Viaje a la ciudad en crisis

Por Ricardo Martínez Llorca

Asamblea ordinaria

Julio Fajardo Herrero

Libros del Asteroide

Barcelona, 2016

218 páginas

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Esta guerra que llaman crisis es un agujero negro en mitad de la galaxia, que se traga todo el espacio como quien deglute aire por la fosa de la nariz, solo que en lugar de transformarla en sangre la convierte en puro ácido. No existe armadura como la meditación, concentrando el esplendor de la naturaleza en un punto luminoso, que sirva para calmar al ser devorado por el agujero negro, dado que este es un sitio sin aire que respirar. La crisis sirve para perforar al individuo y que la contaminación atraviese el cuerpo como dagas de diamante. Solo queda el intestino grueso como refugio, porque a través de él excretamos la mala leche y las tierras raras, el odio fermentado y el futuro oscuro mezclado con bacterias de toda calaña. En eso consiste el actual jodido mundo, en el que seguimos inspirando con la ilusión de que un día entre en los pulmones un aire un poco más puro

De eso trata esta novela, esta Asamblea ordinaria, de Julio Fajardo Herrero (Tenerife, 1979). Es una obra coral, con capítulos pequeños escritos en modo flujo de conciencia, si bien en lugar de suceder las cosas solo dentro de la cabeza de los personajes, el mal tiene lugar en el espectro global de la clase media. Esa que está a punto de desaparecer. Es un paseo por el efecto devastador de esta guerra, que transforma en un páramo la idea de sociedad, la realidad a pie de calle de cualquier peatón que regresa en metro del trabajo o ha preparado una barbacoa con sus amigos el próximo domingo. Los pensamientos de los personajes son gris plomo, lo cual provoca que la voces sean bastante similares entre ellas, como lo es el estrato social, como lo es el trozo de vida, sin principio ni final, sin desarrollo, casi sin relato. Al igual que los instantes de la vida de los personajes son lo que da unidad a la obra: la bisagra sin engrasar por exceso de confianza, que chirría con el inevitable cambio de vida, incluidos los propósitos de vida.

No importa que el episodio esté narrado en primera o en tercera persona, que quien habla lo haga en abstracto o pensando en otra persona en concreto, que domine con maestría las subordinadas cuando es imprescindible recurrir a ellas. Lo que importa, por otra parte, es que el hombre no es una isla. Cada suceso implica a más personas que al protagonista, hasta dar la impresión de que nadie se salva de la quema. Ese es otro de los efectos de la costumbre, de las convenciones sociales que son una cárcel que nos impide maniobrar para derrotar a la crisis. Esta es una obra en la que predomina la duda, y esa duda consiste en definir en qué momento la existencia puede pasar a llamarse vida.

 

 

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