Michelle Pfeiffer y Al Pacino, teatro en el cine con «Frankie y Johnny», de Terence McNally

Horacio Otheguy Riveira.

Frankie and Johnny en el claro de luna, una obra intimista con dos solitarios cuesta abajo toma fuerza de comedia dramática que alcanza la órbita de un conmovedor romanticismo. Una transformación realizada por el mismo autor, Terence McNally (EEUU, 1938), al servicio del talento incomparable de sus nuevos protagonistas.

«Ya me había conmovido viendo representaciones en diversas partes del mundo, desde Broadway en 1982 a Argentina o Dinamarca, pero en 1991 la película me mostró matices en los que no había pensado, desde el mismo momento en que supe que estos intérpretes darían vida a mis personajes. En escena sólo estaban ellos en una habitación, con sus idas y venidas emocionales en busca de esperanza, pero la versión cinematográfica  me ofrecía un panorama más amplio, especialmente a mí que era tanto un hombre de teatro, musicales y óperas incluidos, como del cine, feliz de redescubrir sensaciones a medida que escribía el guion. Las dos primeras veces que asistí al rodaje lo hice en el anonimato más absoluto, arropado por amigos del personal técnico: me puse gafas, una peluca…, y fue algo extraordinario, me encontraba ante otra obra, otro autor. Había visto a grandes intérpretes hacer la misma obra, pero el ámbito creado por el director Garry Marshall, la escenografía que en el teatro no había sido posible, daba a la grandeza de Pfeiffer y Pacino un espacio ideal para reconstruir mi Claro de luna y dejar brotar una nueva creación que me dio enormes satisfacciones internacionales…».

El prolífico hombre del espectáculo así se expresaba, cuando empezaba a circular mundialmente el encanto de una hermosa Michelle Pfeiffer en un papel de chica triste con demasiados fracasos sentimentales, y la elaborada sencillez de Al Pacino como un caballero andante que acaba de salir de la cárcel, ya perdida su familia, a caballo de una pertinaz ironía que oculta su sensibilidad extrema.

La melancólica, huidiza, neurótica camarera y el cocinero despistado que la quiere enamorar conforman una pareja inolvidable que afronta el drama de un encuentro hombre-mujer en medio de la pobreza y un pasado angustioso, y logran protagonizar una aventura de soledades que se buscan afanosamente.

El ritmo de la película es de una comedia elegante con drama de vidas truncadas en un ambiente de precariedad profesional, pero el sentimiento que aflora de principio a fin consolida un romanticismo de buena estirpe.

Los gestos ínfimos, las torpezas casi adolescentes de una pareja madura y los descubrimientos apasionados de la recta final nos permiten disfrutar de un proceso vital muy gratificante con personajes desolados. Así, el encuentro se convierte en un acontecimiento de primera línea, revalorizando un género cinematográfico con demasiados títulos ramplones. Estos Frankie y Johnny enamoran poco a poco, paso a paso, en un devenir de gozosos desencuentros cotidianos. Nos mantenemos alerta ante el trabajo sensacional de sus intérpretes, quienes también logran asombrar en una escena final inusitadamente cotidiana como compartir el mero acto de cepillarse los dientes bajo la atenta mirada de quien ha decidido empezar de nuevo en compañía…

(Estreno en Madrid en 1997: Teatro Lara. Dirección de Mario Gas. Reparto: Anabel Alonso y Adolfo Fernández; reposición en 2018, dirigida por Magüi Mira con Esther Acebo y Manu Cuevas).

 

Michelle Pfeiffer y Al Pacino habían trabajado juntos en una película muy distinta: Scarface. El precio del poder, de Brian de Palma, en 1983, es decir doce años antes. Allí reinaba el despropósito de una riqueza a base de narcotraficantes y un gángster delirante surgido de lo más bajo, que farda de haber conquistado a una inconquistable belleza.

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