La admiradora que acosó a Charles Dickens

Multitud comprando entradas para una lectura de Charles Dickens en Steinway Hall, Nueva York, en 1867

Por Alejandro Gamero (@alexsisifo)

Pocos autores han conseguido llegar a ser un icono de las letras británicas al nivel de Charles Dickens. Pero este novelista no pasará a la historia de la literatura solo por haber escrito libros de la talla de Oliver Twist, Cuento de Navidad, David Copperfield o Historia de dos ciudades ‒que no es poco‒. No, Dickens consiguió algo con lo que muchos escritores sueñan en secreto: convertirse en una monumental celebridad que nada tenía que envidiar en cuanto a fama o a cantidad de admiradores de actores o cantantes actuales. Dickens fue algo así como una estrella de Hollywood del siglo XIX. Desde su primera novela, Los papeles póstumos del Club Pickwick, el escritor demostró ser una máquina de generar dinero ya que cualquier libro que saliera de su pluma se convertía en un éxito seguro. Por poner un ejemplo, de David Copperfield, publicado por entregas en 1849 y en forma de libro en 1850, se llegaron a vender más de 100.000 ejemplares en muy poco tiempo, algo completamente insólito hasta ese momento.

Pero aunque estas cifras de ventas le permitían a Dickens tener una vida bastante acomodada, tampoco es posible afirmar que nadara en la abundancia. Por una parte, los problemas con los editores eran constantes porque se negaban a aceptar las peticiones del autor para que aumentaran la remuneración; por otra, Dickens tenía que pasar una asignación mensual a su esposa, Catherine Thompson Hogarth, de la que estaba separado, y mantener el alto nivel de vida de sus seis hijos. Para tapar huecos Dickens luchó por conseguir un sobresueldo dedicándose a toda clase de actividades mínimamente relacionadas con la escritura: organizó representaciones teatrales y lecturas, fundó un diario ‒el Daily News‒, hizo de actor y comenzó a dar conferencias de casi cualquier tema, desde los derechos de autor hasta ataques a la pena de muerte o incluso defensas de la prostitución. El esfuerzo y la pasión que ponía en sus lecturas públicas llegaron a ser legendarios. Estas actividades complementarias sin duda hicieron que el escritor ganara todavía más fama.

En algún momento de 1867 a Dickens se le ocurrió aumentar sus ingresos haciendo una segunda gira por Estados Unidos. Así se lo hizo saber por carta a su cuñada, a la que le escribió diciéndole «los gastos son tan enormes que empiezo a sentirme atraído hacia América, como Darnay en la Historia de dos ciudades fue atraído por Loadstone Rock, París». Dickens sabía que en Estados Unidos abundaban las copias piratas de sus novelas, de las que no obtenía ni un centavo, y pensaba que una simple gira de lecturas públicas podía generarle una buena remuneración.

Charles Dickens leyendo, grabado aparecido en Harper’s Weekly en 1867

El escritor era además consciente de que corría el riesgo de adentrarse en un territorio hostil. En 1842 visitó por primera vez los Estados Unidos y lo que vio mientras viajaba por el país no le gustó nada. En su diario de viajes Notas de América Dickens se mostró bastante crítico con la prensa estadounidense, a la que acusaba de querer enriquecerse con sus obras, y con las condiciones sanitarias de muchas de las ciudades. También escribió parodias sin piedad sobre todo tipo de costumbres y vicios, como por ejemplo el hábito de escupir tabaco en público. Estas críticas le valieron, entre otras cosas, la ruptura de su amistad con Washington Irving.

Sin embargo, una gran parte del público norteamericano no solo se había reconciliado con Dickens después de la publicación de Cuento de Navidad en 1843, sino que estaban más que ansiosos por ver al famoso autor. Ya en 1842 Dickens protagonizó algunas situaciones escalofriantes a causa del ciego fanatismo de sus admiradores. En alguna ocasión tuvo que hacerse paso entre multitudes, que llegaron incluso a desgarrar su ropa para hacerse con algún recuerdo. Un fan llegó a hacer un molde de la huella de la bota de Dickens. Por las mañanas no era extraño despertarse en el camarote de su barco atracado en Cleveland y al descorrer la cortina encontrarse a personas amontonadas en la ventana para intentar verlo. De ese viaje señalóo Dickens: «Si salgo a la calle soy seguido por una multitud. No puedo beber un vaso de agua sin tener a cien personas mirando mi garganta cuando abro mi boca para tragar».

Otro grabado de Charles Dickens leyendo

En su segunda gira americana el autor llegó a Boston el 19 de noviembre de 1867. Entre los personajes que Dickens frecuentó casi desde el primer momento se encontraba un matrimonio de Nueva York, los Bigelow. John Bigelow, que fue editor y copropietario del New York Evening Post entre 1849 y 1861, había sido nombrado cónsul americano en París por Abraham Lincoln, y años después embajador. Su esposa, Jane Bigelow, le había dado nueve hijos y un matrimonio infeliz. Al no haber amor de por medio la relación entre ambos cónyuges a veces rozaba lo escandaloso, pero a pesar de todo Dickens fue comprensivo con la pareja y les ofreció generosamente su amistad y su compañía.

En esa época Dickens estaba separado de su esposa y mantenía relaciones con su amante, Ellen Ternan, en un romance que empezó cuando él tenía 45 y ella 18 y que duraría hasta su muerte en 1870 a la edad de 58 años. A sabiendas de que era una persona conocida, Dickens optó por no llevar a Ellen con él a Estados Unidos por el posible escándalo que podría haber causado si la relación se hubiera hecho pública en los medios. Sin embargo, en su cerrado grupo de amistades Dickens no tenía ningún problema en manifestar esta situación y en expresar su disgusto por seguir casado con Catherine Hogarth ‒en la época victoriana el divorcio no era una opción, y menos para alguien famoso como él‒. Parece que esta circunstancia, unida al carisma del autor, hicieron que Jane Bigelow empezara a obsesionarse con Dickens a niveles alarmantes.

Finalmente un lamentable suceso groupie ocurrido en Nueva York acabó marcando un punto de inflexión en la relación de Dickens con el matrimonio Bigelow. La señora Hertz, una viuda que era una gran admiradora del escritor, se empeñó en concertar un encuentro con su ídolo después de una de sus lecturas públicas en el Hotel Westminster de Nueva York. Al día siguiente, al mediodía, la señora Hertz se reunió con Dickens en su habitación. Lo que no sabía es que a la salida le estaba esperando en el pasillo Jane Bigelow, que llena de celos y de ira comenzó a golpearla y a gritarle.

Dickens leyendo a sus hijas Mary y Kate

A partir de ese momento Dickens se apartó definitivamente del matrimonio Bigelow y dio orden expresa a los guardaespaldas que custodiaban su puerta que mantuvieran a Jane lo más lejos posible. Esto no le impidió a la acosadora tratar de acercarse a su escritor fetiche. Durante su estancia en Nueva York Jane trató de verlo en varias ocasiones, aunque los guardaespaldas siempre conseguían retenerla. Jane llegó a montar guardia a las puertas del hotel esperando a que Dickens saliera, así que cuando el autor necesitaba salir siempre pedía ayuda a algún amigo o conocido para que echara un vistazo y comprobara que Jane no estuviera rondando cerca. Aunque Dickens estaba acostumbrado a despertar pasiones, como ya había hecho en su primera gira por Estados Unidos, nunca hasta ese momento se había tenido que enfrentar a la figura de una acosadora.

De su gira por Estados Unidos Dickens se embolsó el equivalente a unas 38.000 libras por un total de 76 lecturas, lo que representaba aproximadamente un 20% del valor de sus bienes tras su muerte, poco después del viaje. Unas cifras de lo más rentable. Parece que después de todo pasar por el percance de padecer a una acosadora le mereció la pena al escritor.

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