‘Su pasatiempo favorito’: Dios bendiga a William Gaddis

Por Rebeca García Nieto.

supasatiempoAl igual que ocurría en Jota Erre, en esta novela de William Gaddis cabe un continente entero. Si en Jota Erre el protagonista era el dinero, en Su pasatiempo favorito son los pleitos: un hobby, como el béisbol, muy del gusto de los estadounidenses. En ese sentido, esta obra es tan americana, y tan monumental, como el Monte Rushmore.

Su pasatiempo favorito avanza a través de una serie de litigios a cuál más disparatado. Todos los personajes que aparecen son querellantes, querellados o jueces, como el juez Crease, padre de Oscar Crease, profesor de Historia que protagoniza la novela. En esta locura jurídica no se libra ni James B., niño de 7 años propietario de un perro acusado de ocasionar desperfectos en una controvertida escultura. La querella contra el niño y su perro me ha recordado, por lo divertido e inteligente de sus planteamientos, a “Las guerras de religión”, uno de los relatos incluidos en Una historia del mundo en diez capítulos y medio, de Julian Barnes. En el relato de Barnes, la carcoma es procesada por causar serios daños a la pata del trono del obispo de Besançon, lo que ocasionó la caída de éste y su posterior imbecilidad. Gaddis, por su parte, aprovecha este pintoresco proceso para reflexionar sobre el arte y no duda en tirar de precedentes tan dispares como san Mateo o Shakespeare para salir en defensa del perro: «¿Acaso posee dinero un can?», pregunta la sentencia judicial citando El mercader de Venecia.

Como ya hiciera en Los reconocimientos, una sátira sobre diversas formas de falsificación, Gaddis vuelve a abordar el tema de la autoría de una obra de arte. En esta ocasión, Oscar Crease demanda a un productor de televisión por haber plagiado una obra de teatro suya. La obra, ambientada en la Guerra de Secesión, incorpora a su vez ideas extraídas de Platón o el Contrato social, de Rousseau. Además de dar pie a una serie de acertadas, y divertidas, reflexiones sobre el derecho de propiedad intelectual («La Guerra de Secesión no es tuya. No se pueden tener derechos de autor sobre la historia» o «sobre mi abuelo»), Gaddis arremete por boca de sus personajes contra los pilares sobre los que se asienta la sociedad estadounidense: la codicia y la corrupción, viene a decir, surgieron en la Guerra de Secesión.

Y es que, en medio de las risas, especialmente en la segunda mitad del libro, nos encontramos al Gaddis más cáustico. Sobre su país, los personajes dicen «nuestra industria de defensa no es más que un fraude gigantesco (…) Wall Street no es más que una red de estafadores» o tiene «cuarenta o cincuenta millones de analfabetos seguidores de la Biblia». La mirada crítica de Gaddis es tan amplia que abarca desde Broadway («sólo quieren tetas y culos, un montón de idiotas haciendo cabriolas sobre el escenario») hasta el otro lado del charco: «La religión revelada de la que tú hablas simplemente sirve para canalizar la locura (…) Los italianos la canalizan a través del Vaticano en un delirio colectivo de delincuencia y ópera». Los diálogos, brillantes como es habitual en él, están sembrados de opiniones que hoy en día, con esa eficaz forma de censura que es el political correctness, serían impensables: «el negro y el judío exhiben sus motivos de queja (…) luchan por ver cuál de los dos llenará el enorme vacío que dejaron los padres fundadores temerosos de Dios sentimentales defensores de la bandera, por ver cuál de ellos será finalmente la conciencia de ese cadáver moralmente agotado que es la iglesia protestante (…) eso es el núcleo mismo del dilema norteamericano».

En El hombre que fue Jueves, de Chesterton, dos personajes debaten sobre el orden (representado por un farol de hierro, feo y desnudo) y el caos (que adopta la forma de un árbol vivo, exuberante). Uno de ellos viene a decir que podemos ver el árbol gracias a la luz del farol, pero nunca se podría ver el farol a la luz del árbol. A Gaddis, en cambio, le pasa como a Macbeth, que empieza a estar cansado ya del sol y el orden de este mundo, por eso apuesta por el árbol y se empeña en sacar luz de él. Por supuesto, lo consigue. Su pasatiempo favorito es tan brillante como las otras novelas del autor, y también más accesible. Sin duda, muy recomendable.

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Su pasatiempo favorito.  William Gaddis.  Ed. Sexto Piso, 2016.  696 pág.  30,00 € (Artículo publicado originalmente en la revista Quimera en el número de Julio-Agosto 2016)

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