La Hija De Stalin de Sullivan Rosemary

LA HIJA DE STALIN
SULLIVAN ROSEMARY
EDITORIAL: DEBATE
BIOGRAFÍA

Por Juliano Ortiz
9 de noviembre de 1932. Una mujer llamada Nadezhda Allilúyeva, dirige su revólver Walter hacia su corazón y dispara, el ruido estalla en la tarde bucólica y callada. Su marido es nada menos que Iósif Stalin, el hombre más poderoso de la Unión Soviética. Tiene dos hijos, un varón, Vasily y una niña, Svetlana Stalina, más conocida como Svetlana Alilúyeva. Ella es la que se hará mujer, se hará adulta en ese instante, rodeada de la soledad y de un cariño abreviado, gris, con la política rodeándolo todo, con los juegos arropados con a su nana, con el bosque omnipresente en el que soñaba despierta, con los animalitos perdidos entre tanto verde y tanto señores adulando a su padre.
Rosemary Sullivan, construye una biografía extraordinaria, de una vida extraordinaria, basada en extensos documentos y una exhaustiva investigación a los archivos de la KGB, la CIA y de distintos gobiernos soviéticos, siendo distinguida por el New York Times, el Washington Post y el Boston Globe, por tocar una vida inolvidable y ser un libro único, que llegan a conmover y emocionar con los detalles de la azarosa y trágica vida de Svetlana.
Desde los tiempos de esa infancia extraña, inusual, dolorosa, hasta los inicios de sus primeros amores a los que su padre se oponía con la fuerza de su carácter despótico y violento, la historia de Svetlana es una seguidilla de sucesos amargos, indolentes. La hija del líder que no tenía contemplaciones para asesinar a sus adversarios, se movía entre esos tópicos plagados de intrigas, sospechas, y miradas temerosas, cobijada por los muros del Kremlin y de aquellos sirvientes que solo tenían y debían tener ojos para ella.
Ese largo derrotero se quebró con la muerte de su padre. A esos días, le siguieron el descubrimiento de la hambruna y las purgas que arrasaban su país. La magnitud de la crueldad del régimen estalinista la sumergió en un espacio de incredulidad primero, y de un creciente horror y espanto ante los hechos cometidos por ese hombre que tan escasamente la acariciaba bajo los árboles de la casa de ‘Zubálovo’.
Intentó alejarse de la figura de Stalin, del aparato del partido, trabajando como maestra y traductora en Moscú, hasta conocer a un comunista indio con el que no se pudo casar por la intransigencia del partido comunista. A la muerte de éste, logró viajar a la India para esparcir las cenizas de su amado en el Ganges. El 6 de marzo de 1967, después de haber visitado la embajada soviética en Nueva Delhi, Svetlana fue a la embajada de los Estados Unidos y pidió asilo político al embajador Chester Bowles. Para evitar un incidente diplomático, hubo muchas idas y venidas.
“A las 7:00 p.m. del 6 de marzo de 1967, un taxi se acercó a las puertas abiertas de la embajada estadounidense en la avenida Shantipath, en Nueva Delhi. Observado de cerca por el guardia de la policía india, avanzó lentamente por la vereda circular. La pasajera en el asiento trasero se asomó para ver el gran espejo de agua, sereno bajo la penumbra. Unos cuantos patos y gansos todavía flotaban entre los chorros que brotaban de su superficie. Las paredes externas de la sede diplomática estaban construidas con bloques perforados de concreto, lo que le daba al edificio una apariencia ligera, etérea. La mujer se dio cuenta de lo diferente que era respecto de la impasible e institucional embajada soviética de la que acababa de salir. De modo que así era Estados Unidos”.
No terminarán acá los momentos dolorosos de la vida de Svetlana, serán otros, distintos, con transformaciones religiosas y personales que la llevaron por nuevas personas y a residir en más de treinta lugares, cambios que Sullivan retrata con maestría y cercanía emocional.
Una obra magnífica de una vida que capta e impresiona, reflejándose en las palabras de Svetlana, “Uno no puede lamentar su destino, aunque yo lamento que mi madre no se haya casado con un carpintero”.

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