‘Jugaban con serpientes’, de Francisco Solano

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Por Ricardo Martínez Llorca

Jugaban con serpientes

Francisco Solano

Minúscula

Barcelona, 2016

150 páginas

“Después de la lluvia, si aún podemos respirar, se respira mejor”.

De eso trata este cuento largo. Ha pasado el otoño de una relación, con sus días de lluvia, y luego el invierno de las primeras reflexiones con demasiada conciencia y proyección de la conciencia de los demás. Y por fin, sin primavera, sin nada, solo con algo de olvido, llega la liberación.

Jugaban con serpientes es una historia de un triángulo amoroso en el que el protagonista es la persona que falta. El narrador siente intriga por ese marido al que engaña su amante. Un tipo sin atributos, pero que resulta ser quien sostiene su estatuto de amor. Los vínculos entre amantes dejan de tener certezas sexuales en el momento en que desaparece el hombre sin atributos. En apariencia, el narrador es alguien con el deseo de permanecer siempre en condición de amante. Pero el hecho de que se cuestione constantemente si la mujer piensa dejar al marido para proponerle una relación familiar, es una presunción y por tanto un miedo. Desde el inicio, la sensación que tenemos es que ese gusto por el adulterio es anacrónico. Sin embargo, poco a poco ese amante se ve impulsado por otro deseo, que se llama curiosidad. Quiere saber más de ella, pero preguntando lo menos posible. Interpretando gestos. Este proceso de adaptación culmina con cierta necesidad de ella. Tal vez por la curiosidad o el morbo de la ausencia de ese marido que se refugia en un no ser, cuyo único beneficio es que así no duele la vida. O tal vez por la mera ruptura de la rutina.

Esta situación ocupa la mayor parte del relato. Pero el acierto de Francisco Solano (Burgos, 1952), lo que hace de este juego con serpiente un libro tan especial, es la aporía que ella le plantea al amante tras el divorcio: si gracias a su exmarido le eligió, con su pérdida también pierde a la alternativa al marido.

A partir de aquí comienzan unas reflexiones sobre los vínculos humanos en los que el narrador se somete a un tour de forcé, debido a que se da cuenta de que no es ni ha sido dueño de su destino. El exceso de razonamiento emparenta al amor más con el ajedrez que con el cariño. “Nuestro tiempo parece regido por la difuminación; las relaciones no se terminan si no se rompen, pero se dejan desgastar”. Ese es el tema de este relato largo: durante el tiempo del desgaste, la memoria y el deseo son máquinas que se ocupan de deliberar a la vez sobre la relación. “Gente que sospecha de sí misma. En esa fatalidad nos entregamos a la imaginación para dar curso al delirio”. Y esta es la explicación que hace necesario este relato, en buena medida psicoterapéutico. Ese tiempo en que las olas baten entre dos momentos de vida, en que reflexionamos porque no actuamos y, por tanto, somos crisálida. Porque en realidad preferimos sentirnos protagonistas y de ahí que nos llame la atención alguien que elige no ser: “nadie quiere no ser visto y todos prefieren la arrogancia a la moderación”. Todos menos ese marido que incumple la norma. Que protagoniza el cuento largo sin haberse hecho presente en él.

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