Los libros de la isla desierta: Robinson Crusoe

Por Óscar Hernández Campano.

ROBINSON CRUSOE. Daniel Defoe (Ed. Edhasa)

robinsoncrusoeQué mejor manera de terminar el año que con la novela que dio origen al mito de la isla desierta. Un lugar, un personaje solitario y un mundo hostil y desconocido para sobrevivir en soledad. Ese mito, el de los robinsones, héroes que sobreviven en las condiciones más adversas usando su intelecto, encomendándose a Dios y con una rectitud moral tan inquebrantable como sorprendente, caló en el imaginario colectivo y en la literatura -y después en el cine- de manera particular.

Era 1719 cuando el británico Daniel Defoe (lo del De en el apellido real -Foe- se lo puso para darse aires aristocráticos), hombre de letras, pleitos, comerciante y bribonzuelo, publicó Las aventuras de Robinson Crusoe, cuyo título original ocupaba unas tres líneas (con lo cual se adelantó a la actual moda de los títulos largos e inverosímiles y continuaba la tradición caballeresca). La historia del marino que acaba solo durante veintiocho años en una isla, sobreviviendo gracias a su ingenio y su fe, cautivó a la Gran Bretaña primero y al mundo después (aunque en el siglo XVIII y luego en el XIX ese país y el mundo eran prácticamente sinónimos).

La novela parece que se inspiró en la real vivencia de un marinero holandés, un tal Alexander Selkirk, quien sobrevivió solo durante cuatro años hasta ser recatado y narrar sus peripecias. Y Defoe pensó que una narración de aventuras haría las delicias de las tardes de té y pastas en la lluviosa Inglaterra. El éxito fue tal que Defoe escribió una continuación poco conocida de las aventuras de su Robinson, ya maduro, y en oriente. Sin embargo, la fama universal se la debe al primer Crusoe, quien además de crear un mito, se convirtió a juicio de los británicos, en la primera novela inglesa de la historia; y según algunas fuentes, en uno de los cinco libros más vendidos del mundo.

La trama, más o menos, es conocida: un joven se embarca como marinero para vivir aventuras en contra del criterio de sus padres, y tras ser apresado y esclavizado en primer término por un sultán norteafricano, huye y es rescatado por un barco portugués, el cual lo lleva al Brasil. Allí tendrá una plantación de azúcar y prosperidad. No contento con eso, se embarca de nuevo para ir a Guinea a por esclavos y durante el viaje su barco zozobra, siendo él su único superviviente. A duras penas alcanza una isla (que a diferencia de lo comúnmente aceptado no está en medio del océano sino en la desembocadura del Orinoco) y allí tiene que sobrevivir durante las siguientes tres décadas.

La novela, larga, a ratos demasiado, es un alegato del colonialismo eurocentrista y cristiano. Robinson sea autoproclama rey de la isla y tras convertirse al catolicismo, “civilizará” la isla primero y a “Viernes” después. Es este personaje, el de “Viernes”, el nativo a quien Crusoe salva de ser devorado por sus congéneres, quien permite a Robinson (y a Defoe) llevar a cabo su labor evangelizadora y civilizadora: Es “Viernes” quien se convierte en sirviente de Robinson, quien aprende inglés (y no al revés), quien se hace católico, y quien sirve fielmente a su amo para el resto de su vida.

La moral de Robinson es inquebrantable, su psicología, firme, sus juicios y decisiones, acertadas, y su abstinencia sexual, titánica. Sí, ni una sola vez durante su cautiverio se hace mención ya no al sexo, sino a la necesidad de cariño. Luego aparece “Viernes” y Defoe llena las páginas de manifestaciones de cariño y afecto, aunque para que la sociedad británica no se llamara a engaño, nuestro Robinson, una vez rescatado, a sus casi sesenta años, se casa y tiene tres hijos, nada menos.

Es esta una novela que creó un género y que pese a sus defectos (la trama parece ser imaginada sobre la marcha, detalles y elementos que aparecen y desaparecen sin que tengamos más noticias de ellos o que se hacen presentes justo cuando el héroe va a necesitarlos), se convirtió en un clásico y un referente universal y cuya lectura es harto agradable.

Por todo ello, nos la llevamos a la isla desierta, ya que los días son largos y como Robinson Crusoe, necesitaremos horas de trabajo, horas de descanso y horas de diversión. Y quizá nos enseñe algunos trucos para sobrevivir.

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