Desmontando a Maquiavelo

Por César Alen.

libros-planeta-triatlonHay libros que se convierten en clásicos, que pasan a ser imprescindibles en el acerbo cultural.

Libros que se nombran y renombran como cita de autoridad en  conversaciones o comentarios. Libros que se transforman en estereotipos culturales. Lo curioso, lo desconcertante es que un gran porcentaje no los ha leído, o por lo menos no los ha leído con atención. Simplemente se referencian, se citan, se divaga.

En una lectura atenta, concentrada, científica, El Príncipe de Nicolás Maquiavelo asusta, aterroriza, insulta, agrede. Hay algo perverso en sus páginas, algo espurio, retorcido, un cúmulo de vicios y maldades que solo se pueden entender en un contexto histórico muy determinado como fueron las cortes del quattrocento en Italia.

Este libro puso los cimientos del absolutismo, legitimó de alguna manera, la inmoralidad en la vida política, dio cabida a las estrategias de poder más deplorables y denigrantes. Le da  visos de legalidad, de formalidad, de normalidad. Lo peor de todo, es que esos formulismos, esa tácticas deleznables han sido puestas en práctica por casi todos los gobiernos, aunque no estén escritos en los programas electorales. En cierto modo, leyendo ese libro podemos comprender mejor, podemos arrojar luz a la oscura trastienda del poder.

En la conocida obra de Nicolás Maquiavelo se hace hincapié en como conservar el poder, más que en como acceder a él o como conquistarlo. Para el autor italiano  conquistar un nuevo Estado requiere distintas fórmulas :  “con armas propias y con virtud”, a continuación en el capítulo VII, sostiene algo que resulta muy interesante: “de los principados nuevos adquiridos con las armas y fortuna de los otros”. En otro párrafo no menos desdeñable apunta:  “además de por virtud y por fortuna, puede obtenerse el poder por medio de crímenes, por dinero o corrupción”. Consejos bien aprehendidos por las élites. Ante todo lo importante es mantener el poder, resistir en la plaza, no dejarse derrotar por las circunstancias, perseverar , para ello es muy importante: “usar bien las crueldades, deben cometerse todas juntas al principio, ya que si no son bien usadas al principio luego tienen que cometerse en orden creciente”

El Príncipe fue escrito  allá por 1513.   Maquiavelo se basa en una aguda observación de la antigüedad, de las estrategias de poder llevadas a cabo por líderes como: Alejandro con Darío,  Gianfrancesco Gonzaga en Mantua o Federico de Montefeltro, duque de Urbino cuando asesinó a su hermano en 1444. Pronto se olvidó su felonía. Estaba decidido a pasar a la posteridad como un gran hombre, mandatario altruista y abnegado. En su corte Había trabajado Giovanni Santi, padre de Rafael, quien  escribió un tratado en el que consideraba a la pintura y la poesía los perfectos medios para inmortalizarse, para permanecer en el recuerdo. Montefeltro siguió sus sabios consejos e intentó por todos los medios difundir su imagen como un gran príncipe. El duque encargó al  pintor  Piero della Francesca para que le retratara junto a su mujer Battista Sforza, un famoso díptico que escenifica a la perfección la relación entre arte y poder. Luego se hizo retratar junto a su hijo pequeño Guidobaldo, con una clara semántica del linaje. En realidad fue uno de los primeros en ser conscientes del poder del arte, así como del mecenazgo.

Para conseguir los propósitos más ocultos e inconfesables, en el Renacimiento se depuró la técnica del mecenazgo, del patronato. Los poderosos como los Médici, dedicaron gran parte de su fortuna al arte, al arte en todas sus vertientes: pintura, escultura, y por supuesto arquitectura. De esa manera no solo conquistaban al pueblo con las obras que patrocinaban, sino que ese poder se les devolvía duplicado. El Duomo es un claro ejemplo de su estrategia publicitaria, en la difusión del propio poder a través del arte. Para ello Cosme  tuvo la grandeza de ver en Bruneleschi una misteriosa genialidad escondida detrás de su aparente locura. El gran arquitecto italiano era un excéntrico con un fuerte desequilibrio de personalidad, con apariencia de vagabundo, apenas se lavaba y trabajaba tirado en el suelo, revolcado con la tierra y el polvo, un antisocial. Pero el poderoso hijo de Lorenzo comprendió enseguida que ése era el hombre destinado a culminar la gran cúpula del Duomo. No debemos olvidar que las cúpulas en aquella época se convirtieron en símbolos de poder. Fue una obra dictada por la  iconografía  diseñada por la familia Médicis.

Los papados también usaron la estrategia del arte para la difusión de la doctrina católica. Se lanzaron con gran entusiasmo  a la construcción de iglesias, monasterios y  sobre todo la necesidad imperiosa de engrandecer el Vaticano. Miguel Ángel y Rafael fueron los ejecutores de toda esa semántica del poder, dirigida desde la misma curia por Sixto IV, Sixto V y Julio II, entre otros. La Capilla Sixtina como la aparatosa culminación   del poder absoluto de la iglesia. Elevada a monumento sagrado, más cerca de los dioses que del pueblo.

En esa misma línea encontramos al Emperador Carlos V, a Francisco I, en Francia, y posteriormente a Felipe II, Felipe IV, o Luis XIV, el cardenal Rechelieu, o Mazarino, todos ellos tienen en común la sabia utilización del arte para difundir su poder, su gloria, para deslumbrar  y subyugar con la suntuosidad (a pesar de las leyes suntuarias), al vulgo que se asombraba de tanto lujo y despliegue. Las cortes renacentistas se basaban en la “magnificencia”, un concepto por el que podían desplegar sus ornamentos, sus extravagancias con un despilfarro oneroso, como parte de una grandeza áulica, frente a una casta austeridad que pregonaba el cristianismo primitivo. Los mortales no podían más que maravillarse y alabar a sus delfines, delfines que conquistaban las voluntades con las pinturas, esculturas y edificios de la más bella factura jamás conocida. Solo igualada por la grandeza de Salomón, allá en el monte Moriah.

Maquiavelo fue un gran observador, conocía a la perfección a los gobernantes y por supuesto al pueblo: “para conocer bien la naturaleza de los pueblos hay que se Príncipe, y para la de de los príncipes hay que pertenecer al pueblo”. Terribles consejos, escritos y planteados con la mayor de las naturalidades, desde una perspectiva epistemológica, con un claro trasfondo didáctico. Frases lapidarias, un auténtico panegírico de la crueldad, la alevosía, el engaño y la mentira. Una verdadera enciclopedia del mal, un intento de legitimar la perversidad para alcanzar el poder: “un príncipe puede ser tacaño, cruel, temido, puede incumplir sus promesas, engañar…todo para conservar su Estado, pero debe parecer clemente, leal, íntegro, religioso…,sobre todo religioso, ya que al vulgo se le seduce por la apariencia”.

El señor Maquiavelo hace una perfecta taxonomía demonológica, dejando de lado toda consideración moral o ética. En este tratado no hay concesiones a la compasión, ni a la justicia, prevalece ante todo el pragmatismo, los resultados como medida del acierto. El tratadista hace  bueno el famoso axioma “el fin justifica los  medios”. Maquiavelo había sido encarcelado por conspiración contra los Medicis, fue en prisión donde redactó el libro como presente para Lorenzo de Médicis, quizá con la esperanza de ser perdonado y liberado. Seguramente el tratado superó todas las expectativas del preboste con tremendas ansias de dominar, de gobernar. Por supuesto en ese encargo él saldría beneficiado como instigador de las estrategias necesarias para alcanzar dicho poder, un consejero leal, un consigiere dócil y fiel. En el Quatroccento, todo el mundo buscaba el abrigo de la Corte, estar cerca del poder proporcionaba una vida acomodada, porque era en la Corte donde se desplegaban las riquezas, donde se implementaban las nuevas tendencias humanistas. Fuera el pueblo malvivía a expensas de las caprichosas órdenes de los condottieros, a pesar de que se había superado la época feudal.

Otra vertiente interesante es la alusión al disimulo, a la mentira como estrategia de conquista de las voluntades:” un príncipe no predica jamás otra cosa que paz y lealtad, pero de la una y de la otra es hostilísimo enemigo y de haber observado la una y la otra, hubiera perdido en más de un ocasión o la reputación o el Estado”.

También recomendaba al príncipe fomentar el talento, apreciarlo, y ofrecer al pueblo todo tipo de entretenimientos, opio para no pensar, para que se olvide de los avatares diarios, de las injusticias, dolores y miseria, pensamiento heredero del “pan y circo” de los romanos. Todo es lo mismo, el poder no cambia con los siglos. La megalomanía permanece enquistada, transmitida  en una incansable e inagotable dinastía. Las mismas familias perpetuadas en el poder por los  métodos descritos en el libro, como alumnos aventajados de Maquiavelo: Los Medici, los Malatesta, los Urbino, Los Gonzaga, los Montefeltro, los Sforza, los Austrias, los Borbones.

Por eso, insiste en la necesidad de mantener a todo costa el poder, es decir, intenta dar razones, legitimar la heredad, los derechos dinásticos que se arrogan las monarquías, frente a la meritocracia, más justa, democrática y ecuánime.

En este sentido el arte jugó un papel fundamental en la legitimidad del poder en el Renacimiento. El arte tiene un poder transformador, taumatúrgico. El David de Miguel Ángel, puede derrumbar al más rebelde, plegar al más contestatario,  los frescos de la Capilla Sixtina hacen que se arrodillen los ateos, Rafael desmonta cualquier teoría revolucionaria. Iglesias y plazas, estatuas ecuestres, las cúpulas. Las alegorías de Rubens ciegan el entendimiento, los retratos de Tiziano o Velázquez obnubilan a todo aquel que los observa. Esa fue la gran idea, la gran estrategia que corrió como la pólvora por las cortes europeas del Renacimiento. El arte todo lo puede. El mismo Stendhal  cayó rendido ante tal acumulación de belleza en la iglesia de la Santa Croce, en la ciudad de Florencia, generando una nueva patología que desde entonces se conoce como el síndrome de Stendhal.    La magnificencia de las cortes  cegaron al pueblo, lo adormecieron en la contemplación extasiada de la belleza, mientras a sus espaldas los príncipes se arrogaban los poderes del Estado en su persona, dando lugar a una nueva forma de gobierno: el absolutismo. Y a ello colaboró sobremanera Nicolás Maquiavelo.

3 thoughts on “Desmontando a Maquiavelo

  • el 23 enero, 2017 a las 7:30 pm
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    Otro excelente articulo muy bien documentado como siempre.Que nos traslada a una epoca maravillosa el Renacimiento rebosante de arte y lo principal Maquiavelo que esta de actualidad por seguirse aplicando sus ideas sin escrupulos.

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  • el 10 abril, 2019 a las 7:46 am
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    No difiere mucho en la actualidad , no importa izquierda derecha ídem

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  • el 11 septiembre, 2019 a las 10:10 pm
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    El artículo no sigue su propio consejo. Si partiera de una lectura más científica de Maquiavelo no sacaría esas conclusiones. Una lectura de El príncipe debe estar acompañada, por lo menos, de la de los Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio para entender el mensaje de su obra. En lo que concierne a la función que cumplió el arte en el Renacimiento estoy completamente de acuerdo y está bien documentado. Le recomiendo documentarse mejor acerca de la obra y vida de Maquiavelo y sobre los estudios que se han hecho en los últimos 40 años. Además debería revisar el Contrato Social de Rousseau y verá por qué un republicano como él era un gran admirador de Maquiavelo. Se va a llevar algunas sorpresas.

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