Cuaderno de incertidumbre, de Rafael García Maldonado

Por Sebastián Gámez Millán.

Sevilla, Anantes, 2016.

Después de varias incursiones por la novela, ese género proteico donde cabe cualquier otro, Rafael García Maldonado (Málaga, 1981) hace su primera incursión en el relato con Cuaderno de incertidumbre. Compuesto por trece piezas, en ellas encontramos autobiografía y autoficción, descripciones y narraciones, diálogos y monólogos dramáticos, epístolas y sátiras, homenajes y reinterpretaciones de clásicos… Podemos preguntarnos a propósito de estas similitudes: ¿qué diferencias hay entre el relato y la novela? ¿Se trata de una diferencia esencial y cualitativa o solo cuantitativa? Se diría que tanto un género como otro se forjan de palabras, palabras, palabras. La cuestión es descubrir el término justo y el orden secreto de las palabras.  

A excepción de cuatro piezas, todas transcurren o pasan por Majer, el territorio mítico que ha creado este autor, territorio del que disponemos de un plano dibujado por Francisco Muñoz al final del volumen. En estas piezas habitan algunos personajes que han aparecido en anteriores novelas suyas, casi siempre personajes errantes y desamparados que andan buscando algo que han perdido o que no han tenido.

Para situar de forma estilística los relatos de Cuaderno de incertidumbre me serviré de una distinción del crítico Harold Bloom: “El cuento moderno, en tanto que permanece en la órbita de Chéjov, es impresionista; esto es tan cierto respecto del James Joyce de Dublineses como de Hemingway o de Flannery O´Connor. Percepción y sensación, centros de la estética de Walter Pater, lo son también del cuento impresionista, incluidas en este rubro las mejores piezas cortas de Thomas Mann y de Henry James. Algo muy diferente representaron para el arte moderno del relato las fantasmagorías de Franz Kafka, precursor principal de Jorge Luis Borges, de quien puede decirse que reemplazó a Chéjov como influencia mayor en la cuentística de la segunda mitad del siglo XX. Hoy los cuentos tienden a ser chejovianos o borgianos; sólo en raras ocasiones son ambas cosas”.

Pues bien, estas piezas de Rafael García Maldonado están más próximas de la órbita impresionista que de la órbita borgiana, salvo en los casos de “Judas contra Judas” (y no sólo por “Tres versiones de Judas”, incluido en Ficciones), “Telémaco: una epístola de perdón” y “La otra sangre”. Es cierto que “1954” puede asociarse a la órbita borgiana, pero el tema de la indistinción entre lo vivido y lo leído puede remontarse a Unamuno y otros autores, como Cervantes.

María Zambrano, que reflexionó memorablemente sobre el género de la confesión, presente de una manera o de otra en toda manifestación artística, escribió: “La Confesión no es sino un método de que la vida se libre de sus paradojas y llegue a coincidir consigo misma”. Curiosamente la literatura y el arte, que a diferencia de tantas religiones y sectas, no expulsan ni excluyen a nadie, sino más bien al contrario, acogen de una forma más plural y abierta, logran al menos por momentos que la vida coincida consigo misma. En Cuaderno de incertidumbre tenemos una muestra ejemplar de ello.

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