El monstruo de Hawkline. Un western gótico, de Richard Brautigan

Por Pedro Pujante.

Richard Brautigan (Washington, 1935 –California, 1984)  fue uno de esos escritores malditos de la América beat que no consiguió encontrar su lugar. El tiempo, que suele poner las cosas en su sitio, todavía no ha rendido cuentas con él. Esa biblioteca que lleva su nombre y que atesora libros inéditos es una cruda metáfora de su obra: genial y desconocida para un gran público, al menos aquí en España.

Su estilo se ha juzgado ingenuo con razón. Pero ese pecado menor está compensado con sus grandes dotes para el hallazgo visual, la ingeniosa prosa que bucea sin estrépito, la inagotable imaginación y un tono delirante, irónico y afilado que desafía el establishment literario.

Este “western gótico” es la aventura lisérgica de dos asesinos a sueldo contratados por una enigmática y bella muchacha para llevar a cabo un inusual trabajo: acabar con un supuesto monstruo que atenaza a ella y a su hermana gemela en una casa encantada, ambas huérfanas, “bellas e irreales”, de un científico desaparecido en extrañas circunstancias. Los ingredientes de esta narración, como se ve, están más cerca de Lewis Carroll que de John Wayne.

La novela está estructurada en capítulos muy breves que funcionan como fogonazos escénicos, a veces delirante. Los personajes y las situaciones rozan el absurdo, y lo que prometía ser un western sórdido, acaba transmutado en un guiñol beckettiano: Tarantino mezclado con ciencia-ficción pulp.

El lector no se sorprenderá de que experimentos con sustancias desconocidas, alteraciones de la materia y de la percepción, exóticos personajes –gigantes, mujeres idénticas, asesinos simpáticos-, sexo desmedido y descacharrante y momentos propios del teatro del absurdo convivan en este western desenfadado y divertido.

El lenguaje del que se vale Brautigan es directo, con frases breves. Sin embargo, en ocasiones, asistimos a hallazgos de una belleza inusitada. Fotogramas irrepetibles y metáforas ingeniosas como la de ese ahorcado con cara de incredulidad o ese camino torcido como “la letra de un agonizante”.

Un libro raro, que no  ha perdido frescor, del que sin duda ha bebido Robert Coover para recrear su Ghost town. De exuberante imaginación, humor cáustico y gran dominio del lenguaje, este Western gótico es una pequeña joya.

Si no has leído a Richard Brautigan este es un buen libro para comenzar. Además, la edición de Blackie Books, con tapa dura y portada chirriante, es deliciosa.

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