La piedra lunar, de Wilkie Collins

Por Ricardo Martínez Llorca.

Traducción de José Luis Piquero

Navona

Barcelona, 2016

557 páginas

piedra-lunarUno puede olvidar grandes libros y perdonarse el olvido. O recordar párrafos enteros de obras que ha guardado en la memoria por su significado. Puede releer por afán de hallar los diferentes niveles de lectura. O hacer una lista de los mejores libros, o los más importantes, o los que más le interesan. O puede, sencillamente, mencionar una sola idea sobre un libro, una que resuma cientos de páginas, y que defina la razón que le llevó a devorarlo. La piedra lunar pertenece a esta última clase de libros. Ningún crítico literario expresaría sus impresiones de la obra llegando más lejos de una línea, a no ser que su reseña se atenga a la filología: filología literaria, filología de la historia de la literatura, filología de la narración.

La piedra lunar es un libro sencillo que es casi imposible encontrar a un lector que diga que no le ha gustado. Ni siquiera los amantes de la literatura más social, más compleja o más intimista. Frente a La piedra lunar, ellos reconocen que encontraron un descanso. Y al final, lo único que nos une es ese deseo común, el de descansar. El gran mérito de Wilkie Collins es el de proporcionarnos el descanso sin que perdamos interés por la novela. Está construida de tal modo que no es imposible leerla en la piscina en una sola tarde. Pero tampoco retomar la lectura varias semanas después de haberse uno visto obligado a dejarla, y tener la sensación de que durante ese paréntesis el libro nos ha seguido acompañando. Porque ese es otro de los beneficios de esta novela, que nos acompaña. Terminar de leerla es casi igual que perder a un amigo.

Uno puede no recordar los nombres de los personajes. Algo que carece de importancia, pues siempre guardará los dibujos que de ellos traza Collins. Al igual que le brotará una flor de felicidad cuando se mencione la novela, y reviva la forma en que le atrapó la trama. Collins podría haber resuelto el entuerto en unas pocas páginas. En manos de otro autor, se trataría de un relato policiaco al estilo de los cuentos del padre Brown, de Chesterton. Pero Collins traza un plan para ser nuestro buen vecino a lo largo de varias, muchas, horas. Esas horas de felicidad se las deberemos siempre. Pues La piedra lunar también pertenece a la estirpe de los libros felices.

Es posible que Wilkie Collins tuviera el talento suficiente como para cambiar el curso de la historia de la literatura. Algo así como lo que hizo Kafka, o Faulkner, o Cervantes. Hay un antes y un después de estos nombres. Sin embargo, su talento lo puso a disposición de los lectores. En lugar de cambiar la historia de la literatura, eligió cambiar el humor de la gente. Nada de ambición, aunque fuera involuntaria. Por voluntad propia, eligió la humildad. De ahí que La piedra lunar sea, parafraseando al Nuevo Testamento, un libro del reino de los cielos. Una novela que conviene no perderse y que ahora Navona nos trae en una nueva traducción. Hasta la fecha, estábamos acostumbrados a leerla en viejas traducciones que evitaban pagar derechos de autor. Y aun así la disfrutábamos como se disfruta un helado en verano. Ahora, por fin, aparece el texto completo, traducido a nuestro idioma con una música muy semejante a la que posee el manuscrito original.

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