Berta Vias Mahou: "El que tiene miedo a menudo acaba haciendo daño"

Por Elena Gómez (@elenitagn)
El pasado se esconde tras la mirada hasta confeccionar el cristal a través del cual vemos el presente. En ‘La mirada de los Mahuad’ (Lumen), la mirada atormentada que guarda dolor en el fondo y dureza en la forma será la narradora omnisciente, de una historia en la que los sueños conviven con la muerte y el amor con el dolor. En palabras de la autora, Berta Vias Mahou, es “una mirada aviesa, fría, inquietante, propia de personas que, por haber vivido ciertos hechos atroces de la historia de Europa o un trauma en sus primeros años de vida, aprendieron a desconfiar. A tener miedo. Una mirada dura y a veces perversa. El que tiene miedo a menudo acaba haciendo daño”. Como Elba, la protagonista, con la que Berta se identifica pero no se define plenamente, al igual que Flaubert no era Madame Bovary. Ni K era Kafka, aún siéndolo. “Elba es ficción. Tiene su propia personalidad”, defiende la autora, aunque ambas sean omníricas, se alimentan de sueños. Mezclando hechos, lugares y personajes singulares que conviven entre lo onírico y la realidad. Reflexionando en la novela sobre “si es que los sueños no se cumplen porque alguien nos los ha robado o porque simplemente hace mucho que perdimos la capacidad no sólo de hacer que se cumplan, sino incluso de soñar. Hasta que uno se da cuenta de que esa usura irreparable la ejerce el tiempo y, en todo caso, uno mismo, nunca los demás”.
La muerte siempre de invitada incómoda, pero necesaria en la trama, transita por todos sus libros fruto del trauma de dos fallecimientos cercanos a la escritora, uno en su infancia, de una prima más pequeña, y otro en su juventud, la del mejor amigo de su padre. “Cuando me quedaba a dormir en casa de alguna de mis abuelas tenía miedo de que se muriera en el transcurso de esa noche. En casa me consumía la idea de que se pudieran morir mis padres o mi hermana”, confiesa Berta. Con su preocupación por la muerte convive su miopía, culpable quizás de que la autora se haya fijado siempre mucho en todo. En los gestos, en la ropa, en las palabras de los demás. “Necesito referencias, aún tan diminutas como unas migas de pan. Para poder regresar a los lugares y a las personas con las que me voy cruzando a lo largo de la vida. Para no colgarme del brazo de un hombre que no es mi padre o mi marido”.
Creando así protagonistas llenos de detalles característicos, como Matabichos cuyo resultado es el de agitar en una coctelera inexistente a seis hombres del campo distintos. O Jan, el enamorado de Elba, otro precipitado a partir de varios hombres a los que conoció. En parte también un homenaje al poeta Pedro Casariego Córdoba. Esa miscelánea de rasgos aleatorios hacen que la rareza de sus personajes los hagan todavía más atractivos, asistiendo a una historia de amor intensa:“Elba seguía observándole, sin decir una palabra. Y es que hay hombres que son como paisajes que no se cansa uno de admirar. Hay en ellos praderas y campos de trigo, miles de cambios de luz. Y nubes, grutas y cascadas. Todo eso en solo cuerpo, en una mirada, en una manera de conversar. Hombres como paisajes. Sólo de verlos te crecen las alas.”
No obstante, su autora define la mirada de los Mahuad no sólo como una historia de amor sino también como una historia dolorosa, como lo es casi cualquier aprendizaje. “Tal vez haya que cometer muchos errores y darse muchos golpes para saber de una vez por todas qué es lo que de verdad merece la pena en esta vida. Una historia que, en efecto, habla de lo que duele y se queda en el fondo, pero que de vez en cuando aflora a la superficie, para volver a hundirse enseguida y desaparecer. Ese dolor que llevamos en la mirada. La mirada de los Mahuad”, concluye la escritora.

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