Existe un punto en que genialidad y clarividencia se encuentran. De ciertas personas talentosas –artistas, científicos, filósofos– se ha dicho que estuvieron adelantadas a su tiempo, casi siempre porque si bien en su propia época su obra les valió cierto reconocimiento, no fue sino con el paso de los años que ésta reveló su verdadero alcance. Una forma de pintar, la manera de entender ciertos aspectos del mundo, un problema de la realidad física. A veces el presente no está preparado para recibir ciertas ideas.
Tal es el caso de Nikola Tesla, el legendario inventor que quizá hubiera tenido una mejor historia de haber contado en su tiempo con los recursos y la confianza de otros, necesarios para desarrollar su labor. Aunque, en efecto, Tesla pasó a la historia como un científico notable, aquello que realizó fue apenas una parte de lo que pudo haber hecho.
En 1926, Tesla fue entrevistado en el programa radiofónico The Collier Hour que conducía John B. Kennedy. Entre otros comentarios, el inventor hizo ahí una especie de presagio de un pequeño artefacto que en tiempos de Tesla era impensable pero para nosotros ahora es habitual: el smartphone. Tesla vio la posibilidad no sólo un teléfono portátil, sino de un dispositivo que además de la voz transmitiera también imágenes “al instante y sin importar la distancia”. Esta fue la descripción de Tesla:
Cuando consigamos aplicar a la perfección la tecnología inalámbrica, toda la Tierra se convertirá en un enorme cerebro, que de hecho ya es: todas las cosas como partículas de un todo real y rítmico. Vamos a ser capaces de comunicarnos entre nosotros al instante, sin importar la distancia. No sólo eso: a través de la televisión y la telefonía vamos a poder vernos y escucharnos los unos a los otros tan perfectamente como si fuera cara a cara, aunque intervenga una distancia de miles de kilómetros. Y los instrumentos a través de los cuales podremos hacer esto serán increíblemente sencillos en comparación con nuestro teléfono actual. Un hombre podrá llevar uno en el bolsillo del chaleco.
Un poco como Leonardo da Vinci, Tesla vio más allá de su propia época, una cualidad no exenta de enigma pero que también puede explicarse por un rasgo capital del genio creativo: su tendencia a tomar cada logro conseguido sí como una meta alcanzada pero, sobre todo, como un nuevo punto de partida.
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