El rastro (Pokot) (2017), de Agnieszka Holland

 
Por Jaime Fa de Lucas.
El rastro, Pokot o Spoor… igual da cómo se llame, es un auténtico desastre. Una chapuza de las que no se suelen ver a menudo en la gran pantalla, sólo apta para espectadores con una flora intestinal muy desarrollada. Aguantar más de media hora de metraje ya es un logro. Lo más sorprendente es que esta película se llevó un premio en la Berlinale. Y más sorprendente es todavía que sea la película que va a representar a Polonia en los Oscar. Y más sorprendente si cabe es que venga de Agnieszka Holland, una directora que tiene a sus espaldas una filmografía bastante extensa.
Ya desde el primer momento se aprecia que es una película cutre: encuadres descuidados, cambios de tono abruptos, una voz en off que genera indiferencia, música de baja calidad, un desarrollo narrativo apresurado… Mención especial para ese plano estático nocturno, acompañado de música intrigante barata, en el que de repente se lanza un zoom hacia el bosque sin venir a cuento –un zoom cuya trayectoria ni siquiera se mantiene estable, como si la directora de fotografía se tropezara con la cámara mientras lo hacía–.
Es difícil no quedarse anonadado ante la incompetencia de El rastro (Pokot/Spoor). A lo mejor existe la posibilidad de que Agnieszka Holland no viera la versión final de la película antes de que saliera a la luz y por eso está sin pulir. Me quedo sin palabras. Para poner la guinda al despropósito, se intenta dar un barniz místico metiendo referencias astrológicas, pero por desgracia, lo que se menciona es a veces erróneo y otras veces tan general que no aporta nada. En fin… una película que se vendería bien incluyéndola en el paquete de productos televisivos que compran las cadenas de televisión para la sobremesa.

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