Más allá de Petersburgo no hay nada

Por Paz Pérez.

librosLas calles de San Petersburgo transforman a sus transeúntes en sombras. La ciudad se viste y se desnuda una y otra vez, se adapta a cada edificio cuadrado y en su simetría reside una belleza tan calmada como cruel. Petersburgo es mucho más que una maraña de calles entrelazadas que pisan sus personajes. Es un símbolo que se dibuja sobre sus puentes. Es una huella profunda de la literatura rusa.

Cuando uno piensa en la literatura rusa, lo más seguro es que lo primero en lo que piense sea en las novelas de Tolstoi y Dostoievski. Pocos pensarán en Andréi Biely, un escritor moscovita al que Nabokov rescató del olvido cuando afirmó que su novela Petersburgo era una de las mejores del siglo XX.

Andréi Biely fue un escritor que no podría entenderse sin su admiración por Nietzsche y por el poeta Alexánder Blok. Del primero adquiere su intensa escritura y la reconstrucción apocalíptica de la que vestirá a la ciudad. Del segundo, la mística y la angustia existencial que aparecen parodiadas en el personaje Dudkin de su novela, el héroe poco heroico de la ciudad. Biely nace en 1880 y ya en su juventud decide que la literatura marcará su camino. Algo que mantendrá en secreto hasta la edad adulta por miedo a las represalias de un padre profundamente dedicado a la ciencia.

Con el nuevo siglo, Biely comenzó a acudir a las reuniones de escritores simbolistas  como Serguéi Soloviov, Aleksandr Blok y Ellis, todos ellos moscovitas, que más adelante serían conocidos como los argonautas debido a la editorial que publicaron con el nombre de “El vellocino de oro”. Influencias que le llevarían finalmente a escribir su obra cumbre, Petersburgo.

Sus más de 700 páginas son el mejor lecho en el que la simbólica ciudad de San Petersburgo podría descansar. Y es que esta ciudad resurge una vez más en las líneas rusas para poner fin a la etapa petersburguense de su literatura, ya que, como aseguró el poeta soviético Joseph Brodsky, “el surgimiento de San Petersburgo es el propio comienzo de la literatura rusa”. Su abrumadora belleza y su contradicción han inspirado innumerables novelas envueltas con su propio realismo mágico.

La acción de la novela transcurre en un solo día. El hijo del senador Apolón Apolónovich Ableújov colaborará para poner una bomba en el despacho de su padre. En este contexto, Biely desplegará una fila de personajes caricaturescos que se construyen como arterias de la rectilínea avenida Nevsky o del trazado regular y simétrico de las calles.

La trama principal será constantemente interrumpida por el narrador, quien se dirige al lector con la provocación del que sabe que está rompiendo convenciones y riéndose de los formalistas. Algo por lo que muchos han querido rebautizar el libro como el Ulises ruso.

Comparando a mi ilustre personaje, flaco y feo, con la enormidad inconmensurable de los mecanismos bajo su mando, cualquiera caería en un prolongado e ingenuo estupor; en verdad a todos dejaba estupefacta la erupción de energía mental de su caja craneal, a despecho de Rusia entera.

La fortaleza de sus imágenes no impide su versatilidad. Una novela oblicua que cambia constantemente de enfoque, una propuesta literaria que experimenta con el ritmo, la sonoridad y las imágenes casi pictóricas. Una novela que oscila entre lo poético y lo coloquial, entre el sarcasmo y el drama.

La Petersburgo de Biely es bella y al mismo tiempo una brillante amenaza para los que recorren sus calles por primera vez. La ciudad de Biely se transforma en sus personajes, los engulle y los sublima. La ciudad es el personaje: estrambótico, desarticulado, cambiante. Un personaje condenado a morir y, por tanto, matar el símbolo que vio nacer a la literatura rusa.

“Era una infinitud de fugitivas avenidas cruzadas por una infinitud de fantasmas. Petersburgo es una avenida infinita elevada a la enésima potencia. Más allá de Petersburgo no hay nada.”

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