies bien podría estar hablando de la vida o de su vida, y las novelas no ser otra cosa que una justificación para expresarse. Pero es en este punto donde la obra trasciende a varios niveles de lectura.

En este caso, en este hombre astuto, parte de un suceso frecuente en la imaginería narrativa: una muerte. El fallecido es un sacerdote y la fecha de su fin un domingo. Y el hombre astuto, el narrador inagotable, es un niño adoptado que nos relata su biografía, en la que destaca cómo se convierte en médico autodidacta para terminar practicando lo que hoy en día conoceríamos como medicina funcional. La medicina debe ser holística y la educación sentimental parte de ella. El médico lleva una vida chejoviana, de provincias, en la que sus encuentros con gente resuelta de hábitos religiosos da pie a la brega entre la razón y la fe, es decir, sobre la verdad. Davies claramente toma partido por ese niño delicado, criado fuera de la convención social, entre mestizos y judíos, cuya formación en teatro o música clásica forma parte de su sabiduría clínica. Se trata de alguien que cree que la religión ha venido a sustituir a la verdad moral, si es que esta existe como una certeza absoluta. Este personaje se cría obsesionado por el sentido común, que busca incluso en los idilios adolescentes o en los concursos de halitosis, obsesionado por el éxito consecuente, de manera que resulta un esnob para sus contemporáneos. Hasta que él no cayó en medio de la provincia, nadie se había planteado que la formación intelectual pudiera ayudar a ser más feliz. Irónico y sagaz, hará del dominio de la comunicación su punto fuerte.

Asistimos así al crecimiento de la medicina a lo largo del siglo XX. El hombre astuto es permeable al psicoanálisis, por ejemplo, aunque no lo incorpora a un pedestal. Su participación en la guerra le dará un temple que se asemeja al del psiquiatra o al del sacerdote a la hora de tratar con enfermos. Todo lo cual conduce, pues, a una medicina piscosomática en la que los diálogos, que también podría haberlos firmado Thomas Mann, excepto por el sentido del humor de Davies, tratan sobre psicologizar almas, sobre enfermedades emocionales, sobre enseñar a cambiar el concepto de vida como fuente de sanación. Cargamos con demasiada herencia y demasiadas expectativas, con demasiada sociohistoria condicionante, con demasiadas palabras que creemos que son valores y su inflexibilidad es el origen de muchas de nuestras enfermedades. El carácter y la personalidad definirán la tendencia a tal o cual mal. Incluidas las que él padece en la última parte del libro, durante la senectud de la que pretende salvarse recurriendo a una terapia que se impone a sí mismo, que tiene como inspiración tanto su vida como la literatura. Porque la salud integral parte de la sensación de sentirse válido, para lo cual es imprescindible tomar la iniciativa. Otra muestra, la última, del genio canadiense.

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