'Ingleses', de Ignacio Carrión

Ingleses
Ignacio Carrión
Renacimiento
Sevilla, 2016
238 páginas
 

Hubo un tiempo en el que los españoles que salían de España, generalmente hacia otro país europeo, no fuera a ser que en el resto del salvaje mundo les pasara algo, inevitablemente, en algún momento, decía que no hay nada mejor que la tortilla de patatas. “Como en España no se vive en ningún sitio”, decía. Y a continuación enumeraba las grandes aportaciones de España al mundo moderno: la charla en la barra del bar, el vino de Rioja, la enciclopedia Espasa, la transición, el sol del sur, las copas de Europa del Real Madrid y hasta las corridas de toros. Ese otoño, por fortuna, ya ha quedado atrás. Ahora lo sustituye otra forma de presumir: la muestra de fotografías delante de la Gran Muralla o el Taj Mahal, la anécdota que le sucedió mientras un sarasa de Nueva York le atendía comprando un bolso de Gucci a mitad de precio, la osadía que supuso comer un cuscús en la medina de Marrakech. Todo ello, eso sí, durante un viaje organizado en el que el guía les llevaba del hotel de cinco estrellas al autobús climatizado y del autobús climatizado al hotel de cinco estrellas. Lo único auténtico que pudieron ver fue un burro cargando con grava, muerto de hambre, cuya estampa vista a través del cristal del autobús tenía mucho aspecto cinematográfico. Prohibido tocar al dueño medio sarnoso, no fuera a ser que nos contagiara algo.

Ahora, al revisitar Inglaterra a través de los ojos de Ignacio Carrión (San Sebastián, 1938), resulta imposible no regresar a esa época de finales de los setenta y principios de los ochenta, a ese otoño en el que los primeros españoles osaban saltar en avión hacia un país muy extraño, tan extraño que se conducía por la izquierda, los policías no llevaban pistola y de comida mejor no hablar, que eso de los guisantes al vapor era para los terneros y no para nosotros. Si uno visita hoy Inglaterra, se dará cuenta de que, al margen de seguir conduciendo por la izquierda, en los demás aspectos la aceleración de la historia ha igualado mucho a todos los países de la vieja Europa. Incluida la cuna de Shakespeare. De ahí esa libertad con que podemos leer estas crónicas, que resultan tener algo de sueño, algo de fósil, de recuerdo apagado que regresa de pronto y que, sin duda, nos saca la sonrisa de antes a flote.

¿El concepto de moda? Eso era cosa de París. En Londres, la gente seguía siendo la misma desde los tiempos de Ana Bolena. Lo auténtico era lo muy inglés, la serie de televisión con aspecto teatral que se llevaba emitiendo veinte años o la mismísima Margaret Tatcher. Por no hablar de la reina de Inglaterra, que es inmune a la muerte. Lo de la democracia era un invento que venía de quién sabía dónde, pero que se adaptaba muy bien a las distinciones aristocráticas: nadie era tan demócrata como los lores. Todo, visto desde la perspectiva de los años, con el tono de caricatura bondadosa que exhibe Ignacio Carrión, para hablar, finalmente, de una membrana a medias permeable, pues los ingleses no se equivocan nunca. Y según ellos, tampoco nos equivocamos los demás, pero esto lo enuncian muy poco, pues apenas se daban cuenta de que había vida más allá de su isla. La vieja frase de “El continente aislado por culpa de un temporal”, resume mejor que ninguna el espíritu que traduce Carrión a flor de calle. Y Carrión tiene muy presente a quien dirige sus crónicas: a un español de clase media, lector del Diario 16, que observa Inglaterra con humor, y con cierto recelo hacia sus virtudes. Ese otoño ya ha pasado. Antes nos costaba ponernos en la piel de los ingleses por razones de lesa patria. Hoy por puro egoísmo. Tal vez resulte un enunciado reaccionario, pero en ese sentido, estábamos mejor antes, de ahí el valor sentimental de este Ingleses.

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