Los libros de la isla desierta: La sonrisa etrusca

Por Óscar Hernández Campano.

LA SONRISA ETRUSCA. José Luis Sampedro (Ed. Alfaguara)

la-sonrisa-etruscaSe aúnan en esta novela los ingredientes elementales para cocinar un libro bello, atemporal y que nunca envejece. Ternura de un niño que empieza a vivir y de un viejo que se asoma al abismo de la enfermedad mortal. Historia crucial que marcó la vida del viejo, la Guerra Mundial, la defensa de su tierra, la vida partisana, el deseo antiguo cuyas ondas de placer atraviesan cordilleras de tiempo para llegar al presente, a una memoria frágil que atacada por el cáncer, los fármacos y las emociones que abruman, olvida incluso la realidad, para revivir y completar un pasado duro y vital. Mundos opuestos en un solo país: un sur rural, atávico, atravesado por viejas tradiciones, leyendas y saberes populares, donde los litigios de la vida se resuelven con los puños, las navajas, los duelos entre hombres o robando la honra a las mujeres; y un norte cosmopolita, elegante, rico, instruido y aparentemente evolucionado donde se estudian las costumbres, leyendas y saberes del sur como reliquias del pasado, donde se educa siguiendo el dictado de los libros que apuestan por métodos alejados de las madres universales sureñas, donde el frío, la oscuridad y la polución convierten una urbe moderna en un campo de batalla.

Esa guerra la lidiará Bruno, el viejo partisano, en varios frentes: primero, contra el cáncer, esa Rusca -como llama a la enfermedad el viejo calabrés- que mina a dentelladas la salud del antiguo partisano. Cáncer que se convierte en Leit Motiv de la novela ya que es el motor de los cambios y de la evolución de los personajes. También luchará Bruno -nombre en clave de Salvatore Roncone- contra las ridículas maneras que tienen su hijo y su nuera de educar a su nieto, el pequeño Brunettino. Combatirá contra los tenderos que según él lo estafan o al menos eso intentan; contra el inepto jardinero que a punto está de matar los árboles del parque y a quien enseñará aquella labor; contra el pediatra que su nuera Andrea tiene idealizado; contra su archienemigo allá en Roccasera, su aldea en Calabria, con quien disputa la última batalla de su vida; y contra todos y todo en general, en un mundo que no reconoce, el de la Milán moderna y cosmopolita tan alejada de su Calabría, donde todo y todos le parecen más auténticos: los hombres, más hombres, y las mujeres, más mujeres, más reales, más madres, más pasionales.

Sin embargo, la vida le tiene preparada una última batalla en Milán, una batalla para ser abuelo, aferrándose a la esperanza de tener tiempo para poner los cimientos del hombre auténtico que espera que su nieto sea algún día; una batalla para conocer por fin, qué es una mujer, más allá del placer físico que se enorgullece de haber dado y recibido durante su juventud, y en la que Hortensia aparece como redentora; una batalla consigo mismo, para descubrir, entre dentellada y dentellada del mal que lo come por dentro, que él también puede ser otro tipo de hombre, de amante, de padre y de nonno.

José Luis Sampedro, escritor, luchador y mente lúcida hasta su final, escribió una novela tierna sin caer en ñoñerías y dura, sin caer en dramatismos. La historia de Salvatore Roncone -y el nombre no creo que fuera elegido por casualidad- es la de todos los hombres de campo de toda la vida cuyas estructuras vitales desaparecen con la decrepitud física y la enfermedad. Entonces son apartados de su mundo, el campo, la montaña, la tierra, el ganado, para vivir en un medio hostil y ajeno al que nosotros llamamos ciudad, civilización, progreso. Los Salvatore -o Bruno- de la novela son los Jacinto, Tomás, Antonio, Ramón, Teófilo, Paco, Salustiano o cualquier otro nombre de antes, de manos curtidas, de mirada reflexiva y penetrante, de reacción airada, de navaja, de puño, de honra, de juramentos, de leyes sencillas pero firmes, de amistades y lealtades eternas, de odios y rencores infinitos, de instintos, de amores sin palabras, con gestos duros y de placeres en la cama y en la mesa.

La sonrisa etrusca nos muestra el choque de trenes del progreso, la extinción de un mundo sencillo que sobrevivió a la guerra pero no a la modernidad, y nos muestra que la ternura, el cariño y los sentimientos más simples son los que tienden puentes al pasado y a lo más preciado que tenemos. Una novela única de un autor irrepetible para releer y aprender en nuestra isla desierta.

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