Sully (2016), de Clint Eastwood

 

Por Jordi Campeny.

sully-1Con el cuerpo aún temblando tras los recientes acontecimientos en la vida política norteamericana, uno se mete a ver la última película de Clint Eastwood con la ceja arqueada y mirando de soslayo la pantalla. El ideario patriótico, republicano, viril y a veces tribal y belicista que no ha tenido pudor alguno en airear el octogenario director pueden sentar, en estos momentos más que nunca, como una auténtica patada en el hígado. Conocemos la predilección de Eastwood por estos héroes que defienden con ardor sus barras y estrellas; sólo hace falta recordar su anterior trabajo, El francotirador (2014), notable película con mirada sesgada sobre el marine Chris Kyle, un tejano que batió el récord de muertes en Irak como francotirador del ejército de su país. O el veterano de guerra, encarnado por el propio Eastwood, que protegía a sus vecinos asiáticos en la excelente Gran Torino (2008). O su narración de antihéroes narrada en clave de épica heroica que fue Banderas de nuestros padres (2006). O la historia de una voluntariosa boxeadora que pretendía salir de la mugre para rozar su sueño americano en la sombría y soberbia Million Dollar Baby (2004).

Cuesta encontrar una película de Clint Eastwood en la que no ondee una bandera de su país y en la que no se respire patriotismo por sus cuatro costados. Una filmografía tan medularmente americana, en la que se ensalza continuamente los valores de su querida y herida patria, en clave republicana, puede resultar profundamente antipática para algunos y, como decíamos, especialmente abyecta en los días inciertos que corren. Sin embargo, con Eastwood hay una máxima que conviene seguir para disfrutar y defender su cine –en el caso de que no pienses como sus películas–: obviar al hombre –o discrepar de sus ideas– y rendirse al cineasta. A estas alturas es ya poca la gente que pone en entredicho que nos hallamos ante el último gran director clásico del cine norteamericano. Su talento, profesionalidad y enorme capacidad para retratar como nadie las sombras de su tierra –y de las almas de sus gentes– y de parir obras maestras con abrumadora solidez y oficio están fuera de todo debate.

También Sully es el retrato de un héroe que reavivará llamas patrióticas; también en ella se defienden con valor barras y estrellas. Pero conviene olvidar esta circunstancia menor y entregarse a la evidencia del trabajo bien hecho, a la complejidad de su narrativa, a su férrea solidez y a la emoción que la atraviesa. Estamos ante un nuevo logro del viejo republicano.

sully2Sully narra la hazaña del piloto de aviación Chesley “Sully” Sullenberger quien, en 2009, se convirtió en un héroe cuando, al poco de despegar, se averió su avión y logró realizar un amerizaje en pleno río Hudson, Nueva York, con 155 pasajeros a bordo. Fueron sólo 208 segundos, pero le han bastado al veterano Clint, gracias –en parte– al preciso pero poliédrico guión de Todd Komarnicki, que se sirve de cambios en el punto de vista y del uso del flashback, para componer una película más que solvente, concisa, sólida, con momentos emocionantes y otros que hacen alarde, nuevamente, de gran cine –impresionantes tomas del avión posado en las aguas del Hudson–. Aprovecha, además, para cuestionar temas que considera importantes, como los mecanismos de control del Estado –la indefensión de un individuo frente a su engranaje– o el papel de los medios de comunicación.

La película, que gira alrededor de las investigaciones que lleva a cabo la Junta Nacional de Seguridad del Transporte para esclarecer si el piloto habría podido volver al aeropuerto neoyorquino de La Guardia sin poner, así, en peligro la vida de sus ocupantes, encuentra su mejor baza en la decisión narrativa del cambio en el punto de vista, como ya vimos recientemente en la espléndida, arrebatada The Handmaiden (Park Chan-Wook), ambas –como tantas otras– herederas de Rashomon (1950), de Kurosawa. Dicha decisión conlleva, por lo tanto, que en el montaje se incluya en más de una ocasión la potente e hipnótica secuencia del amerizaje en las gélidas aguas del Hudson. Y el espectador, encantado.

A Tom Hanks el papel le sienta como un guante, secundado por Aaron Eckhart con no menos eficacia. Ambos al servicio de una historia de héroes sin pretenderlo; la historia de una película que, aunque lejos de situarse entre sus mejores obras, corrobora de nuevo la inquebrantable mano y oficio de su director; un director que probablemente esté ahora celebrando los lúgubres acontecimientos de su amada América. Nosotros seguimos celebrando su cine.

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