'Memorias de abajo', de Leonora Carrington

Por Ricardo Martínez Llorca
@rimllorca

Memorias de abajo

Leonora Carrington

Traducción de Francisco Torres Oliver
Alpha Decay
Barcelona, 2017
83 páginas

Con el potencial de sensibilidad, que es tanto como decir de inteligencia, de alguien como Leonora Carrington (1917-2011), basta un momento de lucidez. Estas Memorias de abajo son un libro sobre la descomposición del alma, que se resuelve en el momento en que Leonora Carrington se ve reflejada. Es un instante, un gesto de otra persona que hace de espejo, lo que devuelve la sensatez a una psique desplazada. Es cierto que la crudeza del trato que recibe durante su internamiento en un hospital psiquiátrico de Santander, en época franquista, solo sirve para trastornar más. También lo es que ella tiene la buena disposición de cerrar un capítulo doloroso en la memoria, y para ello no se sirve del lenguaje como instrumento de degüello contra una gente que tal vez se lo merecía. Leonora Carrington presta atención a la falta de dominio de sí, a la mente disociada del yo o, como ella comenta, “a los personajes que habitan en mí”. Huyendo de la Guerra Mundial, España debería haber servido de puente. Pero en Madrid es atropellada y secuestrada en un episodio confuso o que se rememora con confusión. Son instantes en los que Leonora está convencida de que el estómago es el recipiente del alma, de la psique. De hecho, a lo largo del texto hay una inercia a identificar el mal exterior con las disfunciones del organismo.

Pero previamente había conocido, y escondido en la memoria, la sanación por la naturaleza. Sucedió durante su estancia en Andorra, y será una tabla de náufrago que resurgirá en el instante en que es necesario aferrarse a algo para sostenerse frente a la violencia del tratamiento de inmovilidad en una cama llena de excrementos, aterida con cardiazol, maltratada hasta el punto de incrementar sus obsesiones, las mismas que la llevarán a elegir el surrealismo como opción artística: visiones apocalípticas o paradisíacas, confusiones de personas, paranoias de toda calaña, deformaciones fisiológicas, presencias que se sienten pero no se ven. Esa locura la sirve para sobrevivir, en contra de lo esperado, a la tortura, al sufrimiento, que además manipulan sus captores atizándola con el sentido de la culpa. Hay pánico en Leonora, pero no lo hay en este breve escrito. Sí unos extraños episodios en los que recuerda las ceremonias que ella inventa para salvar al mundo, tan inocentes como monstruosas, dos adjetivos que día a día se nos van haciendo más indisociables. Agradecemos el tono que ella elige, prestando atención a sí misma, porque es ella la que sufre y se salva. Podría haber optado por poner las cosas en su sitio y maldecir. Es cierto que ni sus médicos y asistentes, ni el régimen franquista, quedan bien parados. Pero son un escollo, no el centro de interés, que sigue consistiendo en el misterio del alma, o de la psique o de como sea que se llame eso que uno tiene dentro y que es tan frágil.

 
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