NADA. Exaltación y caída de Carmen Laforet

Por César Alen.

32083497Detrás de este título hay toda una declaración de intenciones, una determinada manera de percibir el mundo, lo que te rodea. Un leve y errático destello  de la vacuidad que esconde  la vida, tras unos ornados y complicados cortinajes, de formas y protocolos, de costumbres y hábitos que conforman el andamiaje de las relaciones humanas.

Nada, es la novela que publicó en 1944, una joven de apenas veintitrés años llamada Carmen Laforet. El libro irrumpió con  frescura  en una España rancia y gris, con una visión uniforme y atrofiada, dominada por el hambre y las injusticias, las venganzas y la tristeza. Lo que me sorprende es la precocidad de la escritora ( no por lograr una obra de tal calibre literario, ya otros autores habían sido igual de precoces: Rimbaud, Alfred Jarry, o la misma Harper Lee), sino la capacidad de Laforet para ver más allá de las apariencias, para penetrar los misterios existenciales.

Laforet parece ser una chica introvertida, con una gran poder de intuición, capaz de penetrar el velo de la apariencia, de indagar en los ceremoniosas convenciones, de descifrar la iconografía de la sociedad nacional católica, para vislumbrar con clarividencia la verdad, la esencia, la nada.    En la novela nos guía la protagonista Andrea en primera persona, que podría ser el álter ego de la propia autora. Siguiendo con atención las huellas de la joven Andrea se pueden intentar comprender sus razones, su visión existencialista de la vida, porque la novela tiene un claro sesgo existencialista. Esta obra es heredera del tremendismo, movimiento inmediatamente posterior a la guerra civil, en el que destaca Camilo José Cela con La familia de Pascual Duarte, cuyas características principales son la violencia, la sordidez y el dramatismo, inscritos en un ambiente rural. Por el contrario la novela de Laforet se enmarca en un ámbito urbano, la Barcelona de los años cincuenta.

Andrea viene de las islas Canarias, tierras soleadas, alegres, llenas de luz y felicidad, y se encuentra con un ambiente sórdido, mísero, la gris España de Posguerra. La escritora  enfatiza la desolación psicológica como rasgo literario más destacado e innovador. No tarda en desengañarse, en perder el entusiasmo, el espíritu aventurero y juvenil que creía indestructible. El entorno universitario le abre un resquicio a la esperanza, la posibilidad de un futuro mejor.  El encuentro con su amiga Ena, de carácter entusiasta y cosmopolita, es el contrapunto al ambiente familiar tan opresivo e injusto, lo peor de una burguesía decadente. La sombra de la tía Angustias persigue a Andrea en aquel piso de la Calle Aribau, lúgubre y frio. Apenas le deja espacio, la controla y exaspera con sus manías. Los demás inquilinos de la casa tampoco consiguen atemperar la situación, por el contrario las disputas familiares reflejan a la perfección las patologías de la sociedad del momento.

La inocencia de Andrea se va transformando en una nueva fortaleza necesaria para sobrevivir, para comprender el mundo que le rodea. Las ensoñaciones van dejando paso a un pragmatismo paliativo, a una nueva forma de ver, de actuar, de ser. Asistimos con cierto desasosiego a la acelerada transformación de la protagonista, un inesperado y angustioso salto de la adolescencia a la madurez, así, de golpe, sin una transición apacible, sin una lógica cronológica, sino más bien con la abrupta e insoslayable obstinación de las circunstancias. Un psicologismo inédito en la narrativa de la época.

Cuando hablo del carácter autobiográfico de la novela, no me refiero estrictamente al estilo narrativo, o a la intención de la escritora en la novela,  la propia  autora  reconocía que el hecho de situar a la protagonista en el mismo espacio geográfico donde ella había vivido, había  llevado a equívocos al público y a los críticos, al atribuirle el carácter biográfico a la novela. Si bien, es cierto que la autora toma la forma de la narradora y evoluciona con ella. Se observa un subjetivismo evidente en la manera de describir los escenarios, de fragmentar la realidad, para lo que utiliza el pretérito imperfecto,  característico de esta modalidad textual. Me refiero a la visión del mundo que tiene Carmen Laforet, a la manera tan peculiar de enfrentarse a la vida. Desde ese punto de vista, y siguiendo su trayectoria posterior, hay un innegable paralelismo. A lo largo de su vida, conforme el tiempo iba transcurriendo, la autora de Nada fue agudizando su particular concepción del mundo. A pesar de su vitalismo, su conducta con los años se volvió introspectiva, dubitativa, en una búsqueda constante de sí misma, y de una obra capaz de superar el inesperado y fulgurante éxito de su primera novela.

Inmediatamente después de aquellos días de gloria, se casó de forma repentina con el crítico literario Manuel Cerezales, varios años mayor que ella, y tuvo cinco Hijos. Durante un largo periodo de tiempo se dedicó a su familia, a criar a sus hijos, adoptando el perfecto papel del ama de casa del régimen, sumisa y entregada. Pero la literatura seguía bullendo  en su interior. Toda esa vida doméstica parecía no apaciguar su anhelos literarios. En su siguiente novela de relativo éxito La mujer nueva, hay un intento de justificarse ante sí misma y la sociedad, entregándose de forma entusiasta a la religión, una tentativa de conversión. Parece querer expiar las culpas, no por sus actos, sino por sus deseos, por sus pensamientos  y aspiraciones más profundos. En ella narra la transformación de una mujer pecadora a los ojos de dios (madre soltera con amante), en una fiel sierva del señor.

Con la perspectiva que nos da la historia y estudiando su biografía, a través del libro que escribió su hija Cristina Cerezales Música Blanca, sobre sus últimos años, y la gran cantidad de cartas que guarda sobre  la relación epistolar que mantuvo con el  escritor español en el exilio, Ramón J. Sénder, se puede inferir el desasosiego, la angustia vital que consumía a Carmen Laforet. Ese mismo desasosiego la llevó a separarse de su marido, dejando a su familia atrás. La separación fue pactada, de otro modo hubiera sido muy complicado  en aquella época.  Cerezales consintió a cambio de que le prometiese no incluir en alguno de sus libros los aspectos íntimos de la familia. La verdad es que no hizo falta, ya que poco a poco fue dejando de escribir, victima, tal vez, de un miedo cerval a no poder estar a la altura de las expectativas. Su primera novela fue una losa muy pesada, un éxito de esa envergadura alcanza cotas insuperables. Al igual que le había ocurrido a otros muchos escritores como  Salinger con El guardián entre el centeno, su único libro publicado , aunque se sabe que escribió otros relatos, pero que nunca vieron la luz. Salinger huyó de la fama, intentando preservar su intimidad, a pesar del acoso de la prensa y el público en general. Se parapetó en una granja en el estado de Nuevo Hampshire, y repelía a tiros a todo aquel que rondaba su propiedad. Harper Lee con Matar a un ruiseñor,  primera y única obra de su carrera, premiada  con  el Pulitzer. Luego la buena de Harper se retiró a su querido pueblo natal Monroeville, Alabama, para no abandonarlo nunca más. En cuanto a Arthur Rimbaud, es sorprendente e insultante su precocidad, con apenas 17 años escribió Una temporada en el infierno, obra que muchos consideran el inicio del simbolismo. Al poco tiempo abandonó la literatura para embarcarse en misteriosos viajes por tierras extrañas. Murió a los 37 años.

Estos casos son una demostración palpable de lo difícil que resulta remontar un primer éxito tan arrollador. Quizá Laforet fue también víctima de ese mismo síndrome, un síndrome sin nombre, pero real y demoledor. El resto de su vida fue un deambular estéril en la búsqueda de la obra perfecta, un intento vano de superar su propio éxito. En el año 1963 inició una trilogía, de la que solo fue capaz de escribir su primera parte  La insolación.

Laforet emprendió una desesperada huida hacia adelante, y sin apenas medios económicos se embarcó en multitud de viajes, visitando a amigos escritores como J. Sénder en Estados Unidos, con el que congenió a la perfección, los dos sufrían la misma melancolía existencial, en especial Sénder con un miedo atávico a la muerte y la vejez, aspecto que le hacía trabajar de forma incansable. Por el contrario a la escritora catalana le costaba cada vez más enfrentarse al temible folio en blanco, huía de forma inconsciente del momento de la verdad. Encontraba cualquier pretexto para hacer la maleta y viajar. Visitó a otro querido escritor español en el exilio, recaló en Roma para pasar una temporada cerca de Rafael Alberti. El poeta gaditano también le recomendó vivamente que escribiera, que explotara su talento. Pero cada vez le costaba más, y esa imposibilidad fue haciendo mella, cambiándole el carácter, volviéndola taciturna, extraña, encerrada en sí misma. Su bello rostro se fue descomponiendo, transformándose en un cúmulo de extrañas expresiones distantes e incongruentes, en los que resaltaba su hermosa sonrisa nívea, que la mantenía atada, de alguna manera, a sus sueños, a sus secretas aspiraciones, a unas herméticas cavilaciones que solo ella conocía.

One thought on “NADA. Exaltación y caída de Carmen Laforet

  • el 1 diciembre, 2016 a las 5:11 pm
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    Otro excelente relato que nos traslada en el tiempo de estos geniales escritores.Como siempre muy bien documentado,para disfrutarlo y sumergirnos es sus mundos,Gracias

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