Delincuentes de medio pelo, de Gene Kerrigan

Por Javier Sánchez Zapatero.

Traducción: Damià Alou.

Editorial: Sajalín Editores.

Adscrita a la tradición de la crook story –variante de la novela negra caracterizada por representar las rutinas y formas de vida de quienes viven al margen de ley–, Delincuentes de medio pelo es, por encima de todo, un ácido retrato de la Irlanda de las últimas décadas. A través de una estética realista y un gusto por el costumbrismo que le lleva a fijarse en algunos de los tópicos más conocidos del país gaélico, pero también a descubrir su cara más desconocida, Gene Kerrigan representa un inframundo de ladrones de baja estofa que han hecho del delito una forma de supervivencia. Semejante visión tiene mucho de local, por cuanto muestra algunos de los problemas que laten en la sociedad irlandesa y, de forma especial, la marginación a la que parecen abocadas ciertas clases sociales inmersas en una espiral de violencia de la que parecen no poder salir, pero también es eminentemente universal, puesto que puede ser trasladada sin muchas dificultades a cualquier otro contexto del mundo contemporáneo.

En ese contexto dominado por pubs con serrín en el suelo en los que se bebe cerveza negra deambulan una serie de personajes sin oficio ni beneficio entre los que destaca Frankie Crowe –protagonista de raza, extraordinariamente bien trazado–, en libertad tras haber pasado una temporada en la cárcel y convencido de que delinquir, más que una forma de vida, es la huida hacia adelante que le permite continuar en la sociedad. En su opinión, “si sigues el camino recto, eres un honrado Juan Ciudadano y te pasas muchos años encerrado en un trabajo que va royendo un gran agujero en tu vida, ganas una miseria y te aburres tanto que mueres joven. En cambio, si sigues tu propio camino y no te cogen, vives bien”. Con semejante filosofía vital, Frankie propone abandonar sus pequeñas escaramuzas para dar un golpe que le permita satisfacer todas sus ambiciones. Sin embargo, y tal como sucede en otras narraciones contemporáneas de argumento similar –piénsese en clásicos como El secuestro de Miss Blandish, de James Hadley Chase; en casos de la literatura española  como en Las flores no sangran, de Alexis Ravelo; o, adentrándonos en el ámbito audiovisual en Fargo o Happy Valley–, el plan aparentemente perfecto que proyecta va complicándose de forma progresiva a medida que descubre que Justin Kennedy, el banquero a quien pretendía secuestrar, es realmente un abogado o que decide que puede resultar más rentable llevarse a su mujer y dejarle a él en libertad para que consiga con más facilidad el dinero del rescate. Como suele ocurrir en este tipo de historias, el devenir del secuestro actúa como catalizador de la situación inicial que presenta la novela, puesto que todos los personajes implicados en él –tanto víctimas como, sobre todo, verdugos– van a ir cambiando y mostrando su verdadera personalidad a medida que se van precipitando los acontecimientos. De hecho, una de las grandes bondades de la novela es su absoluta falta de maniqueísmos: para Kerrigan, no hay malos ni buenos, no hay inocentes ni culpables, sino una absoluta falta de escrúpulos y ética que afecta de forma global a toda la sociedad, y que se observa en la violencia con la que actúan los delincuentes, pero también en el modo en el que se han enriquecido personajes como Kennedy.

Escrita con un estilo fresco y tremendamente ágil, Delincuentes de medio pelo destaca por la habilidad con la que parecen haber sido escritos –y traducidos– sus diálogos, cuyo realismo, unido a la capacidad del autor para describir situaciones, contextos y personajes, hace que el retrato del lumpen irlandés se muestre de forma vívida. De ese modo, el lector tiene ante sus ojos una delincuencia que no se estiliza ni aparece rodeada de glamour como ocurre en otras manifestaciones artísticas contemporáneas, sino que se presenta cargada de realidad, repleta de resentimiento, odio y cutrez, y que evidencia que, aunque se intente separar del foco y de la idílica imagen que de sí misma acostumbran a dar las sociedades, sigue latente, conviviendo con otras muchas formas de violencia en el mundo contemporáneo.

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