Entrevistas de cuento: Isabel Cañelles

Entrevistas de cuento: Isabel Cañelles

Eres la fundadora de la Escuela de Escritores, y has sido su directora. ¿Te atreverías a estimar qué número de escritores han pasado en estos casi 15 años por vuestras manos? ¿Habéis tenido alumnos que luego se hayan asentado como autores? ¿Podrías darnos algún nombre?

En efecto, fui la fundadora de la Escuela de Escritores. Por la Escuela de Escritores no te puedo decir cuántos alumnos han pasado, porque hace años que me desvinculé de ella, pero sí te puedo decir que por mis clases habrán pasado más de 500 personas. En cuanto a personas que hayan pasado por los talleres literarios con los que he colaborado y se vayan afianzando como escritores, me vienen a la cabeza Ignacio Ferrando, Isabel Cobo, Clara Redondo, Juan Carlos Márquez, Sonia Aldama… Y, por supuesto, todos los autores de RELEE (Daniel Monedero, Kike Parra, César Sánchez, Jesús Barrio, Almu Ballester…).

¿Se puede enseñar realmente a escribir, o como dicen algunos escritores solo es posible aprender a escribir? ¿Qué se puede llegar a aprender en un taller? ¿Qué es imposible aprender en ellos?

Bueno, todo lo que se puede aprender se puede enseñar, creo yo. Quizá la palabra «enseñar» no es la más adecuada en un contexto artístico, porque el aprendizaje de la escritura (y de cualquier arte) tiene más que ver con «desvelar» que con inculcar algo que antes no se conocía. Pero para poder desvelarse a uno mismo a través de la creación literaria hay que manejar determinados códigos (el lenguaje musical en el caso de la música, el manejo de los colores y del trazo en el caso de la pintura, las técnicas narrativas en el caso de la escritura) que sí se pueden enseñar y aprender en un taller literario. Aparte de eso, el profesor puede ejercer de guía y estímulo para ese proceso de destape que, de forma simultánea al manejo de la técnica, ha de realizar el estudiante.

Lo que es imposible aprender (o enseñar) en un taller es, por un lado, la motivación interna (esa fuerza que lleva a algunas personas a luchar contra viento y marea para alcanzar lo que se proponen, mientras que otras tiran la toalla a la primera de cambio o por el camino) y, por otro, una suerte de olfato o instinto para ver cuál es el camino correcto para el aprendizaje. Hay fases del aprendizaje en las que se pasa fatal, en que la frustración parece insoportable y el desánimo nos muerde los tobillos. Es muy fácil confundirse y pensar que ese sufrimiento solo nos puede llevar a algo malo, cuando es un signo, más bien, de salud, de que nos estamos despertando de la anestesia con la que solemos vivir y está aflorando (con dolor, eso sí) nuestra verdadera creatividad. Creo que nadie puede enseñarnos a distinguir una cosa de otra, a no autoengañarnos.

¿Tienes algún ejercicio inicial con el que enfrentar a los alumnos que llegan a los talleres y nunca se han sentado a escribir antes?

Sí, claro, son muchísimos años dando clase como para no saber cómo encender la chispa inicial en las personas que nunca han escrito. Tengo muchos ejercicios iniciales, y depende de la materia, del grupo y de la experiencia de la gente que lo integra, que use uno u otro. Hay un clásico que yo sigo usando porque, por muy clásico que sea (o quizá por eso mismo) funciona muy bien, que es el «Me gusta / No me gusta», en que las personas hacen una lista de las cosas que les gustan y otra de las que no les gustan, de una forma personal, concreta y caótica.

Una pregunta incómoda: A los talleres llegará también gente con un talento nulo, y me imagino que con tu experiencia eso se detectará al primer golpe de vista. ¿Cómo tratas de orientar a esos alumnos?

Yo no creo mucho en lo del «talento», y mucho menos en lo del «talento nulo», al menos no creo mucho en el halo misterioso, mágico y elitista que se le superpone a ese término, que en realidad (según el DRAE) alude a «inteligencia» (como capacidad de entender) y a «aptitud» (como capacidad para el desempeño de algo). Yo creo que hay personas con una facilidad natural (en algunos casos innata) para el desarrollo de determinada disciplina artística. Pero ese es solo uno de una cantidad enorme de factores que condicionan el que nos dediquemos o no a dicha disciplina. Y ni siquiera diría que es el más importante, tal como me ha hecho ver la experiencia. He tenido alumnos/as cuyos primeros textos eran un absoluto desastre que han llegado a escribir estupendamente, mientras que personas que de entrada escribían como los ángeles no han tenido la persevarancia ni la suficiente autocrítica como para que su escritura evolucionase ni un ápice. Lo que sí tengo claro es que creatividad tenemos todos los seres humanos (aunque en algunos esté más enterrada que en otros), que las técnicas se pueden aprender y la sensibilidad artística se puede educar. Y con estos tres elementos (y muchísima perseverancia, flexibilidad, generosidad, pulcritud y paciencia), se puede llegar a escribir bien.

Otra cosa es que uno esté dispuesto a hacerlo 😉

Nuestra entrevistada, en uno de sus cursos de Escritura Consciente.

Decía Mario Levrero, que impartía talleres, que lo máximo a lo que uno podía aspirar si asistía a un taller literario con el autor X, era a escribir como X. ¿Cómo de acuerdo estás con esa afirmación? ¿Tus alumnos aprender a escribir como Isabel Cañelles? ¿O crees, por el contrario, que alguien que escribe puede enseñar a escribir de un modo distinto a su propia labor creadora?

No estoy en absoluto de acuerdo con Levrero. Escribir uno mismo es de mucha ayuda para impartir talleres, por supuesto, sobre todo porque uno ha pasado por todas las fases del aprendizaje por las que van a pasar los/las alumnos/as y eso siempre es bueno para irlos guiando. Ahora bien, el ser un buen escritor no garantiza en absoluto que uno sepa enseñar a los demás a serlo. Lo más importante para enseñar (cualquier cosa) es ser un buen pedagogo. Y cualquier buen pedagogo sabe que lo último que debe hacer es «imponer» al alumno una forma determinada de hacer las cosas o de resolver los problemas. Para mí, enseñar a escribir tiene que ver con mostrar una serie de técnicas, pero también con dejar que la persona se vaya deshaciendo de disfraces, corazas y capas suscesivas para que vaya aflorando el/la verdadero/a escritor/a que lleva dentro. Eso significa una individualidad, una personalidad, un estilo propio, un determinado acercamiento a la realidad, un especial vínculo con el lenguaje, etc. Si en un grupo de taller todos acaban escribiendo como el profesor, mi veredicto es que se trata de un mal profesor. Y lo que sí te puedo asegurar (y creo que te lo pueden asegurar mis alumnos) es que en mis clases nadie acaba escribiendo como Isabel Cañelles.

Aparte de aquellos que quieren ser escritores de ficción, ¿para qué personas crees que puede ser interesante participar en talleres de escritura creativa, y qué pueden aportarles?

Cualquier persona que sienta la necesidad de expresarse y sienta cierta inclinación hacia la palabra escrita podrá sacar provecho de los talleres. No es necesario tener la meta de publicar ni mucho menos. Yo siempre digo que no enseño a escribir bien, sino a ser más conscientes. Para mí, el proceso de aprender a escribir es también el proceso de despertar aspectos internos y relacionales que estaban dormidos. Escribir no es un entretenimiento ni es inocuo, sino que nos cambia. No es solo una labor artesanal (aunque tiene una parte de artesanía) sino algo artístico. Los personajes somos nosotros mismos, sus conflictos son los nuestros y sus cambios también. Entonces, cualquier persona que quiera (y esté dispuesta a) crecer y alumbrar recovecos desconocidos de su persona puede sacar provecho de la escritura. También hay que tener en cuenta que hay muchas clases de talleres de escritura. Por ejemplo, yo ahora estoy impartiendo talleres de escritura y meditación, de escritura terapéutica, de trabajo con las emociones a través de la escritura, etc. La función de la narrativa como medio de expresión, como vía de salida a las emociones, como crecimiento personal… me parece muy relevante.

Como escritora, cuando te sientas a escribir, ¿qué te impulsa a escribir un relato? ¿Es la forma natural en la que crece tu escritura cuando te sientas a hacerlo, o cada vez que vas a trabajar te dices a ti misma: hoy estoy en este género o en este otro?

Yo soy muy de impulsos emocionales a la hora de escribir. Lo que me motiva a escribir es investigar en mis zonas oscuras. Soy visceral y me siento cerca de lo que se denomina «escritura peligrosa». Dentro de esa necesidad de indagar en mis propios conflictos, elijo para cada indagación el género o el formato que (dentro de mis limitaciones) mejor se pueda adaptar a lo que quiero expresar. He escrito relato, novela, guión de cine o microdiálogos con mis hijos. Yo qué sé. El género me da igual, lo que me importa es entender de qué hostias va todo este absurdo en el que vivimos inmersos como si fuese la cosa más normal del mundo.

Estamos intentando reflexionar sobre por qué el cuento no acaba de enganchar nunca a los lectores en general. En los últimos años se está produciendo una importante incorporación de lectores adolescentes a la poesía. Una poesía sobre cuya calidad se puede discutir pero que se está vendiendo y leyendo. ¿Por qué crees que el relato no logra un público así? ¿Es un problema de lo que ofrecen los escritores, de cómo lo mueven las editoriales, de cultura y educación respecto al género?

La verdad es que no sé mucho sobre qué se está escribiendo en poesía, cuántas editoriales hay que se dediquen a ese género, cómo funcionan ni cuántos ejemplares se venden, aunque mi noción es que la poesía sigue siendo minoritaria y que el relato va aumentando poco a poco el número de lectores. No obstante, lo que está claro es que el relato ha ido evolucionando en sentido opuesto a la novela, en lo que se refiere a que no se lo pone «fácil» al lector, sino que le hace implicarse, usar todas sus neuronas, adaptarse a ecosistemas complejos. El relato, cada vez más, es un género exigente, algo que no sé si está ocurriendo con la poesía (quizás no), y desde luego no está ocurriendo con la novela (aunque haya también novelas exigentes). Un relato fácil ahora mismo es casi sinónimo de escritura amateur. Y ya sabemos que ponérselo difícil al gran público no es la mejor manera de recolectar ventas.

Recomiéndanos tres relatos, o tres autores, a los que debería acercarse alguien que está iniciándose en la escritura de este género.

Antón Chéjov («El pabellón número 6»), Katherine Mansfield («El canario») y Eloy Tizón («Velocidad de los jardines»). No me lo he pensado mucho porque si empiezo a pensar sería incapaz de decir solo tres autores, y menos aún tres cuentos.

Por último, Isabel, hace algo más de un año, pusiste en marcha, con Eloy Tizón y Mariano Baratech, el proyecto editorial RELEE. No es exactamente una editorial al uso, ¿a qué clase de autores está orientada? ¿Cómo trabajáis exactamente? ¿Cuáles son vuestros puntos fuertes? Háblanos de un libro que esté funcionando bien de los que lleváis editados hasta ahora.

Red Libre Ediciones (dentro del proyecto RELEE, Red Libre – Escritura y Edición) está orientada a publicar obras salidas de los talleres literarios, de los que dirijo yo y también de una serie de talleres colaboradores que se han ido sumando al proyecto (Hotel Kafka, Ítaca Escuela de Escritura, Primaduroverales, Sinjania, CELARD, Casa Tomada, etc.). Cualquier persona que haya terminado una obra (novela o libro de relatos) dentro de cualquiera de los talleres puede presentárnosla para su valoración. Tenemos un Comité de Lectura que evalúa las obras y nos remite un informe de ellas, y en función de eso decidimos si las publicamos o no. Valoramos por encima de todo la calidad, y también cierta ruptura con las convenciones literarias. Nuestro punto fuerte es que no solo somos «editores», sino que somos profesores, escritores, lectores. No realizamos «autoedición» ni estamos seleccionando «productos de consumo», sino obras literarias que merezca la pena que vean la luz. Nuestro objetivo es impulsar a autores noveles a los que de otra forma les resultaría muy difícil introducirse en el mundo editorial. Para ello, nos apoyamos en suscriptores y mecenas que nos ayuden en este objetivo. Esto nos hace tener una noción más de comunidad que de empresa, y una atmósfera colaborativa y afable. Otro punto fuerte es el proceso de edición, en el que nos tomamos mucho tiempo (de revisiones y correcciones) para que la obra tenga el mejor acabado posible. Mimamos mucho a los autores y sus obras, de la misma manera que ellos son unos colaboradores más dentro del proyecto y nos ayudan muchísimo a promover y difundir no solo sus propias obras, sino las de los demás.

El libro que mejor está funcionando dentro de Relee hasta ahora es Manual de jardinería (para gente sin jardín), de Daniel Monedero, del que ya está en marcha la 3ª edición. El siguiente que mejor está funcionando es Me pillas en mal momento, de Kike Parra. Y bueno, espero que los que han salido últimamente tengan también un brillante recorrido 🙂

Muchas gracias, Isabel

A vosotros, ha sido un placer 🙂

Puedes conocer más sobre Isabel Cañelles, sus obras y sus cursos, en sus webs

escribirymeditar.es

http://www.isabelcanelles.es/

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