En la literatura de ficción se aborda en repetidas ocasiones la caída del servicio postal, obsoleta forma de comunicación humana con la que mueren las relaciones cálidas y sensibles entre las personas. En esos relatos nostálgicos se olvidó el contacto con los materiales que durante siglos hilaron el pensamiento con las emociones de los hombres libres (la pluma y el papel). Ahora sólo quedan ejemplos épicos de relaciones epistolares entre familiares, amantes e intelectuales.

Para ilustrar lo anterior tenemos el caso del artista español Pablo Picasso, creador clave de la vanguardia artística del siglo XX, que se transformó en arquetipo universal del genio artístico moderno. En sus constantes viajes escribió gran número de cartas a sus colegas, en las que compartía sus inquietudes acompañándolas con audaces y cómicos bocetos. Entre las amistades que Picasso procuraba mediante la comunicación epistolar se encuentran Gertrude Stein, Igor Stravinsky, Georges Braque y Juan Gris.

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Picasso construyó dos de sus etapas más prominentes gracias a la proximidad que tuvo con Paris, cuyos paisajes, cafés y artistas influyeron sobremanera en el famoso pintor. Jean Cocteau, francés y gran amigo de Picasso, también intercambió valiosas reflexiones sobre su vida y obra a través de cartas que aún se conservan. En una ocasión, Picasso le envió una hermosa postal con una acuarela del balcón de la casa de la madre de Cocteau, donde el pintor español estuvo por un tiempo, en el número diez, de la Rue d’Anjou.

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Ejemplos como éste abundan en la historia del arte, tomemos, por ejemplo, la emblemática relación epistolar que construyeron Van Gogh y su hermano Theo, o los inspiradores consejos que regala Rainer Maria Rilke a un joven poeta desconocido. Para mantener viva esta antigua forma de comunicación, procuremos para nuestros seres queridos más cercanos el placer de abrir una carta con olor a viaje y recuerdos.