Hagit Yakira o lo primero es caer

Por Eloy V. Palazón

 

Todo bailarín aprende poco después de comenzar sus estudios de danza que lo primero que se hace al dar un paso hacia delante es caer. Caer no es más que perder el equilibrio momentáneamente para a continuación recobrarlo en un lugar diferente (incluso saltando en el mismo lugar, el equilibrio se recobra en otro lugar donde se ha perdido el aire). Y la danza se basa al final en caer, siempre en caer, ya sea con pasos simples o difíciles.

Hagit Yakira, coreógrafa israelí asentada en Londres, reunió por convocatoria a cuatro bailarines: Sophie Arstall, Fernando Belsara, Stephan Moynihan y Verena Schneider para trabajar sobre la cuestión de la caída.

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La representación de Free Falling —llevada a cabo los días 27 y 28 de octubre— se enmarca dentro de la serie del Sadler’s Wells Wild Card en la que se pretende dar voz a una nueva generación de coreógrafos y bailarines que aportan nuevas perspectivas al mundo de la danza contemporánea.

En sí, esta metacoreografía no dice mucho más que otras incursiones coreográficas sobre las bases prácticas de la propia danza. Aunque con concepto claro (y simple) la elaboración no suscita ninguna pregunta nueva. Un planteamiento que no deja de circundar sobre algo ya demasiado conocido, algo que se nota especialmente después del descanso.

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La segunda parte del programa estuvo moderada por el profesor de la Universidad de Goldsmiths, antes profesor en el Trinity Laban Conservatory de danza, Martin Hargreaves.

En esta parte tres personas externas a la producción hablaron de lo que habían visto y de su posición ante la obra. Efrosini Protopapa, profesora y coreógrafa asentada en Londres, hizo regalos a la audiencia que, traídos desde su casa, pretendían relacionarse, de forma a veces un tanto vaga, con los elementos de la producción mostrada en la primera parte. Alexandrina Hemsley bailó por toda la sala y Emma Dowling  habló desde un punto muy teórico sobre cuestiones que se habían planteado en la representación. La respuesta más interesante, y más abstracta también, fue, sin lugar a dudas, la de Hemsley. Las otras dos, aunque ciertamente elaboradas, podrían haber sido la contestación a cualquier otra pieza. Lo que uno se preguntaba con esas respuestas era si de verdad eran tan específicas para la obra de Yakira. La segunda parte se desarrolló casi a modo de psicoterapia colectiva en la que cualquiera podía coger el micrófono y expresar sus pensamientos sobre lo que había visto. Puede que fuera una maniobra para tapar una falta de contenido bastante acusada.

La música de la obra corrió a cargo de Sabio Janiak, quien toca más de 150 instrumentos.

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